Un jonrón contra la soledad. Cientos de mujeres centroamericanas, algunas caribeñas y una que otra peruana con un bate bajo el brazo llenan las canchas en los condados de Prince George y Montgomery, en Maryland. Con su espíritu competitivo y su necesidad de socialización están rompiendo esa idea de que ellas no son buenas para los deportes.
Hay que verlas dándole al bate y mandando a volar lo más lejos a la pelota, a eso se llama softball. Solo en Prince George hubo 14 equipos en el verano y ocho en el otoño. Hay dos ligas, una de ellas juega en las canchas del Departamento de Parques y Recreación de ese condado.
Las jugadoras cuentan que el softball es popular en las escuelas y colegios de sus países, pero cuando llegan a Estados Unidos, el trabajo, la familia y el proceso de adaptación ponen un hiato a esa afición. Una vez estabilizadas aflora la necesidad de camaradería y distracción, eso les ofrece el softball.
“Hay señoras que vienen desde Virginia, Nueva York, Carolina del Norte y hasta de Ohio”, dice José Segura coordinador de deportes del Departamento de Parques y Recreación de Prince George. “Cuando decidí ayudarlas a organizarse y conseguir canchas fijas ni yo mismo sabía que el softball era tan popular”.
La meta de Segura es guiar a las líderes en el sistema de permisos, ayudas para uniformes, trofeos o medallas y servicios, como los bancos de alimentos, porque entre muchas de las jugadoras y sus seres queridos hay necesidades no satisfechas. “Lo más bonito es que son como una gran familia, se cuidan, se ayudan a conseguir trabajo, recolectan dinero si alguien está enfermo o les llevan comida”.
El softball como terapia para las latinas
Cuando la nostalgia y la tristeza le da por rondar la esquina de Mabil Lozano (55 años), ella se lanza a la cancha. “Allí encuentro mi medicina y me olvido hasta de las deudas. Mi mundo son el softball y mis compañeras de juego”.
El softball, además, es el pretexto para conocer a otras mujeres con historias y problemas comunes. Mientras en la cancha se zurran pelotas, en las áreas de la hinchada se vende comida para ayudar a repatriar el cadáver de un familiar de alguna compañera. “Eso es el deporte para nosotros”, dice Lozano, capitana de Annandale Softball Team y madre de Leslie y Mabiel, también jugadoras del mismo equipo.
“Hemos aprendido que el dolor y la felicidad de una es el de todas”, dice esta pelotera que se gana la vida limpiando casas.
Onix Asencio, capitana de Super Woman Team y trabajadora de limpieza, llegó al softball hace siete años cuando estaba saliendo de un divorcio. “Comencé a jugar y fui olvidándome de las penas. Reímos cuando ganamos, nos ponemos tristes cuando perdemos, pero al otro día se nos pasa”.
A Blanquita Manzanares, el trabajo y el marido le impidieron jugar al softball que le encantaba de niña en El Salvador. Con los años se reencontró con ese deporte y ahora a sus 66 años es la fanática que más grita. “Es la líder de la barra brava”, dice Lozano.
“Soy sola, aquí no tengo a nadie. Ellas son mis hermanas, mis hijas, mis amigas. Soy las que les ayuda con las actividades fuera de la cancha. El softball es una ‘chulada’ que me ha quitado la soledad de encima y me devuelve la vida”, dice Manzanares.
Una tradición que vino con ellas
No están contabilizados todos los equipos. Lo que sí se conoce es que unas 200 mujeres, entre los 15 y 60 años, han hecho de las canchas de Prince George un lugar donde se batea más que la pelota.
A las familias de las jugadoras no les ha quedado más que seguirlas. Cada domingo es el día para actualizarse de que están pasando en sus países, para regar la novedad de que aquí o allá están necesitado un trabajador de la construcción, una limpiadora de casas o una niñera.
La tradición del softball, que en sus países de origen era motivo de reunión familiar de fin de semana, se ha trasladado a Maryland y Virginia. “Hemos hecho una copia de lo que mis padres hacen los sábados; avivar al equipo que tiene mi hermana en El Salvador. A mi papi le diagnosticaron cáncer, va a la quimioterapia, pero el día de juego está en las barras. Así se olvida de la enfermedad. Lo mismo que nosotros aquí”, dice Lozano.
Muchos equipos para pocas canchas
En Prince George, el problema de la falta de canchas, con la ayuda del Departamento de Parques y Recreación, en algo está resuelto, pero en Montgomery todo está por hacer en este asunto.
“Antes -cuenta Asencio- el primer equipo que llegaba ganaba la cancha. También la policía nos pedía irnos, porque no estaba permitido jugar. Gracias a que nos han abierto las puertas, en Prince George, tenemos espacio para todas”.
Al principio, a Segura le costó ganarse la confianza de las peloteras. “Tuvimos varias reuniones y en la última iluminamos las cinco canchas en Upper Marlboro, ellas se quedaron alucinadas”. Así nació la liga de softball.
“El mayor problema es la falta de canchas para tantos equipos”, dice Carlos Rubio, quien dirige la International Women Softball League en Montgomery. Según él, el 90% de las jugadoras viene de El Salvador, un 3% de Nicaragua y el resto de República Dominicana. Casi todas son madres de familia.
“Lo más bonito es ver a los hijos apoyando a sus mamás y ellos mismo queriendo jugar. Ojalá en el futuro tengamos ligas para niños y adolescentes”, esa es la aspiración de Rubio. Para la próxima temporada ya tiene 18 equipos tratando de reservar canchas.
Montgomery tiene muchos parques, pero no con cinco o seis canchas juntas como en Prince George, por eso a los equipos les toca un fin de semana jugar aquí, otra allá y otra más allá.
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