Son pocas las enfermeras latinas en Estados Unidos y los enfermeros son aún menos. Luis Guzmán es uno de ellos y trabaja en una de las casas de salud más sofisticadas y de vanguardia en el mundo: Johns Hopkins Hospital, en Baltimore.
Este profesional de 27 años nació y creció en Alexandria. Después del colegio se apuntó a bilogía en George Mason, quería ser médico. En ese proceso notó que los doctores no tienen tiempo para sus familias. “No quería esa vida, quiero tener hijos y disfrutar de ellos”, dice.
Terminó la carrera de biología y en sus planes no estaba desvincularse de la medicina, enfiló sus pasos hacia la escuela de enfermería. En George Washington University se especializó en enfermería en cardiología.
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Sus padres son bolivianos. “Mi hermana y yo somos los primeros en mi familia en tener un título universitario”, dice Guzmán, quien se pone de ejemplo para demostrar que los latinos sí van más allá de los estereotipos. “Algunos nos ven como flojos y poco inteligentes. No ven que muchos somos profesionales y por eso nos deben respetar”. Para él lo que hace falta es oportunidades y recursos financieros para la comunidad.
“Venimos de una cultura que trabaja duro y hace lo que sea para salir adelante. Es importante creer que se puede y dar lo máximo para lograrlo. La primera vez no fui aceptado en la escuela de enfermería de George Mason University, pero no dejé de soñar. Trabajé como asistente de anestesia y mi novia me preguntó ‘¿Quieres hacer esto para toda la vida?’, quería ir a George Washington, apliqué y me aceptaron. Si se tiene fe todo es posible”.
“Quiero pacientes agradecidos”
Guzmán no quiso ser doctor, pero sí estar en primera fila para ayudar. A sabiendas de que en la unidad de cardiología de The Johns Hopkins Hospital la vida se tambalea al filo del precipicio aplicó hace un año y lo consiguió.
Allí monitorea el corazón, ese músculo que bombea la sangre a todo el cuerpo. Cuida y atiende a los enfermos que llevan mucho tiempo atados a una máquina con un corazón artificial a la espera de un trasplante. Se suma a la alegría del enfermo y la familia que logra salvarse gracias a que tiene un nuevo corazón. “Estoy aprendiendo mucho y estoy feliz de trabajar en un hospital de tanto prestigio”, asegura.
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Cuenta que en los últimos 15 años hay una tecnología que trabaja fuera del cuerpo (una especie de corazón artificial), bombeando la sangre a las arterias. Eso aumenta la esperanza de vida y como muchos pacientes no saben cuándo van a tener un corazón esas máquinas son su salvación.
“Nosotros estamos allí para monitorear esa tecnología, prevenir infecciones y aliviarles su prolongada estancia en el hospital. Cuando pasan dos o tres meses se crean lazos de amistad y cariño. Los cuido con responsabilidad y afecto como si fueran mis abuelitos. Esta es una profesión que necesita de mucha responsabilidad, paciencia y sensibilidad. No puedo ser un enfermero aburrido y siempre quiero unos pacientes agradecidos”.
Siendo un buen ejemplo para otros
No son pocas las veces que hace de intérprete para facilitar la comunicación entre médicos, enfermeras y pacientes. “Soy el único que habla español y mi jefe habla un poquito. Ayudar a los hispanos con el idioma es uno de los trabajos que más me enorgullecen y me hace feliz”, afirma.
Hablarles a los pacientes en el idioma que dominan los tranquiliza y les da confianza en un sistema que es nuevo para ellos. “Eso lo sé bien porque mi abuelita no hablaba inglés, por eso los ayudo. Me gusta hacerles la vida más fácil”.
Guzmán es enfermero en una profesión dominada por mujeres, aun así él no encuentra grandes diferencias. Hay tres o cuatro más como él en su unidad y piensa que esa presencia ayuda a poner un balance.
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“Por ejemplo, yo tengo más músculos y ayudo a levantar a los pacientes y mover cosas más pesadas o a bajar una cama que está muy alta. Aparte de eso la relación con las enfermeras es buena y de mutuo respeto”, comenta. El gran cambio lo siente con los pacientes quienes no están acostumbrados a ver enfermeros. Cuando entra a las habitaciones piensan que es un doctor.
Antes de llegar a Johns Hopkins trabajó en el hospital de Inova en Springfield, Virginia. Su meta es volver a la escuela de enfermería de George Washington University o al programa de George Mason, quiere un título de doctor en enfermería en cardiología (nurse practicioner en inglés). “Aspiro tener mi propia consulta. Serán tres o cuatro años de estudio y ya podrán llamarme doctor Guzmán”, dice entre broma y en serio.