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Latinos, víctimas indefensas de la esclavitud moderna

En la comunidad hispana de EEUU, las víctimas, los traficantes de sexo y de mano de obra barata se parecen más a mí y a ti.

No son desconocidos tratando de ganarse la confianza de hombres, mujeres y niños con promesas de empleo, educación y oportunidades. Los tratantes son familiares, vecinos, amigos o amigas. Es decir, gente como usted y como yo, así afirman los expertos consultados por El Tiempo Latino.

Aproximarse a las cifras de explotación laboral y sexual no es una tarea fácil. “Es imposible cuantificar qué tan grave es esta lacra social”, dice Rafael Flores, director de comunicación bilingüe de Polaris Project.

Unas 82 mil 301 denuncias y 164 mil 839 víctimas, registradas por Polaris desde 2007, dan algo de luz a esta realidad. Solo en 2020 entraron 51 mil quejas, de esa cifra 10 mil 583 resultaron ser casos de trata de personas. Flores aclara que esta cifra no representa la real magnitud del problema.

En el área metropolitana, los latinos que trabajan cortando el césped o embelleciendo los jardines están entre las víctimas de explotación laboral. | Foto: Olga Imbaquingo / ETL.

“Es un drama en la sombra. No se sabe quién está viviendo esta situación hasta que buscan ayuda”, afirma Heidi Álvarez, directora del Centro SAFE para los sobrevivientes de tráfico humano, de la Universidad de Maryland. “Para los afectados es difícil saber dónde termina la frontera de la relación laboral o romántica y empieza la de la explotación”.

Blanca (*) en su país era supervisora de ventas, estudiante universitaria y madre soltera. Sacar adelante a su familia era una tarea cuesta arriba. En cambio, a una amiga de su madre parecía irle muy bien en Estados Unidos y siempre hablaba sobre cómo la vida era más fácil aquí.

Esa amiga se ganó el cariño de Blanca y sus niños y un día le mandó un mensaje: “Vengase aquí le doy trabajo, luego me paga el viaje y así usted sale adelante con sus hijos”. La mujer dijo que sí y se dispuso a cruzar la frontera con su niña más pequeña en brazos.

“Empecé a trabajar en la compañía de limpieza que ella tenía. Nunca me dijo cuánto me pagaría y yo tenía pena de preguntar. Trabajaba desde las 6:30 am a las 4 pm. Luego me llevaba a limpiar las máquinas y el piso de una lavandería que había comprado. Mi jornada terminaba a las 11 de la noche sin días de descanso”. ¿Su paga?, $250 dólares semanales, de los cuales le descontaba los gastos del viaje y la renta de la habitación. “Casi no me quedaba ni para comer”.

Un negocio de la avaricia

Sin restarle gravedad al delito de la trata sexual, entre los latinos, la explotación laboral, como lo vivido por Blanca, es lo más común en este negocio que se alimenta de la pobreza, la necesidad y la desesperación de las víctimas.

El testimonio de Blanca rompe el mito de que esta ilegalidad lo cometen solo desconocidos. “El tratante es alguien de nuestro alrededor, que se aprovecha de las vulnerabilidades, necesidades, desconocimiento del país, del idioma y de una geografía distinta. Es alguien que siempre los amenaza con ponerles ‘la migra’ por delante”, señala Flores, para quien el abuso y explotación a los jornaleros mexicanos que entran con las visas de trabajo temporal es muy frecuente.

“Enjuicié por tráfico humano a una mujer de no más de metro y medio de altura, a los dueños de dos restaurantes, a un hombre de 85 años y a otra mujer de 65 años” aseguró Renee Battle-Brooks, directora ejecutiva de la Comisión de Derechos Humanos del condado de Prince George en Maryland.

La agricultura es una de las industrias donde más se explota a los trabajadores hispanos, a través de las visas temporales. | Foto: Departamento de Trabajo

“El tratante es ese o esa que llega hasta el negocio de lavandería y pregunta ‘¿cuánto te pagan?, si quieres puedo ayudarte a ganar más’ o puede ser el vecino captando niñas y niños entre 11 y 14 años”, asegura la funcionaria.

