La nueva guerra fría hace más probable otra pandemia.
Opinión de Edward Luce.
Los virus se alimentan de la ignorancia. Al negarse a cooperar con las investigaciones sobre los orígenes del Covid, China se perjudica así misma. No sólo profundiza el temor de que China se demore en alertar al mundo sobre el próximo brote de un nuevo virus, sino que aviva las teorías conspirativas de que el coronavirus fue un complot chino.
Más de tres años después de la aparición del Covid, el mundo ha avanzado poco en lo que respecta a prepararse para la próxima pandemia, que probablemente sea cuestión de tiempo. El hecho de que Estados Unidos y China estén inmersos en una guerra fría hace que esa transparencia parezca cada vez más remota. Las guerras frías tienen su origen en la desconfianza. Los sistemas mundiales de alerta sanitaria se basan en la confianza.
Que el Covid hay surgido accidentalmente de un laboratorio de Wuhan o de un mercado de mariscos es casi irrelevante. La semana pasada, el Departamento de Energía de Estados Unidos coincidió con FBI en afirmar que creía que el virus se había filtrado desde un laboratorio chino. Ninguno de los dos confía plenamente en esa explicación, al tiempo que la CIA está indecisa. Otros organismos gubernamentales estadounidenses creen que es más probable que el Covid provenga de un animal.
Puede que nunca lleguemos al fondo de esto. Pero descubrir los orígenes del Covid no es la verdadera preocupación. Sea cual sea la opinión al respecto, la mayoría de los científicos coinciden en que la próxima pandemia podría originarse en la naturaleza o en un laboratorio. El interés de la humanidad es impedir que ocurra. La parálisis diplomática entre EEUU y China complica mucho las cosas.
La creciente tendencia de Estados Unidos a demonizar a China —y el hecho de que China siga suministrándole material — representa una amenaza para la salud mundial.
Ninguna parte del espectro político estadounidense se ha cubierto de gloria. En la izquierda, y en gran parte de los medios de comunicación, se tiende a menospreciar de conspiración, o incluso de racista, cualquier teoría sobre una fuga de laboratorio. En parte, fue una reacción a que el entonces presidente Donald Trump hablara de la “gripe china” y del “virus de Wuhan”. El hecho de que Trump haya comenzado la pandemia felicitando repetidas veces a Xi Jinping por su gestión de la misma hace de esto algo aún más extraño.
Para la derecha, el Covid era un arma ideal para denunciar las perfidias de la China comunista. La frase “China mintió, los estadounidenses murieron” se impuso rápidamente y perdura. A menudo, las mismas figuras que afirmaban que Pekín había ocultado los orígenes del mortífero virus, o que lo había diseminado como arma biológica, insistían en que el Covid no era peor que la gripe.
Los guerreros culturales están rara vez sobrados de lógica. La rabia contra ellos cegó a los liberales ante la posibilidad de que el virus hubiera escapado de un laboratorio. Para aclarar: la gente sin formación científica se maneja con el tipo de certeza que los científicos están entrenados para evitar.
La postura de los estadounidenses ante el Covid depende en gran medida de su política. Lo mismo ocurre con la geopolítica. Vale la pena destacar que Estados Unidos y China aún no estaban en una guerra fría cuando estalló el Covid. Pocos observadores negarían que ahora sí lo están. Por lo tanto, la enfermedad puede ser tanto un acelerador de una nueva guerra fría como un subproducto de la misma. China tiene gran parte de la culpa. Los salvajes cambios de política en cuanto al Covid que ha hecho Pekín han contribuido a la creciente sinofobia bipartidista de Estados Unidos. Se destacan dos efectos.
En primer lugar, China da la impresión de tener algo que ocultar. Ha penalizado a cualquiera que alegara falta de transparencia.
Australia, que fue el primer país en solicitar una investigación en 2020, pagó el precio más alto cuando Pekín impuso fuertes aranceles a una serie de exportaciones australianas. Si Xi pensó que matando a la gallina asustaría al mono, le salió el tiro por la culata. La reacción de China hizo que Australia se volviera más agresiva y no sirvió para disuadir a Estados Unidos. China aceptó finalmente una investigación de la Organización Mundial de la Salud, pero la cerró después de que los científicos solicitaron acceso al laboratorio de virología de Wuhan.
En segundo lugar, los giros de 180 grados que hizo Xi en cuanto al Covid han dañado la reputación de China. Respaldan a quienes sostienen que la política exterior estadounidense debe responder al carácter interno de un régimen, más que a sus intereses nacionales. Cualesquiera que sean los defectos de Estados Unidos, para una democracia sería muy difícil acallar las investigaciones sobre una pandemia, y mucho menos encarcelar a sus denunciantes, como hizo China.
La intención de Joe Biden es tanto cooperar como competir con China. Combinar estos objetivos contrarios siempre iba a ser una tarea complicada. Ahora es tremendamente difícil de imaginar. Debido a que Pekín se resiste a actuar como ciudadano del mundo en los sistemas de alerta de pandemias —además del cambio climático y otras amenazas comunes—, escuchamos a Washington hablar mucho menos de cooperar con China y mucho más de enfrentarse a ella.
Si el pasado es el prólogo, la próxima pandemia probablemente provenga de China. Esto es simplemente una consecuencia de la densidad de población. Es comprensible que Pekín reaccionara a la defensiva ante cualquier insinuación de que causó una enfermedad que se cobró cerca de 7 millones de vidas y costó al mundo millones de millones de dólares. Pero es contraproducente. Si se enfría la pista científica, está garantizado que la atención estará centrada en la naturaleza del sistema político chino.
El costo del Covid también puede medirse en daños a la psicología global, incluido una forma de Covid largo diplomático. La superpotencia del mundo y su gran potencia en ascenso trabajan ahora desde casa y alimentan la paranoia mutua. Cuando recordemos el Covid, quizás ese sea su mayor costo.
Edward Luce es el editor nacional del Financial Times para EEUU y columnista sobre temas de política y economía. Anteriormente fue jefe de la oficina de Washington y trabajó en varias otras sedes del Financial Times alrededor del mundo. Luce también se desempeño como redactor principal de discursos para el secretario del Tesoro, Lawrence H. Summers, durante la administración de Bill Clinton.
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