La marihuana y otros productos que contienen THC, el principal ingrediente psicoactivo de la planta, se han vuelto más potentes y peligrosos a medida que la legalización los ha vuelto más accesibles.
Décadas atrás, el contenido de THC de la hierba solía ser inferior al 1,5%. Hoy, algunos productos tienen más de un 90%.
La euforia de antaño ha dado paso a algo más alarmante. Cientos de miles de personas llegan a salas de emergencias por crisis relacionadas con la marihuana, y millones sufren trastornos psicológicos vinculados al consumo de cannabis, según investigaciones federales.
Pero los organismos reguladores no están a la altura.
En los estados que permiten la venta y el consumo de la marihuana y sus derivados, la protección al consumidor no es consistente.
“En muchos estados, los productos tienen una etiqueta de advertencia y poco más por parte de las entidades reguladoras”, dijo Cassin Coleman, vicepresidente del comité de asesoramiento científico de la Asociación Nacional de la Industria del Cannabis.
En general, el gobierno federal no ha intervenido. Sigue prohibiendo la marihuana como sustancia catalogada en la Lista 1 —como droga sin uso médico aceptado y con un alto riesgo de abuso— en virtud de la Ley de Sustancias Controladas (CSA). Pero en lo que respecta a la venta de cannabis, que muchos estados han legalizado, no regula características como la pureza o la potencia.
La Administración de Drogas y Alimentos (FDA) “básicamente se ha cruzado de brazos y no ha cumplido con su deber de proteger la salud pública”, afirmó Eric Lindblom, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown que anteriormente trabajó en el Centro para Productos del Tabaco de la FDA.
La marihuana se ha transformado profundamente desde que generaciones de estadounidenses la usaron por primera vez.
El cannabis se cultiva para suministrar dosis mucho más altas de THC. En 1980, el contenido de THC de la marihuana confiscada era inferior al 1,5%. Hoy en día, muchas variedades de flores de cannabis —la materia vegetal que se puede fumar en un porro— tienen más de un 30% de THC.
Recientemente, en un dispensario de California el menú incluía una variedad con un 41% de THC.
La legalización también ha abierto la puerta a productos que se extraen de la marihuana pero que no son siquiera parecidos: concentrados de THC aceitosos, cerosos o cristalinos que se calientan e inhalan mediante el vapeo o el dab, utilizando dispositivos parecidos a un soplete.
Los concentrados actuales pueden tener más de un 90% de THC. Algunos se anuncian como THC casi puro.
Pocos personifican la expansión de la marihuana de forma tan clara como John Boehner, ex presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. El republicano de Ohio se opuso durante mucho tiempo a la marihuana y, en 2011, se declaró “inalterablemente contrario” a su legalización.
Ahora forma parte del consejo directivo de Acreage Holdings, un productor de derivados de la marihuana.
Y Acreage Holdings ilustra la evolución del sector. Su marca Superflux comercializa un producto para vapear —”resina pura en un formato cómodo e instantáneo”— y concentrados como “budder”, “sugar”, “shatter” y “wax”. La empresa anuncia su concentrado de “THCa cristalino” como “lo último en potencia”.
Según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, las concentraciones más elevadas entrañan mayores riesgos. “Los riesgos de dependencia física y adicción aumentan con la exposición a altas concentraciones de THC, y las dosis más altas de THC tienen más probabilidades de producir ansiedad, agitación, paranoia y psicosis”, se explica en su sitio web.
En 2021, 16,3 millones de personas en Estados Unidos —el 5,8% de las personas de 12 años en adelante— habían sufrido un trastorno por consumo de marihuana en el último año, según una encuesta publicada en enero por el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS).
Esta cifra es muy superior a la suma de los trastornos por consumo de cocaína, heroína, metanfetamina, estimulantes de venta bajo receta, como Adderall, o analgésicos recetados, como fentanilo y OxyContin.
Otras drogas son más peligrosas que la marihuana, y la mayoría de las personas afectadas por su consumo padecieron un caso leve. Pero aproximadamente 1 de cada 7 —más de 2,6 millones de personas— padecieron un caso grave, según la encuesta federal.
La mayoría de los médicos equiparan el término “trastorno grave por consumo de sustancias” con la adicción, señaló Wilson Compton, subdirector del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas.
El trastorno por consumo de cannabis “puede ser devastador”, afirmó Smita Das, psiquiatra de Stanford y presidenta de un consejo sobre adicciones de la Asociación Americana de Psiquiatría.
Das dijo que ha visto vidas destrozadas por el cannabis: personas de éxito que han perdido familias y trabajos. “Se encuentran en una situación en la que no saben cómo han llegado, porque sólo era un porro, sólo era cannabis, y no se suponía que el cannabis les creara adicción”, explicó Das.
Entre los diagnósticos médicos atribuidos a la marihuana figuran la “dependencia del cannabis con trastorno psicótico con delirios” y el síndrome de hiperémesis cannabinoide, una forma de vómito persistente.
Se estima que unas 800 mil personas realizaron visitas a emergencias relacionadas con la marihuana en 2021, según un estudio del gobierno publicado en diciembre de 2022.