Es preciso hacer la distinción entre el tráfico y la trata. El primero lo cometen los coyotes y el segundo conlleva delitos de fuerza física, fraude (ofertas laborales falsas) y coerción (retención en contra de la voluntad). De los dos tipos de tratas, la sexual es la más conocida, denunciada, más fácil de identificar y moralmente condenable, mientras que la laboral es menos reconocible y pasa en ambientes legales.

La explotación parece tan normal en los campos agrícolas, en las factorías de cortar carne de Delaware, en los aserraderos de Dakota del Sur o en las fábricas de marcas conocidas de cereales en Míchigan.

Así lo expuso un extenso reportaje de The New York Times, el cual también fue publicado en español en exclusiva en la edición impresa de El Tiempo Latino el 10 de marzo.

Allí están retratadas las vidas de los niños centroamericanos y sus interminables horas de trabajo, así como sus pagas miserables; expuestos a peligrosos accidentes de trabajo, casi sin tiempo para la escuela, ni derecho a la salud.

Un problema que afecta a todos

“En Maryland, lo que más se ve es la explotación en el trabajo doméstico, en restaurantes, jardinería y limpieza. Muchas son latinas, pero no todas. También hemos visto casos de explotación laboral y sexual combinados”, dice Álvarez.

Battle-Brooks insiste en desmitificar la creencia de que la trata solo afecta a los inmigrantes. “Estamos viendo casos contra quienes nacieron o llevan viviendo aquí mucho tiempo, contra la comunidad LGBTQ y las personas con discapacidades”, comenta. “Desde octubre de 2019, en Maryland es ilegal la explotación laboral, ahora sabemos que pasa en los restaurantes, salones de uñas, peluquerías, en la agricultura, construcción y entre los jornaleros”. A ella le preocupa que muy pocos casos llegan hasta la Policía.

Bajo la premisa de que el conocimiento es poder, en Prince George hay entrenamiento de prevención y alerta en las comunidades, en cualquier idioma. ¿El pedido de Battle-Brooks?: “Si se sienten víctimas o si sospechan que alguien está siendo explotado vengan a nosotros o vayan a la Policía. No les preguntaremos si tienen o no papeles. No somos inmigración”.

En el área metropolitana de DC hay recursos y asistencia legal para las personas que han sido víctimas de explotación, ellas pueden aplicar a la visa T. | Foto: Cortesía Polaris Project.

Según el reporte de Polaris de 2021, en DC se registraron 175 llamadas y se identificaron 44 víctimas. En Maryland hubo 751 denuncias con 118 casos probados y en Virginia se reportaron 583 llamadas y 143 perjudicados.

En zonas de inmigrantes lo común son las injusticias laborales. Según Flores, “es la esclavitud moderna y afecta a todas las razas”. A estos abusos ni la pandemia les puso un coto temporal. Los tratantes sexuales adaptaron su actividad económica ilegal llevándola al hogar y al reclutamiento online. En lo laboral se recibieron más denuncias de la industria agrícola, pero se redujeron en los hoteles, restaurantes y jardinería, según el directivo.

No es fácil romper la cadena

“Ella aducía que así era aquí, que más adelante me pagaría mejor y que, sin papeles, nadie me daría empleo. No tenía permitido hablar con desconocidos, no podía salir a la calle ni para tomar aire sin antes avisarle, en el trabajo [todo era] humillaciones y malos tratos. En la casa se comía una vez al día, porque no le gustaba ensuciar la cocina. Siempre mencionaba a la policía, lo fácil que sería deportarme y de lo muy generosa que era por haberme traído”.

Lo vivido por Blanca es explotación laboral y de acuerdo a la delegada de Maryland, Dani Taveras, “no podemos seguir tapando el sol con un dedo, hay que traer a todo el mundo a la mesa para ponerle cara al problema”.

