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Xi se enfoca en la economía y la rivalidad con EEUU

En una votación ritual sin precedentes, la asamblea legislativa controlada por el Partido Comunista oficializó a Xi Jinping para un tercer mandato como presidente de China, consolidando su dominio.

Al iniciar su nuevo mandato como presidente de China y líder más poderoso en décadas, Xi Jinping está dando señas de que se prepara para una era de contienda entre superpotencias, incluso mientras intenta reactivar una economía maltrecha.

Nunca hubo serias dudas de que Xi, tan dominante como cualquier líder chino desde Mao Zedong, sería refrendado para un tercer mandato de cinco años como presidente del Estado en una reunión anual de la Asamblea Popular Nacional, la máxima legislatura. En octubre, ya se había asegurado cinco años más en el cargo más poderoso de secretario general del Partido Comunista. El viernes, los 2.952 delegados del congreso, elegidos por su lealtad al Partido Comunista en el poder, cumplieron su promesa y votaron unánimemente a favor de mantener a Xi como presidente.

Pero con su poder personal aparentemente asegurado, Xi se enfrenta al reto urgente de reactivar la economía china, que se tambaleó bajo tres años de estrictas restricciones COVID, medidas enérgicas contra los promotores inmobiliarios y los gigantes tecnológicos, y una escalada de las tensiones con Estados Unidos y sus aliados.

Xi aprovechó la semana pasada en el Congreso para proyectar su determinación de revitalizar la economía china. Ese mensaje ha ido acompañado de un grito de guerra para que la nación se una a él para hacer frente a los desafíos planteados por las potencias occidentales que, según él, tratan de contener el ascenso de China.

Algunos inversionistas chinos y extranjeros esperaban que la imperiosa necesidad de restablecer el crecimiento llevara a Xi a relajar el control estatal sobre la economía y a tomar medidas para aliviar las tensiones geopolíticas. Al menos por el momento, Xi ha dado a entender que, aunque China intente reparar su economía, está dispuesta a hacer frente a las sanciones y restricciones impuestas por Estados Unidos a las empresas chinas y a su creciente despliegue militar en Asia.

Xi y el presidente Joe Biden se habían estado moviendo para reducir las tensiones, pero sus esfuerzos se han visto superados por las disputas sobre un globo de vigilancia chino y la acusación de la administración Biden de que Pekín estaba considerando enviar apoyo letal a las fuerzas rusas que luchan en Ucrania. El ministro chino de Asuntos Exteriores, Qin Gang, declaró esta semana que Pekín “no ha proporcionado armas a ninguno de los bandos del conflicto”.

“Este periodo va a ser importante para ver si Xi se arrepiente o no. Yo no esperaría que cambie mucho de lo esencial”, declaró en una entrevista Christopher K. Johnson, antiguo analista de la CIA y miembro del Centro de Análisis de China de la Asia Society. “Xi no está en una ‘ofensiva seductora’ en la que busque corregir el error de sus formas”.

El poder legislativo está a punto de aprobar un aumento del 7,2 por ciento del gasto militar chino este año, lo que aumentará el potencial del Ejército Popular de Liberación para proyectar su poder lejos de las costas chinas. Xi también declaró que China se enfrenta a “una contención, un cerco y una represión totales” por parte de Estados Unidos y sus aliados.

“En el próximo periodo, los riesgos y desafíos a los cuales nos enfrentamos serán cada vez más numerosos y sombríos”, dijo Xi, al tiempo que instó a los funcionarios a mantener “la calma y la concentración”, mientras se preparan para la “lucha”.

Para hacer frente a estos retos, Xi ha insistido en la necesidad de que China deje de depender de las tecnologías y conocimientos occidentales y se fortalezca frente a los riesgos para la seguridad alimentaria y energética. Ha poblado las altas esferas del gobierno con sus leales y aliados para llevar a cabo su agenda.

Se espera que el número dos de Xi, el nuevo primer ministro chino, Li Qiang, se centre en el crecimiento. La arrolladora política de “cero COVID” del partido, plagada de cierres y cuarentenas, se tradujo en un crecimiento del 3 por ciento el año pasado, inferior al previsto. El desempleo entre los jóvenes urbanos aumentó hasta casi el 20 por ciento en los peores meses de 2022.

“Soy optimista y creo que, en cuanto concluya la Asamblea Popular Nacional y Li Qiang haya asumido plenamente el poder, China pondrá en marcha medidas para aumentar la confianza del sector privado”, declaró Wang Xiangwei, antiguo redactor en jefe del diario The South China Morning Post de Hong Kong.

“Si se quiere reactivar la economía china, hay que confiar en el sector privado”, dijo en una entrevista Wang, quien hoy en día se dedica a publicar un boletín sobre política china. “Sin embargo, el sector privado se ha visto tan afectado que no basta con meras palabras para calmar sus preocupaciones”.

Xi y sus principales lugartenientes aún no han ofrecido respuestas concretas a las profundas preocupaciones de la comunidad empresarial privada china sobre el papel cada vez más intrusivo del gobierno y las restricciones a la inversión privada. El gobierno ha estado exigiendo a las empresas que transfieran una pequeña participación y un puesto en el consejo de administración al gobierno y ordena a las empresas que fomenten y consulten estrechamente a las células del Partido Comunista en sus plantillas. Aunque China intente restablecer la confianza de los inversionistas, muchas de esas políticas podrían mantenerse.

Kou Chien-Wen, profesor especializado en política china de la Universidad Nacional Chengchi de Taipei, se refirió a los dirigentes chinos: “Como ahora se enfrentan a lo que consideran un entorno inseguro en casa y en el extranjero, están tomando medidas para concentrar el poder, no para desprenderse de él”.

Chris Buckley, Keith Bradsher – The New York Times

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