Derecho a desintoxicación
Un padre de Colorado pensó que era cuestión de tiempo para que el cannabis matara a su hijo.
En la primavera de 2021, el adolescente pasó un semáforo en rojo, chocó contra otro auto —resultando heridos él y el otro conductor— y huyó del lugar, según recordó el padre en una entrevista.
En los restos del accidente, el padre encontró porros, envases vacíos de un concentrado de THC de alta potencia conocido como “wax” y un vaporizador de THC.
En el teléfono móvil de su hijo descubrió mensajes de texto y decenas de referencias al “dabbing” y a la hierba. El adolescente dijo que había estado fumando antes del accidente y que intentó suicidarse.
Semanas después, la policía ordenó su ingreso involuntario en un hospital para una evaluación psiquiátrica. Según un informe policial, creía que lo perseguían francotiradores de un cártel de drogas.
El médico que evaluó al adolescente le diagnosticó “abuso de cannabis”.
“Deja de consumir dabs o wax, ya que pueden volverte extremadamente paranoico”, escribió el médico. “Vete directamente al programa de desintoxicación que elijas”.
Según el relato del padre, en los dos últimos años el adolescente sufrió varias retenciones involuntarias, docenas de encuentros con la policía, repetidos encarcelamientos y una serie de estadías en centros de tratamiento hospitalario.
A veces parecía fuera de la realidad, y enviaba mensajes de texto diciendo que Dios le hablaba y le daba superpoderes.
Los daños también fueron económicos. Los reclamos al seguro médico por su tratamiento ascendieron a casi $600 mil y los gastos de la familia llegaron a casi $40 mil hasta febrero.
En las entrevistas para este artículo, el padre habló bajo condición de anonimato para no perjudicar la recuperación de su hijo.
Está convencido de que la enfermedad mental de su hijo fue el resultado del consumo de drogas. Dijo que los síntomas remitían cuando su hijo dejaba de consumir THC y volvían cuando usaba de nuevo.
Su hijo tiene ahora 20 años, ha dejado la marihuana y le va bien, dijo el padre, y añadió: “No me cabe la menor duda de que el consumo de cannabis fue lo que le causó la psicosis, los delirios y la paranoia”.
Regulación estatal desigual
Ahora, el uso médico de la marihuana es legal en 40 estados y el Distrito de Columbia, y el uso recreativo o para adultos es legal en 22 estados más el Distrito de Columbia, según MJBizDaily, una publicación especializada.
Al principio de la pandemia de COVID-19, mientras gran parte de Estados Unidos cerró sus negocios, los dispensarios de marihuana siguieron abiertos. Muchos estados los declararon negocios esenciales.
Pero solo dos estados que permiten el uso para adultos, Vermont y Connecticut, han puesto límites al contenido de THC —30% para la flor de cannabis y 60% para los concentrados de THC— y eximen de los límites a los cartuchos precargados, dijo Gillian Schauer de la Asociación de Reguladores de Cannabis, un grupo de reguladores estatales.
Algunos estados limitan el número de onzas o gramos que los consumidores pueden comprar. Sin embargo, incluso un poco de marihuana puede equivaler a mucho THC, apuntó Rosalie Liccardo Pacula, profesora de políticas de salud, economía y derecho en la Universidad del Sur de California.
Algunos estados solo permiten el uso médico de productos con bajo contenido de THC; por ejemplo, en Texas, las sustancias que no contienen más de un 0,5% de THC en peso. Y algunos estados exigen etiquetas de advertencia. En Nueva Jersey, los productos de cannabis con más de un 40% de THC deben declarar: “Este es un producto de alta potencia y puede aumentar el riesgo de psicosis”.
La normativa sobre marihuana de Colorado tiene más de 500 páginas. Sin embargo, se enfatizan los límites de las protecciones al consumidor: “Este producto se ha producido sin supervisión reglamentaria en materia de salud, seguridad o eficacia”.
Determinar las normas adecuadas puede no ser sencillo. Por ejemplo, las etiquetas de advertencia podrían proteger a la industria de la marihuana de su responsabilidad, al igual que hicieron con las empresas tabacaleras durante años. Poner un tope a la potencia podría limitar las opciones de las personas que toman dosis elevadas para aliviar problemas médicos.
En general, en el ámbito estatal, la industria del cannabis ha frenado los esfuerzos reguladores argumentando que unas normas onerosas dificultarían la competencia entre las empresas legítimas y las ilícitas, explicó Pacula.
Pacula y otros investigadores han pedido al gobierno federal que intervenga.
Meses después de terminar su mandato como comisionado de la FDA, Scott Gottlieb hizo un llamamiento similar.
Al quejarse de que los estados habían llegado “muy lejos mientras el gobierno federal permanecía al margen”, Gottlieb pidió “un esquema nacional uniforme para el THC que proteja a los consumidores”.
Eso fue en 2019 y poco ha cambiado desde entonces.
¿Dónde está la FDA?
