Keivan Malhani, el joven que monitorea los satélites
Keivan Malhani representa lo que es este país demográficamente, culturalmente y socialmente hablando: un coctel de razas, etnias y nacionalidades que se fusionan, progresan y avanzan.
Este joven experto en probar antenas y sensores satelitales es hijo de Bizhan Malhani, iraní; y, de Carla Blásquez, mexicana. Habla español, algo entiende de farsi y se le da muy bien el lenguaje de la electrónica, la ingeniería en computación y la mecánica de autos. Su amigo del alma es brasileño y su mentor es peruano.
“Soy mitad iraní y mitad mexicano, pero me identificó más como hispano. No podía ser de otra manera con mi madre esforzándose para que mi hermana y yo aprendamos a hablar y escribir bien español. Me siento más conectado con la música, el arte, la literatura, la comida latina”.
Siendo un adolescente conoció a Anthony Nunez, un talento peruano en la robótica. “Es brillante en lo que hace y gracias a él me interesé en STEM. Creo que influyó que los dos tenemos raíces hispanas y que entendemos que para nosotros es un poco más difícil sobresalir en este campo. Sin su influencia mi recorrido profesional sería diferente”.
Trabaja en Northrop Grumman Corporation, una multinacional de tecnología aeroespacial. “Son satélites de más de $200 millones que pueden llegar a su meta en el espacio o fracasar. Para que salga perfecto se necesitan muchas pruebas. Me encargo de probar e integrar el sistema de sensores de las antenas de esos satélites”. Muchos son de comunicaciones del gobierno, otros sirven solo para monitorear el tiempo y el clima.
De niño no era un as para las matemáticas. Sus clases de robótica lo sumergieron en el coding y los números y las fórmulas tuvieron sentido. “En la escuela intermedia empecé un club de recursos renovables así terminé en STEM”.
Sus padres llegaron a Estados Unidos muy jóvenes. Ella trabajaba en la embajada mexicana y él estudiaba. Su crío empezó la escuela en Sterling y se mudaron a México por dos años. “Esa fue la mejor época de mi vida, me abrió los ojos a la cultura, a las relaciones humanas, a su comida. Cuando tenga mis hijos quiero vivir allá un tiempo”.
Mientras eso llega quiere terminar sus estudios en ingeniería eléctrica en Southern New Hampshire University y trabajar en Barcelona, España, en alguna rama de STEM. Aparte de computación, lo que lo atrae como un imán y sin posibilidades de escape es la mecánica de autos. Entrar a su Instagram es para encontrarse con cursos rápidos de mecánica automotriz y casi nada más.
Andrea de Paz, la pandemia le dio otra misión
La falta de oportunidades laborales expulsó a Andrea de Paz de San Rafael Sacatepequez (Guatemala). No estaba de brazos caídos, solo que el salario de alfabetizadora para adultos no alcanzaba.
Su padre ya vivía aquí, le ofreció su hombro para empezar un tortuoso camino de encontrar trabajo para pagar aquí y enviar a una remesa para el cuidado de su niña de dos años. “Fue difícil pero no tenía otra alternativa que salir adelante”, en esa tarea está.
Sus primeros trabajos fueron en restaurantes. Tuvo otra bebé, ésta se enfermó y buscó un empleo limpiando departamentos donde vivían universitarios y periodistas que nunca estaban en casa, así podía llevar a su niña. Vino un tercer hijo que al poco de nacido sufrió un derrame. Los días pasaban entre terapias y limpieza. Finalmente, el niño se recuperó.
Volvió a los restaurantes. Y llegó la pandemia. A este período entró siendo madre, esposa y desempleada, de éste salió siendo lo mismo y algo más: defensora de los derechos de las trabajadoras domésticas en DC.
En La Clínica del Pueblo estaban llenándose solicitudes para recibir ayuda. Por si acaso la llenó. A los pocos días la llamó Antonia Peña, líder de las trabajadoras domésticas. “Ven a recoger mil dólares”, le dijo. El dinero venía de Cares DC, gracias a la presión de la Alianza Nacional de Trabajadoras del Hogar.
Peña la invitó a las marchas de los excluidos, participó en curso de historia sobre las luchas sociales y le pagaron otro de liderazgo. “Supe que as las trabajadoras como yo la ley no nos ampara. Me dije no puede ser, somos seres humanos y me involucré”. Lo hizo con una condición: “voy, pero no me pongas hablar”.
Esta lucha necesita de mujeres y testimonios como el de Andrea en el concejo donde se está empujando la ley. “Puedes hacerlo”, le dijo Alana Eichner, organizadora de la Alianza. “Llena de miedo me arriesgué, desde entonces lo he hecho varias veces”.
Después de su trabajo cuidando a un niño va a las marchas y a los parques donde las niñeras llevan a los hijos de los empleadores. Les habla de que hay una organización que las ayuda y de la propuesta de ley.
“Me gustaría una ley que nos proteja, que reconozcan que dejan lo más preciado, que son sus hijos, sus ancianos y sus casas, en nuestras manos”. Ya no teme ponerse frente a los concejales. “Si hay que hacerlo, hay que hacerlo”.
Eichner la recuerda llegar acompañada de sus hijos, siempre dispuesta ayudar. “Supe que tenía mucho que dar. Ha crecido en liderazgo y estoy agradecida de que sea parte del movimiento”.