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El final de los sueños mágicos

Parece imposible recuperar nuestro sentido del pragmatismo.

Después del funeral de la reina Isabel, me prometí no escribir sobre Gran Bretaña durante mucho tiempo. Aunque soy nativo de Inglaterra, radico en EEUU desde hace bastante tiempo. Sin embargo, Gran Bretaña sigue siendo líder mundial en la generación de noticias, a menudo nefastas. Además, lo que ocurre allá se relaciona viralmente con las tendencias de aquí.

La calamidad totalmente previsible de la Trussonomía (la nueva palabra clave en inglés, llamada así por Liz Truss, para describir a la gente que no sabe lo que está haciendo) es bastante popular entre los conservadores estadounidenses. Nuestra política lleva años plagada de la maldición de los pensamientos o sueños mágicos: promesas que no guardan ninguna relación con la capacidad realista de cumplirlas; mentiras extravagantes que satisfacen alguna necesidad de autoengaño; credulidad disfrazada de un obstinado intento por “retomar el control”.

El conservadurismo de las mayores democracias de habla inglesa está inmerso en una carrera por ver cuál de ellas puede tocar fondo más rápidamente. Por el momento, el Reino Unido está a la cabeza. Al parecer, los operadores de la City han empezado a llamar a la libra esterlina “shitcoin“, lo que lo dice todo. Me temo que la variante de contagio Trump de Estados Unidos tendrá algo que decir al respecto en los próximos meses. Mi pregunta a los lectores de Apuntes desde el Pantano, la cual también intentaré responder, es si nuestras democracias pueden aprender de las desastrosas consecuencias que se desprenden del pensamiento mágico. ¿O seremos sociedades con demasiados problemas como para recuperar ese hábito de pragmatismo por el cual una vez fuimos legendarios? Rana, no hace falta decir que también te planteo esta pregunta a ti.

Es imposible responderla sin examinar cómo hemos llegado a esta situación crítica. Las condiciones para el populismo angloamericano se concretaron en la crisis financiera mundial de 2008. En realidad, fue más bien un colapso occidental (China e India siguieron creciendo y salieron relativamente indemnes). De hecho, sus principales responsables eran de la angloesfera. No hay nada que enfurezca más a la gente que el hecho de que se rescate a los ricos y a los que tienen buenos contactos mientras se deja al resto en la dificultad.

El destino quiso que la tarea de limpiar el desorden recayera en los gobiernos de centroizquierda de ambos lados del Atlántico: los laboristas de Gordon Brown y la joven administración de Barack Obama. La centroizquierda quedó así marcada por la imprudencia que desencadenó la crisis y fue la que más sufrió las consecuencias de su mal humor. Una de las víctimas de 2008 fue la “experiencia”: la idea de que las personas con títulos de economía o MBA sabían lo que hacían. La hipótesis del mercado eficiente de la Escuela de Chicago es responsable de esto en gran medida.

En un mundo responsable, se culparía en gran medida a la derecha por el fundamentalismo de mercado que se ha vuelto dominante desde la década de 1980. Pero fue la derecha la que se benefició políticamente de las consecuencias de 2008. La izquierda aplicó el estímulo anticíclico que ayudó a reactivar el crecimiento. Luego tuvimos seis años de austeridad procíclica, de 2010 a 2016, en los que las atribuladas clases medias se llevaron la peor parte del endurecimiento fiscal provocado por los Republicanos del Tea Party en Estados Unidos, y el gobierno conservador de David Cameron en el Reino Unido. Una vez más, fue la derecha la que se benefició perversamente de la rabia y la inseguridad resultantes. Pero era un tipo de derecha diferente a aquella con la cual crecimos. El doble choque del Brexit y la elección de Trump en 2016 fueron el punto álgido del pensamiento mágico. Al menos, espero que lo hayan sido.

Las encuestas de opinión en Gran Bretaña muestran un creciente arrepentimiento por el Brexit (“regrexit”, como lo llaman algunos en inglés). Por supuesto, es demasiado tarde para volver a entrar en la Unión Europea, y sería políticamente muy difícil de llevar a cabo. Pero es una señal de que la gente está digiriendo las lecciones de ese notorio referéndum. El partido laborista de Keir Starmer también tiene una ventaja de 30 puntos sobre los conservadores, lo que refuerza este punto. Eso nunca habría ocurrido con Jeremy Corbyn.

Quizá estemos realmente en un punto bajo del mal gobierno en Gran Bretaña. Espero que lo mismo se aplique a Estados Unidos, pero solo daría una probabilidad ligeramente por encima de la media de que Biden gane a Trump en la revancha de 2024. Si este último volviera al poder, o incluso uno de sus imitadores, como Ron DeSantis, la mágica y misteriosa montaña rusa de Estados Unidos caería de nuevo en picada, posiblemente de forma fatal.

El único plan claro que tiene Trump para un segundo mandato es obtener el poder de despedir a la burocracia federal y sustituirla por personas leales a él. Esto es una política antiexperiencia y anticalificación con esteroides. Rana, ¿cómo deberían los expertos recuperar la confianza del público? Pensaba que los científicos que respaldan la vacuna serían un ejemplo suficiente, pero parece que no.

Rana Foroohar responde

Ed, tres palabras: verdad y reconciliación. Esa es la única manera en que la clase dirigente de Estados Unidos o del Reino Unido podría recuperar la confianza de sus poblaciones.

He escrito extensamente sobre cómo no creo que hayamos conseguido una narrativa clara u honesta tras las crisis financieras sobre lo que salió mal en el capitalismo angloamericano (para obtener más información sobre esto, consulte mi primer libro). Desde entonces estamos recogiendo la cosecha política de eso.

Pero yo me remontaría aún más atrás, a la década de 1990, y al cambio en los partidos laboristas de ambos países, que se alejan de los trabajadores y se acercan al neoliberalismo. Ese es el tema de mi próximo libro, que saldrá a la venta el 18 de octubre (lo siento, es una publicidad desvergonzada, pero es totalmente relevante para tu pregunta). Esa filosofía política fallida encerró tanto a la izquierda como a la derecha en suposiciones sobre la teoría de la “eficiencia” por goteo, y la propia globalización sin restricciones, que acabaron siendo falsas y devastadoras para muchos en ambos países.

Así que aunque estoy de acuerdo en que tanto Trump como Truss son unos horrores, habría que remontarse a Bill Clinton y Tony Blair para entender la historia completa. En las próximas semanas escribiré mucho sobre el libro (y lo he adaptado para un próximo artículo del FT Weekend, así como para una serie de películas del FT) y hablaré de él con ustedes, próximamente, en nuestra Cumbre Global de Directores.

Edward Luce, Rana Foroohar

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