Aparece a nuestro alrededor de forma inesperada.
Según el presidente de la Reserva Federal Jay Powell, nos espera un “período sostenido de crecimiento por debajo de la tendencia”, mientras el banco central sigue atacando la persistente inflación. Éstas fueron las sombrías noticias que llegaron desde Jackson Hole el viernes, y ciertamente no me sorprendieron. ¿Cómo puede alguien pensar que después de 30 años de tasas de interés reales a la baja y de un “crecimiento” que ha dependido mayormente del sector financiero, no iba a haber que pagar un precio inflacionario?
Todos conocemos el panorama general. Pero la inflación no se limita a las cifras habituales. Me parece que está apareciendo a nuestro alrededor en lugares y formas que no esperamos. Por ejemplo, observe cómo algunas empresas están achicando el tamaño de los productos en lugar de cobrar más por ellos. ¿Ubica el medio litro de helado Häagen-Dazs? Fíjese bien y verá que de tener 16 onzas pasó a 14 onzas (me doy cuenta de estas cosas cuando me estoy comiendo la mitad del cada vez más costoso envase frente al televisor). Las compañías, desde Pepsi hasta McDonald’s, pasando por Domino’s, P&G y Target, mantienen los precios bajos mediante lo que yo llamo la “reduflación”, es decir reducen el tamaño del papel higiénico, las barritas de avena, la pizza y los refrescos.
También los servicios sufren la reduflación en los estándares. Empecé a notar esto en los últimos seis meses, más o menos, ya que he estado viajando más. Los costos laborales y la escasez de mano de obra en el sector de viajes y turismo implican más trabajadores con contratos a corto plazo y becarios. Tal vez por eso me entregaron la tarjeta de embarque de otra persona en un vuelo reciente y logré pasar la puerta con ese pase. En mis vacaciones de invierno en Jackson Hole me alojé en un antiguo Best Western que había sido comprado por propietarios de hoteles boutique que lo pintaron y cobraron el cuádruple de los precios habituales, a pesar de que la mayoría de los empleados eran claramente universitarios contratados en el extranjero que no tenían experiencia en complejos turísticos. La calefacción de ventana se averiaba continuamente y el servicio de habitación era inexistente. Calificar este lugar con tres estrellas habría sido una exageración, y cuatro estrellas era una broma. El único alojamiento en la ciudad que parecía haber mantenido los estándares normales de servicio era el Four Seasons, pero, lamentablemente, costaba $2.000 la noche.
Después de la pandemia, nos acostumbramos a hacer más con menos, y a pagar más por ello. Esta es una de las razones por las cuales los márgenes de ganancias de las empresas son más altos de lo que han sido desde 1950. Las compañías se niegan a asumir el dolor de la inflación y lo trasladan a los consumidores. Así pues, quizá Joe Biden y los defensores de la reforma antimonopolio, como Lina Khan, de la Comisión Federal de Comercio, tengan algo de razón en lo que respecta a la subida abusiva de precios.
¿Pero cómo es que la gente puede seguir pagando? Porque el quinto más rico de la población representa aproximadamente el 60 por ciento del gasto (un tema que mencioné en mi columna de esta semana). Según un reciente análisis del American Enterprise Institute, ese grupo ha disfrutado del 80 por ciento del efecto riqueza proveniente de la subida de los precios de los activos en los últimos años (ya que reciben una mayor parte de su remuneración en acciones, y disponen de fondos de jubilación mucho más grandes y de un mayor capital inmobiliario). Esto no es algo que se contabilice en los datos oficiales de inflación. Y es algo de lo que muchos pensadores económicos conservadores nos han dicho que no debe preocuparnos. ¿A quién le importa el patrimonio de los “ricos y los que tienen yates”, por citar el maravilloso artículo de Evan Osnos que Ed señaló la semana pasada, cuando la mayoría de los estadounidenses no tiene ningún activo? El impacto inflacionario de las tasas bajas no debería perjudicarlos, así que ¿qué le importa a alguien que vive al día si Jeff Bezos vale $500 millones o varios millardos?
