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La política que no será mencionada

Durante los últimos 50 años EEUU ha sido gerenciado como una empresa, pero eso no funciona en un mundo post neoliberal.

Eso es política industrial, amigos. Antes, todas las naciones desarrolladas, a excepción de Estados Unidos, participaban de ella, aunque de forma discreta. Ahora vuelve a estar de moda, e incluso los estadounidenses se entusiasman con ella. Siempre ha sido fundamental para la administración Biden, pero ahora, según un alto funcionario del gobierno a quien entrevisté recientemente, los líderes empresariales vienen a Washington y piden una señal ante el ruido de la desglobalización: ¿deberían estar en Vietnam, México, Carolina del Sur? ¿Deberían invertir en tecnologías limpias o en biotecnología, o en ambas? También buscan más ayuda pública para elevar la producción nacional tras el impulso multimillonario de la industria de los semiconductores.

Pero, ¿qué es exactamente la política industrial? ¿Y cómo debe utilizarse -si es que se la utiliza- en Estados Unidos?

Empecemos por entender que los contornos de la política industrial difieren según el país. Los Estados de mando y control como China eligen explícitamente a los sectores ganadores, e incluso a las empresas, y les prodigan incentivos públicos para bien o para mal. También se dedican al mercantilismo y al proteccionismo de todo tipo para cercar y sostener los mercados locales. Países europeos como Francia apoyan a los “campeones nacionales” (pensemos en Airbus) y Alemania es conocida por su modelo de determinación consensuada para la gerencia empresarial, en la cual el sector público, el sector privado y los trabajadores intervienen en el funcionamiento de las empresas.

Pero Estados Unidos es diferente. Durante el último medio siglo, el país se ha gestionado como una empresa, de manera ágil y eficaz. Con tal de que los precios al consumidor bajaran, no importaba cuántas industrias se perdieran o cuántos puestos de trabajo se subcontrataran y/o fueran desplazados por la tecnología. Esto está cambiando (véase mi columna del lunes sobre la muerte de la economía del goteo) por todo tipo de razones, desde la seguridad nacional y las preocupaciones medioambientales hasta los cambios tecnológicos y demográficos que favorecen la producción y el trabajo nacionales. Tanto la derecha como la izquierda, en particular, están tratando de averiguar cuáles deben ser los contornos de las políticas económicas más dirigidas por el gobierno. ¿Cómo hacer de la política industrial algo que apoye el crecimiento equitativo, en lugar de convertirse simplemente en un despilfarro para las empresas ya ricas?

El pasado viernes intervine en el evento del Instituto Roosevelt “Progressive Industrial Policy: 2022 and Beyond” (Política Industrial Progresista: 2022 y a Futuro), que fue una excelente inmersión en este tema (vea la transmisión en vivo del evento). A continuación, cinco de mis principales conclusiones:

  1. Necesitamos más datos. En las últimas dos décadas, la mayoría de las oficinas del gobierno federal dedicadas a recopilar datos sobre la producción de bienes han vista reducciones de presupuesto. Esa es una de las razones por las cuales se tardó más de lo debido el proceso de aumentar la producción de equipos de protección personal durante la pandemia de Covid. Ni siquiera sabíamos cuánto producíamos, ni quién lo hacía. La recopilación de datos básicos no cuesta tanto dinero, y disponer de este tipo de información sobre lo que se fabrica o puede fabricarse en el país sería un gran punto de partida para configurar una mejor política (en ese sentido, también deberíamos revertir los recortes presupuestarios de la era de Donald Trump en la Oficina de Investigación Financiera, que recoge información similar sobre los mercados financieros).
  2. La sostenibilidad medioambiental y los buenos empleos son principios fundamentales de la organización económica. Siempre hemos vivido en un mundo en el que incentivar el crecimiento del producto interno bruto era la prioridad número uno. Pero en el futuro, la gestión del cambio climático y las cuestiones de distribución de los ingresos (tanto a nivel nacional como mundial) serán probablemente las principales prioridades. Así que los responsables políticos tendrán que preguntarse si sus recetas ayudan a usar menos combustibles fósiles, promueven la transición a energías limpias y crean empleo para la clase media.
  3. La manufactura no es simplemente un “fetiche para mantener a los hombres blancos con poca educación en las posiciones de poder en las que están”, como dijo el economista del Instituto Peterson de Economía Internacional, Adam Posen, de forma bastante sorprendente hace poco en el Instituto Cato. Más bien, es un pilar de las economías locales (particularmente en la era de la fabricación de alta tecnología, que combina los servicios y la tecnología de manera más profunda que los antiguos trabajos de línea de fábrica, es el núcleo de una economía fuerte y diversa). Por cierto, me sigue sorprendiendo lo poco que entienden los economistas de la corriente dominante acerca de cómo funcionan las empresas, o incluso cómo funciona la geopolítica. Tal vez la propia profesión de economista sea una forma de mantener a los varones blancos con estudios superiores en los puestos de poder que ocupan.
  4. Los servicios también son importantes. El crecimiento es la gente más la productividad. Conseguir que más minorías y mujeres se incorporen al mercado laboral es crucial para el crecimiento, y como la mayoría de ellas están en el sector de los servicios, hay que incorporarlas a las estrategias industriales. Por eso los sindicatos se centran, por ejemplo, en organizar a los trabajadores de la sanidad a domicilio (dato sorprendente: estos trabajadores fueron excluidos del sistema de seguridad social hace años y están luchando por las pensiones; Washington acaba de convertirse en el primer estado en concederlas).
  5. Lograr el cambio es tarea fácil. El neoliberalismo ha perdurado porque es sencillo: el precio de las acciones es la única medida del éxito, el gobierno debería apartarse del camino. Conseguir más adeptos para un cambio de esta visión es muy difícil, pero eso no significa que no debamos intentarlo.

Recomendamos

Le pido a los pantaneros que vean mi primera producción cinematográfica de FT, que examina los problemas del Big Ag, o la “gran agricultura” y la disfunción de los sistemas alimentarios de Estados Unidos. Estoy muy entusiasmada con esto, ya que se basa en mi próximo libro, Homecoming: The Path to Prosperity in a Post Global World (Regreso al hogar: el camino a la prosperidad en un mundo post global), que sale a la venta el 18 de octubre. Mis colegas Joe Sinclair, Gregory Bobillot y yo viajamos por todo el país para analizar por qué la agricultura industrial se ha vuelto tan tóxica, y qué se está haciendo para cambiar el paradigma de cómo cultivamos lo que comemos. Una pista: cuanto más pequeño, mejor. Esta es la primera de una serie de tres partes; la segunda se emitirá en noviembre.

Rana Foroohar

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