La dificultad está es que muchas víctimas no saben que eso es fraude, chantaje, coerción y abuso. Ellas creen que solo se toparon con la mala suerte de un trabajo en pésimas condiciones y con un mal jefe que no paga bien.

Bajos salarios, muchas horas de trabajo y días sin descanso, es parte de una realidad muy común entre los trabajadores de limpieza. | Foto: Olga Imbaquingo / ETL.

Cuando buscan ayuda lo hacen por razones distintas, porque no saben que están siendo explotados. Álvarez describe características de los perfiles de los delincuentes: “Si empezó como una relación romántica en su país de origen, viven como si estuvieran casados y a veces tienen hijos, no es tan fácil ver las alarmas y romper esa cadena. A veces son hombres explotando a mujeres o mujeres abusando de otras mujeres y de niños”.

El trabajo de SAFE cuando llega una víctima es indagar si está pensando en escapar de esa situación, si no lo sabe, le ayudan a entender su realidad y los riesgos. Cuando está lista se pone a rodar un plan de salvación, pero muchas veces -puntualizó Álvarez- “nos encontramos que, para nuestros clientes, especialmente de Latinoamérica, si existe una relación de confianza y de dependencia económica y si tienen niños con el tratante es muy complicado tomar esa decisión”.

Esto es similar a las relaciones de violencia doméstica, puede tardar meses y hasta años hasta asumir que se está viviendo en un territorio con muchas áreas grises.

“Yo logré sobrevivir”

La tratante de Blanca revisaba sus llamadas, el día en que descubrió que le contó a su madre lo que estaba viviendo, le quitó el celular y cambió la contraseña de internet. Dos días después la echó a la calle sin sus documentos y con lo que llevaba puesto. “Viví un calvario, terminé aceptando ayuda de desconocidos que quisieron abusar sexualmente de mí. Alguien me dio la dirección de un albergue y por la gracia de Dios me aceptaron. Allí viví nueve meses”.

Para las víctimas de explotación sexual y laboral, el paso más difícil es poner la denuncia en la policía. | Foto: Cortesía Polaris Project.

El día en que Blanca logró comprar un teléfono, el buzón de mensajes estaba lleno de amenazas e insultos de la mujer que la explotaba. “He trabajado limpiando casas, cortando césped y durante la pandemia en un laboratorio y en una lavadora de autos”.

Ahora recibe apoyo de SAFE. “Ellos han salvado mi vida, me han dado asesoría legal, terapia psicológica, soporte económico para la renta, cursos de empoderamiento, inglés y comida por más de dos años. Mi objetivo era conseguir un estatus en este país, lo cual ya es un hecho. Estoy más que agradecida con Dios y con ellos”.

En este proceso ha ido curando las heridas que le dejó el reconocerse como una víctima de explotación, vejación y engaño. “Hay varias organizaciones que ayudan, pero la lista es larga y solo lo hacen si hay un reporte a la Policía. ¿Puedes creerme cuando te digo que muchas personas no tienen el valor de hacerlo?, la gente sufre en silencio, cuesta aceptar que estás en el ojo del huracán, porque el abusador trabaja sigilosamente, no da tiempo para reaccionar y te mete miedo”, relata Blanca.

Blanca teme reencontrarse con su abusadora o que viaje a su país y lastime a sus hijos. Sus preocupaciones sobre la falta de un techo definitivo para ella y su niña se alivianan al recordar que los abogados que tomaron su caso lucharon para apoyarla.

“Es cuestión de tiempo para encontrar un mejor trabajo y un lugar donde vivir. He aprendido el idioma, las terapias me ha hecho cambiar de perspectiva. SAFE no me ha soltado de la mano y yo logré sobrevivir”, expresó.

La queja más común entre los jornaleros, además de la falta de trabajo, es el robo constante de sus salarios. | Foto: Celestino Barrera
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