Aunque admiro el apoyo de Biden a un viejo aliado, la postura de Estados Unidos respecto a Taiwán me pone nerviosa.
Queridos lectores de Apuntes desde el Pantano, les doy la bienvenida tras las fiestas. Enero es el momento adecuado para pensar en las cuestiones económicas y políticas más importantes del año que comienza, y en cómo pueden desarrollarse. Uno de los temas principales de mi lista es Taiwán. La independencia de Taiwán, que siempre ha sido un tema candente entre Estados Unidos y China, ha cobrado mayor protagonismo tras la polémica visita de Nancy Pelosi a la isla y las declaraciones de Joe Biden sobre la intención de Estados Unidos de defender militarmente a Taiwán ante cualquier invasión por parte de China.
Aunque admiro el apoyo inequívoco del presidente a un aliado de toda la vida, voy a ser sincera y decir que me pone muy nerviosa la postura de Estados Unidos respecto a Taiwán. No me gustaría que mi propio hijo tuviera que ir a una guerra abierta para defender la isla. Se trata de un país asiático minúsculo que no ha hecho prácticamente nada para reforzar su propia posición militar. Antes era parte de China y probablemente volverá a serlo en algún momento. Esa es simplemente la verdad del tema. La relación de Estados Unidos con ese país (como tantas relaciones con el extranjero) refleja un momento de la posguerra que hace tiempo que terminó, porque el continente se ha ido enriqueciendo y desarrollando. China se ha convertido en el claro líder regional y ahora compite con Estados Unidos por el liderazgo mundial en muchos ámbitos (lea mi columna sobre el auge del petroyuán y lo que podría significar para los mercados energéticos y el dólar).
Permítanme ser clara: no creo que vayamos a ver ningún movimiento chino hacia la isla en el corto plazo. China tiene sus propios problemas de deuda y con el brote de Covid con los que lidiar en estos momentos. Pero una política exterior estadounidense que pretenda que Estados Unidos puede ir directamente a una guerra abierta en el Mar de la China Meridional, con o sin ayuda de sus aliados asiáticos, es peor que un alarde: es una peligrosa negación de la realidad de que Estados Unidos ya no es la potencia dominante en Asia. Continuar con este negacionismo es coquetear con el desastre total.
Para empezar, ¿cuál sería el resultado final de una defensa militar de Taiwán? No sería nada agradable. No hay forma de que China retroceda. Y es poco probable que otras naciones asiáticas que mantienen relaciones cercanas con China quieran tomar partido. La mayoría de los países apuestan por un equilibrio económico entre Estados Unidos y China, con la esperanza de encontrar una manera de vivir entre los dos gigantes hasta que surja un nuevo orden mundial. De hecho, esto está poniendo muy nerviosos a países como Australia, el cual se está viendo obligado a involucrarse en una situación cercana a la guerra.
Espero que este año se hable menos de posibles aventuras militares en Taiwán y más de las vulnerabilidades de la cadena de suministro en un mundo desvinculado. Soy partidaria del proyecto de ley bipartidista que presentaron recientemente el senador Marco Rubio y el representante Ro Khanna para exigir a los organismos de nivel ministerial que identifiquen los puntos débiles de la cadena de suministro. Es absurdo que Estados Unidos esté haciendo algo para subir las apuestas en un momento en el cual aún no hemos comprendido siquiera las repercusiones económicas de, por ejemplo, un bloqueo del Mar de la China Meridional.
Más allá de esto, estoy de acuerdo con el reciente artículo de Chas Freeman en el que sostiene que Estados Unidos debe encontrar la forma de apoyar una nueva arquitectura de seguridad asiática sin tener que “liderarla o dominarla”. Aunque no me gustaría que Estados Unidos abandonara por completo a Taiwán, estoy a favor de tomar distancia de su industria de semiconductores, apoyar la inmigración taiwanesa a Estados Unidos y encontrar la forma de involucrarse sin plantear la posibilidad de una guerra con China. La cuestión es cómo alejarse inadvertidamente de la retórica actual en torno a Taiwán sin que los aliados sientan que Estados Unidos la ha abandonado igual que a Afganistán, o envalentonado a Rusia en su guerra contra Ucrania. Ed, ¿alguna idea al respecto?
Edward Luce responde
Rana, yo desde luego no quiero una guerra entre EEUU y China por Taiwán ni por ninguna otra cosa, eso hay que darlo por hecho. Cualquier choque de este tipo acabaría con el mundo tal y como lo conocemos. Pero Estados Unidos no puede permitirse dar carta blanca a China en cuanto al trato que dé a la isla rebelde. Aunque también debe evitar irse al otro extremo.
En mi opinión, el gobierno de Biden ha ido demasiado lejos al identificar a China como enemigo y aplicar una política no declarada de contención de China a la George Kennan con la URSS. Cuatro veces ha dicho Biden que EEUU acudiría en defensa de Taiwán y cuatro veces sus colaboradores han tenido que aclarar que la política estadounidense no ha cambiado. Esa política, de ambigüedad estratégica, tiene más de medio siglo y debería seguir siendo la postura de Washington. Básicamente, acepta que hay una sola China, pero se reserva el derecho de proporcionar a Taiwán los medios para defenderse si China intenta resolver el asunto por la fuerza.
La asignación de $10.000 millones en nueva ayuda militar estadounidense que el Congreso concedió a Taiwán el mes pasado puede aumentar significativamente las tensiones y agravar la paranoia en Pekín de que Estados Unidos está cambiando hacia una política de dos Chinas. Este sería un grave error. El único remedio para estos malentendidos potencialmente fatídicos es mayores acuerdos, más diálogo y una diplomacia constante. Quiero ver mucho más de eso por parte del gobierno de Biden, incluida una cumbre Biden-Xi Jinping en toda regla tras la bilateral relativamente cordial que tuvieron en Bali en noviembre pasado.
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Por otro lado me tomo la oportunidad para hacer un comentario al margen sobre el documental Harry y Meghan. No lo he visto y dudo que me tome la molestia. Lo único que quiero decir es que comprendo perfectamente el deseo de cualquiera de salir de la familia real: es una vida asfixiante y rígida en la cual esencialmente se pierde el derecho a la libertad de expresión. Siento mucha menos simpatía por la entrada de Meghan y Harry en el mundo de los Kardashian. Si Netflix me diera $90 millones para hacer un documental, imagino que sería convincente. En fin, agotada mi cuota de comentarios reales para los próximos 12 meses. Durante las próximas seis semanas estaré de licencia para trabajar en mi próxima biografía – sobre Zbigniew Brzezinski. Nuestros colegas Peter Spiegel, Gideon Rachman y Richard Waters me harán el favor de reemplazarme. Feliz 2023 a todos los lectores de Apuntes desde el Pantano.
Rana Foroohar, Edward Luce
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