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Apuntes desde el Pantano – Verdades económicas incómodas

Debemos empezar a pensar en lo que significará la combinación de la desglobalización y las alzas de las tasas.

A diferencia de muchos progresistas, me preocupa mucho la deuda. La deuda pública, la deuda privada, la deuda personal… no me gusta ninguna de ellas. Tal vez pueda atribuirlo a mi educación como oriunda de la región central de EEUU o a que soy hija de padres inmigrantes. Me gusta tener dinero en efectivo en la mano, y siempre he estado dispuesta a pagar un costo para mantenerlo. Nunca se sabe cuándo llegan los malos tiempos.

Por eso me interesó especialmente un artículo de los economistas Francesco Bianchi, de Johns Hopkins y Leonardo Melosi –de la Fed de Chicago– que causó un gran revuelo la semana pasada en Jackson Hole. El título académico típicamente discreto, “La inflación como límite fiscal”, desmiente la exaltación que está generando en los círculos académicos, políticos e incluso en los medios financieros. El resultado aterrador del trabajo es que no importa lo que la Reserva Federal haga ahora en términos de subir las tasas para tratar de controlar la inflación. Si la política monetaria no va acompañada de una política fiscal adecuada (o, para ser más exactos, de una “política monetaria y fiscal mutuamente coherente”), el resultado será la estanflación.

Para algunas personas, esto podría sonar obvio, por supuesto que los banqueros centrales no pueden hacerlo todo ellos mismos. Y, de hecho, vale la pena señalar que los presidentes de la Reserva Federal, desde Ben Bernanke, han estado rogando al Congreso que haga su parte para ayudar al panorama económico estadounidense. Hasta hace poco, se trataba más bien de solicitar inversiones. Acabamos de atravesar un período de dinero fácil sin precedentes que habría sido el momento perfecto para realizar inversiones públicas y baratas en educación, infraestructuras, energías limpias… ya conocen la historia. En cambio, tenemos los recortes de impuestos de Trump y la recompra de acciones de las empresas.

Ahora, las tasas están subiendo; lo que significa que es una etapa más complicada para hacer inversiones, no solo por razones políticas sino porque, según el documento, es el momento de reducir la deuda, no de aumentarla. Permítanme hacer una pausa aquí y hacer mi gran advertencia (con la cual el coautor Francesco Bianchi estaría de acuerdo): no todos los gastos fiscales son iguales.

Los derechos no financiados son una cosa. Pero, ¿las inversiones en la transición tecnológica de nuestro tiempo, como la energía limpia, pagadas con impuestos a las empresas con mayores márgenes de beneficio que los que han tenido históricamente? Eso está bien. De hecho, como me dijo Bianchi, “este tipo de inversiones podría mejorar la posición económica de un país a lo largo del tiempo”, al crear puestos de trabajo y crecimiento e ingresos fiscales que reduzcan los déficits. De hecho, Bianchi estaba lógicamente un poco preocupado por el hecho de que al señalar que la deuda importa a la hora de luchar contra la inflación, corría el riesgo de ser etiquetado como un Republicano duro (no lo es).

Es evidente que la administración Biden entiende todo esto: véase el proyecto de ley de energía limpia que acaba de aprobarse bajo el título de “Ley de Reducción de la Inflación”. Pero esta idea de que los aumentos de las tasas y el deterioro de la situación fiscal no son una buena combinación se corresponde con otra verdad incómoda: la desglobalización, el cambio climático y el fin del mundo neoliberal pueden ser fundamentalmente inflacionarios, al menos a corto plazo.

Piensen en lo que se necesita para construir sistemas industriales más regionalizados, cadenas de suministro resistentes y un nuevo suministro de energía limpia. Todo ello es necesario, en mi opinión. También implica gastos, algo que genera inflación. Y ni siquiera estoy considerando lo que nuestro incipiente paso a un mundo posterior al dólar podría añadir a esta ecuación. Una cosa es gastar, gastar y gastar cuando el dólar es la moneda de reserva. Otra cosa es acumular deuda (de nuevo, me refiero a la deuda improductiva, aquí) cuando eso está cambiando.

¿Cómo se desarrollará todo esto? Ya escribí en el pasado sobre la posibilidad de un escenario de la “catástrofe del dólar” en el que caen tanto la moneda como los activos en dólares. No creo que nos dirijamos a eso ahora, en parte porque Estados Unidos sigue siendo la camisa sucia más limpia del armario. Todas estas tendencias que acabo de exponer golpearán aún más a Europa, y China se siente más arriesgada y aún más opaca de lo que siempre ha sido, con la posibilidad de que Xi Jinping pueda ungirse como gobernante de por vida. Así que los EEUU están a salvo por un tiempo. Pero tanto los Republicanos como los Demócratas tienen que empezar a pensar en lo que significará la combinación de la desglobalización y el alza de las tasas; es un tema que abordo en mi propia columna de hoy.

Mientras tanto, Ed, ¿guardas más dinero bajo el colchón estos días? ¿O los ingleses tienen otra costumbre?

Edward Luce responde

Rana, si te refieres literalmente a dinero en efectivo, la respuesta es no. Casi nunca llevo dinero en efectivo, ya que casi todo se puede pagar con plástico. Con la inflación de Estados Unidos a estos niveles –y la previsión de que la del Reino Unido llegue al 19 por ciento este invierno– es un momento especialmente malo para tener mucho dinero en efectivo. También podría aprovechar las ventajas de esas tasas de interés en alza.

Sin embargo, para ser sincero, aún no estoy seguro de estar de acuerdo con el cambio de paradigma que planteas. Sin duda, se está produciendo un elemento de desglobalización y eso está agravando el problema de la cadena de suministro, que es inflacionista. Me intrigó oír hablar en Jackson Hole de una nueva era de volatilidad tras 30 años de gran moderación. Esto suena inquietantemente verosímil y supondrá un reto para todos los ámbitos de la política económica, fiscal y monetaria.

En cualquier caso, me siento inusualmente humilde al anticipar lo que sucederá. Vivimos en una época en la cual frases como “reversión al promedio” y “en igualdad de condiciones” suenan cada vez más fantasiosas. Todo esto quiere decir que será más difícil hacer todo tipo de previsiones y que el riesgo político afectará todo. ¿Sustituirá un nuevo paradigma coherente al que muchos, incluso tú, creen que está desapareciendo? Creo que el futuro será más desordenado y menos coherente, lo cual no es bueno. Parafraseando al periodista Lincoln Steffens, no he visto el futuro, así que no sé si funciona.

Rana Foroohar, Edward Luce

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