La FDA supervisa los alimentos, los medicamentos recetados, los de venta libre y los dispositivos médicos. Regula el tabaco, la nicotina y los vapes de nicotina. Supervisa las etiquetas de advertencia del tabaco. En interés de la salud y la seguridad públicas, también regula los productos botánicos, productos médicos que pueden incluir material vegetal.
Sin embargo, cuando se trata de la marihuana para fumar, los concentrados de THC derivados del cannabis que se vapean o dabean y los comestibles infundidos con THC, la FDA parece estar muy al margen.
La marihuana medicinal que se vende en los dispensarios no está aprobada por la FDA. La agencia no ha avalado su seguridad o eficacia ni ha determinado la dosis adecuada. No inspecciona las instalaciones donde se producen los productos ni evalúa el control de calidad.
La agencia sí invita a los fabricantes a someter los productos del cannabis a ensayos clínicos y a su proceso de aprobación de medicamentos.
El sitio web de la FDA señala que el THC es el ingrediente activo de dos medicamentos aprobados por la FDA para el tratamiento del cáncer. Aparentemente, sólo por eso la sustancia está bajo la jurisdicción de la FDA.
La FDA tiene “todo el poder que necesita para regular de forma mucho más eficaz los productos de cannabis legalizados por los estados”, afirmó Lindblom, ex funcionario de la agencia.
Al menos públicamente, la FDA no le ha prestado atención a los concentrados de THC derivados del cannabis o la hierba fumada en porros, sino más bien en otras sustancias: una variante del THC derivada del cáñamo, que el gobierno federal ha legalizado, y un derivado diferente del cannabis llamado cannabidiol o CBD, que se ha comercializado como terapéutico.
“La FDA se ha comprometido a vigilar el mercado, identificar los productos de cannabis que plantean riesgos y actuar, dentro de nuestras competencias, para proteger al público”, declaró Courtney Rhodes, vocera de la FDA.
“Muchos, la mayoría de los productos con THC se ajustan a la definición de marihuana, que es una sustancia controlada. La Drug Enforcement Administration (DEA) regula la marihuana en virtud de la Ley de Sustancias Controladas (CSA). Le remitimos a la DEA para preguntas sobre la regulación y aplicación de las disposiciones de la CSA”, escribió Rhodes en un correo electrónico.
La DEA, dependiente del Departamento de Justicia, no respondió a las preguntas formuladas para este artículo.
En cuanto al Congreso, quizá su medida más importante haya sido limitar la aplicación de la prohibición federal.
“Hasta ahora, la respuesta federal a las acciones estatales para legalizar la marihuana ha consistido, sobre todo, en permitir que los estados apliquen sus propias leyes sobre la droga”, señaló un informe de 2022 del Servicio de Investigación del Congreso.
En octubre, el presidente Joe Biden ordenó al secretario de Salud y Servicios Humanos y al fiscal general que revisaran la postura del gobierno federal respecto a la marihuana: si debería seguir clasificada entre las sustancias más peligrosas y estrictamente controladas.
En diciembre, Biden firmó un proyecto de ley que ampliaba la investigación sobre la marihuana y obligaba a las agencias federales a estudiar sus efectos. La ley dice que las agencias tienen un año para publicar sus conclusiones.
Algunos defensores de la marihuana dicen que el gobierno federal podría desempeñar un papel más constructivo.
“La NORML no opina que el cannabis sea inocuo, sino que la mejor forma de mitigar sus riesgos potenciales es mediante la legalización, la regulación y la educación pública”, afirmó Paul Armentano, subdirector del grupo antes conocido como Organización Nacional para la Reforma de las Leyes sobre la Marihuana (NORML).
“Los productos tienen que someterse a pruebas de pureza y potencia”, añadió, y “el gobierno federal podría ejercer cierta supervisión en la concesión de licencias a los laboratorios que prueban esos productos”.
Mientras tanto, según Coleman, asesor de la Asociación Nacional de la Industria del Cannabis, los estados se quedan “teniendo que actuar como si fueran USDA + FDA + DEA, todo al mismo tiempo”.
¿Y dónde deja eso a los consumidores? Algunos, como Wendy E., jubilada en sus 60 años, luchan contra los efectos de la marihuana.
Wendy, que habló con la condición de que no se revelara su nombre, empezó a fumar marihuana en la secundaria en los años 70 y la convirtió en su estilo de vida durante décadas.
Luego, cuando su estado la legalizó, la compró en dispensarios “y enseguida me di cuenta de que la potencia era mucho mayor que la que yo había consumido tradicionalmente”, contó. “Parecía haber aumentado de manera exponencial”.
En 2020, explicó, la marihuana legal —mucho más fuerte que la hierba ilícita de su juventud— la llevó a obsesionarse con el suicidio.
Antes, la mujer que se define como “hippie de la madre tierra” encontraba camaradería pasando un porro con sus amigos. Ahora asiste a reuniones de Marihuana Anónimos, con otras personas que se recuperan de esta adicción.
Esta historia fue producida por KFF Health News, antes Kaiser Health News, una redacción nacional que produce periodismo en profundidad sobre temas de salud y es uno de los principales programas operativos de KFF, la fuente independiente de investigación de políticas de salud, encuestas y periodismo.