Apuntes de Año Nuevo sobre los grandes temas económicos que nos afectan.
En mi última columna, advertía a los bancos centrales que el rápido crecimiento salarial no representa necesariamente un peligro inflacionario que exija una política monetaria más restrictiva para frenar el crecimiento del empleo y de los ingresos. Podría, en cambio, estar reflejando un mercado laboral más competitivo, entre los trabajadores. Si hay más trabajadores que antes que pasan de empleos peor pagados a otros mejor pagados, la aceleración salarial es un buen indicador de que se está redistribuyendo la mano de obra hacia actividades más productivas. (Al fin y al cabo, los empleadores a los que se cambian los trabajadores sólo podrían pagar esos salarios más altos si la productividad lo justifica).
El mes pasado, David Autor, del MIT, presentó las conclusiones que, junto con Arindrajit Dube y Annie McGrew, ha extraído de los datos de una encuesta de población en Estados Unidos. Quiero destacar cuatro puntos de su presentación.
En primer lugar, el crecimiento salarial ha sido mucho mayor para los puestos peor remunerados desde el inicio de la pandemia, lo cual revirtió bruscamente décadas de creciente desigualdad salarial. Esta reciente compresión salarial es de amplio alcance. Se ha producido entre ocupaciones, entre jóvenes y mayores, entre los que tienen menos y más estudios, y en beneficio de las minorías.
En segundo lugar, aunque la inflación es elevada, los salarios más bajos han registrado un aumento real. Esto es cierto incluso para el periodo más corto de sólo los últimos 12 meses.
En tercer lugar, la gente cambia de trabajo mucho más rápido que antes de la pandemia. Y la movilidad laboral ha aumentado sobre todo entre los trabajadores jóvenes con escasa educación formal; es decir, las personas con más probabilidades de haber estado antes atrapadas en empleos malos y mal pagos.
En cuarto lugar, la mayor aceleración del crecimiento salarial se produce entre los que cambian de empleo y no entre los que permanecen en el mismo. Los datos muestran dos cosas distintas: (i) el crecimiento salarial es siempre mayor para quienes cambian de empleo; y, (ii) esta ventaja sobre quienes permanecen en su anterior puesto se ha duplicado aproximadamente en mercado laboral actual.
Esto debería hacernos replantear la historia estándar que se nos cuentan sobre un mercado laboral peligrosamente “ajustado”. Por un lado, los indicadores habituales de sobrecalentamiento pueden no estar diciendo lo que pensamos. En concreto, las elevadas tasas de desocupación pueden no ser señal de que una demanda excesiva presiona al alza los precios, sino reflejar que hay más trabajadores sin vinculación permanente (especialmente los de salarios bajos). Al fin y al cabo, cuantos más trabajadores se desplacen, más frecuente será que los empresarios busquen nuevo personal. Por tanto, deberíamos esperar una mayor tasa de vacantes para cualquier situación de demanda agregada. De hecho, otras mediciones de las vacantes sugieren que el mercado laboral estadounidense está menos “ajustado” de lo que parece según el criterio convencional.
Más fundamentalmente, si una mayor movilidad laboral aumenta la productividad —como Autor y sus colegas afirman que debería ocurrir en teoría—, entonces la actual dinámica laboral debería ampliar la capacidad de producción de la economía. Supondría una presión para bajar los precios, no para subirlos —y, por tanto, una razón para que los bancos centrales relajen la política monetaria en lugar de contraerla.
Sin embargo, esta especulación choca con el hecho de que, hasta ahora, es difícil detectar en las cifras un aumento de la productividad (a diferencia de lo que ocurría al principio de la pandemia). Como muestra un reciente reportaje del New York Times, muchas empresas descubren que una mayor rotación de personal reduce temporalmente la productividad porque hay que dedicar más tiempo a la formación.
Pero la palabra clave aquí es “temporal”. La producción por hora trabajada en Estados Unidos cayó en los dos primeros trimestres de 2022. Pero ese descenso se produjo después de un pico al inicio de la pandemia que duró más de un año. La productividad volvió a subir en el tercer trimestre de 2022 en el conjunto del sector privado, pero siguió bajando en las compañías no financieras.
Así que analicemos cómo se comportó la productividad durante todo el periodo pandémico, incluso tanto durante el aislamiento como en la recuperación. Tomando los últimos tres años de datos disponibles, desde el tercer trimestre de 2019 hasta el tercer trimestre de 2022, la producción no agrícola por hora trabajada creció un 1,6 por ciento anual (1,3 para el sector corporativo no financiero). Se trata de la misma tasa de crecimiento de la productividad que en los tres años anteriores, y es más elevada que la tasa promedio de los 12 años precedentes (periodo que abarca la gran crisis anterior). Por lo tanto, la productividad se mantiene en la tendencia anterior a la pandemia o por encima de ella. Teniendo en cuenta todas las interrupciones de los últimos tres años, es un buen resultado.
Me volví a reunir con Dube, uno de los investigadores, para entender mejor los datos del estudio. Free Lunch ha presentado anteriormente su trabajo sobre los salarios mínimos y los subsidios de desempleo complementarios de la época de la pandemia en Estados Unidos. Dijo que su interpretación de los datos es, en efecto, que los trabajadores están pasando de empleos de menor productividad a otros de mayor productividad, pero se pregunta si deberíamos esperar a que esto se refleje en los datos de productividad agregada en medio de “todo el ruido de fondo” de cierres y reaperturas. Sugirió que también podría haber “sufrimientos de crecimiento” relacionados con la contratación y la capacitación: “mientras tanto, los nuevos trabajadores pueden no ser tan productivos a corto plazo”.
Así que debemos observar cómo evolucionan los datos de productividad. Pero al menos hay motivos para ser optimistas Y —al menos en mi opinión—, está el correspondiente margen para la cautela sobre el endurecimiento de los bancos centrales. Dube señaló que “la historia habitual sobre cómo puede cobrar fuerza una espiral de precios y salarios es que las expectativas de inflación cambian y los trabajadores negocian salarios más altos”. Pero los que se quedan en el mismo empleo, dice, “no han tenido un crecimiento salarial inusualmente alto”. Todo está impulsado por los que cambian de trabajo”. Esto, según Dube, “limita el alcance de las presiones inflacionarias” provenientes de los aumentos salariales que realmente se observan.
Para aclarar, estos resultados se refieren únicamente a la economía estadounidense. Aunque la mayor parte de Europa también registra tasas de vacantes históricamente altas, no he encontrado todavía datos oportunos sobre los traslados de un puesto de trabajo a otro para ver si esa tasa también ha subido. Por lo tanto, aunque esta visión benigna del crecimiento salarial sea correcta para Estados Unidos, no está tan claro para Europa. Dube señaló que, debido a una legislación más estricta en materia de salario mínimo, en Europa no hay tantos empleos mal pagados como los que su equipo encontró en Estados Unidos. Y otra “razón por la que puede haber ocurrido más en Estados Unidos es porque la política de ayudas buscó que irónicamente parecía en aquel momento la peor opción”, es decir: dejar que la gente perdiera su trabajo y pagar los subsidios de desempleo en lugar de proteger las relaciones laborales con cesaciones temporales.
Martin Sandbu
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