Creo que estamos empezando a tener una nueva respuesta a esa pregunta. No es solo la desigualdad de ingresos lo que importa, sino la desigualdad de activos. La inflación de los activos provocada por tres décadas de crecimiento altamente centrado en el sector financiero ha creado una clase consumidora lo suficientemente grande en Estados Unidos como para que los ricos puedan seguir gastando a pesar de que haya más y más subidas de las tasas. La compra de viviendas al contado se ha convertido en algo habitual. Los códigos postales influyen más en los resultados laborales futuros que el esfuerzo. Las transferencias intergeneracionales de riqueza son necesarias para una educación decente. No se trata de un puñado de oligarcas que hacen subir los precios. Son los ricos en general. Por eso las ventas tanto de la crema facial La Mer como de Spam van bastante bien, como ha señalado mi colega Andrew Edgecliffe-Johnson. También es la razón por la cuel el bienintencionado programa de alivio a los préstamos estudiantiles de Biden no resolverá el problema subyacente de que la educación universitaria en Estados Unidos (en una escuela privada de cuatro años, al menos) cuesta el doble del salario promedio.
Ed, ¿has notado la inflación escurridiza en tu propia vida? ¿Estás cambiando algún hábito en particular para lidiar con ella?
Edward Luce responde
Rana, no suelo comer Spam ni consumo La Mer, así que he leído el instructivo artículo de Andrew con interés académico (el Spam me produce un trastorno de estrés postraumático por la comida de cárcel que me sirvieron en el internado de Inglaterra, y mi piel es tan perfecta que no necesito crema facial… bueno, esto lo último lo inventé). Pero tu observación tiene todo el sentido del mundo. La desigualdad en los precios de los activos es mucho peor que la desigualdad de los ingresos. Como señalas, la mayoría de los estadounidenses no tienen prácticamente ningún activo. Según la última encuesta de la Reserva Federal sobre las finanzas de los consumidores, el patrimonio de la familia media estadounidense es de $121.700. El promedio es de $748.800. La diferencia entre ambos es una medida de la desigualdad. No debería sorprendernos que vivamos en una era en la cual se mezclan las tiendas de a dólar y los megayates.
Mi propia experiencia con la inflación es más típica de los estratos superiores, sobre todo por el aumento del costo de los vuelos internacionales y la disminución del nivel de servicio en los aeropuertos. Además, los precios de Uber han pasado de ser culpablemente bajos a ser escandalosos en algunas experiencias recientes. Pero eso podría deberse más a que Uber está empezando a aprovecharse del semi-monopolio creado por ofrecer bajos costos al comienzo de su desarrollo, escondiéndose detrás del aumento (hasta hace poco) del precio de la gasolina. En cuanto a esto último, nunca me ha preocupado que el precio de la gasolina en Estados Unidos supere los $5, ya que sigue siendo absurdamente barata en comparación con el resto del mundo desarrollado. Aunque comprendo los problemas de las personas que gastan gran parte de sus ingresos en un automóvil costoso pese a que no pueden pagar sus necesidades básicas en Estados Unidos, preferiría vivir en un mundo en el que los precios de la gasolina en Estados Unidos no bajaran nunca de $8 (como ocurre en la mayor parte de Europa- para que los viajeros de Estados Unidos tuvieran un precio que les permitiera trasladarse sin acelerar el calentamiento global. Comprendo que este puede no ser un punto de vista políticamente inteligente.
Sin embargo, lo que más me interesa es el nivel de desigualdad en el que se dejan llevar nuestros súper ricos. La sociedad termina enfrentándose a la grave desigualdad mediante la guerra o la revolución. Esperemos que la democracia nos sorprenda positivamente.
Rana Foroohar, Edward Luce
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