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Putin, Gorbachov y dos visiones de la grandeza rusa

El Kremlin ha vuelto a los métodos y objetivos basados en la conquista, el miedo y la brutalidad.

Donald Trump prometió hacer grande de nuevo a Estados Unidos. El eslogan favorito de Xi Jinping promociona el “gran rejuvenecimiento” del pueblo chino. Un deseo desesperado similar de restaurar la grandeza rusa es lo que motiva a Vladimir Putin.

Pero, ¿cómo se define un gran país? Putin y Mijail Gorbachov, quien falleció la semana pasada, tenían ideas diferentes al respecto.

Para Putin, la grandeza nacional se define por el territorio, el poderío militar y la capacidad de aterrorizar o subyugar a sus vecinos. El líder ruso cree que su país tiene derecho a ser una de las grandes potencias del mundo. En su opinión, Rusia fue “víctima de robo” cuando Ucrania se independizó y la clave para reconstruir el poder y la grandeza nacional es recuperar el territorio perdido. La trágica decisión de invadir Ucrania fue la culminación de esta obsesión.

Para Gorbachov, la grandeza nacional se definía más por la dignidad de los ciudadanos comunes. En una entrevista de 2001 con el historiador Daniel Yergin, este señalaba la incapacidad de la Unión Soviética para satisfacer las necesidades cotidianas de sus ciudadanos: “Imagine un país que vuela al espacio, lanza Sputniks, crea tal sistema de defensa… [pero] no hay pasta de dientes, ni jabón en polvo, ni las necesidades básicas para la vida diaria. Fue increíble y humillante trabajar en un gobierno así”.

El hecho de que los rusos comunes y corrientes ya no tengan que aguantar tales privaciones se debe en gran medida a las reformas económicas de Gorbachov, por muy vacilantes que fueran. Los que lo culpan de haber arruinado una economía soviética que funcionaba deberían recordarlo.

La idea de dignidad humana del exlíder soviético se extendía a la libertad de expresión. También era “increíble y humillante” que, en el marco del sistema soviético, las personas educadas tuvieran que vivir en un mundo de mentiras, consignas y censura oficiales. Gorbachov cambió la situación al liberar a la prensa y a las industrias creativas, al liberar a los disidentes y permitir que se reanudara la investigación histórica apropiada. Putin está haciendo que Rusia regrese a la represión al estilo soviético, mientras aplasta a los últimos medios de comunicación independientes, encarcela a la oposición y considera que reconocer que Rusia está en guerra es un delito.

La idea de Gorbachov sobre la dignidad humana también se extendió más allá de las fronteras de Rusia. La decisión más importante y ejemplar que tomó fue no enviar los tanques soviéticos a Polonia, Hungría o Alemania Oriental en 1989, cuando se desarrollaron los movimientos democráticos.

Durante un corto tiempo, un líder ruso se convirtió en un símbolo internacional de la libertad política. Cuando Gorbachov visitó Berlín Oriental en octubre de 1989, un mes antes de la caída del Muro de Berlín, la multitud coreaba “Gorby ayúdanos”. Cuando visitó Pekín en mayo, los estudiantes que protestaban en la plaza de Tiananmen lo aclamaron como un héroe, un líder que había demostrado que las autocracias podían reformarse y que no era necesario matar a los manifestantes en las calles. Ese sueño terminó con la masacre de la Plaza de Tiananmen, un mes después.

Es cierto que las respuestas de Gorbachov no siempre fueron nobles ni libres de violencia. Se le recuerda con amargura en los países bálticos por haber desplegado brevemente las tropas soviéticas en 1991 en un intento fallido de aplastar sus sueños de independizarse.

Pero, como los partidarios de Putin seguramente aseverarían, Gorbachov carecía de la crueldad necesaria para seguir luchando y matando hasta restaurar el dominio de Moscú. Putin está decidido a no repetir ese “error” y Ucrania ha pagado un terrible costo de vidas humanas por ello. Cuando salga a la luz la verdadera historia de lo que ocurrió durante el asedio ruso a Mariupol, podría revelar un crimen de guerra de proporciones históricas, con muchos miles de civiles muertos y enterrados en fosas comunes.

Para Putin, masacres como la de Mariupol son un mero detalle cuando se comparan con su misión histórica de restaurar la grandeza de Rusia. Las expectativas de una victoria sobre Ucrania que tenía al principio se vieron frustradas en pocos días. Pero se mostró indiferente al respecto, ya que se comparó con Pedro el Grande, cuya Gran Guerra del Norte duró más de 20 años antes de conseguir la victoria.

Es una comparación reveladora. Pedro el Grande era un déspota que se caracterizaba por su absoluta indiferencia ante la pérdida de vidas humanas. Muchos miles de personas murieron en la construcción de su nueva capital, San Petersburgo. Pedro también introdujo el reclutamiento militar obligatorio para impulsar sus guerras. Este es un paso que Putin no ha querido dar hasta ahora. A pesar de sus pretensiones zaristas, probablemente entiende los peligros que conlleva tratar a los ciudadanos del siglo XXI como siervos del siglo XVIII.

Puede ser que Putin crea que las victorias en el campo de batalla y la conquista territorial son las únicas formas reales de restaurar la grandeza nacional. Pero también debería importar lo que la Declaración de Independencia de EEUU llamó “un respeto decente a las opiniones de la humanidad”. La Rusia bélica no sale bien parada en este aspecto. Una encuesta internacional realizada por la Universidad de Pensilvania y otras entidades el año pasado concluyó que los tres países más admirados del mundo eran Canadá, Japón y Alemania.

Los tres países obtuvieron una alta calificación en medidas como el gobierno recto, el respeto por los derechos humanos y la justicia social. Son cosas que no tienen mucho valor para la Rusia de Putin, pero que las personas y los gobiernos que se preocupan por la dignidad humana se toman en serio.

Putin señaló su desprecio por estos valores (los valores que Gorbachov promovió) al declararse demasiado ocupado para asistir a su funeral. Los miles de rusos que pasaron ante el ataúd abierto de Gorbachov demostraron silentemente su desacuerdo.

Gideon Rachman

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