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La izquierda cultural alcanzó su punto máximo

Los liberales moderados son ahora más valientes y las preocupaciones económicas más importantes.

Opinión de Janan Ganesh.

No sé exactamente cuándo cambió la marea. Quizá hace un año, cuando Joe Biden señaló en su discurso sobre el estado de la Unión que “financiaría a la policía”. O la semana pasada, cuando Penguin cedió ante la presión para mantener a la venta los libros, a veces crueles, de Roald Dahl. O la caída de Nicola Sturgeon por, entre otras cosas, un proyecto de ley sobre género. O la resiliencia de las ventas de las obras de JK Rowling.

Estos son acontecimientos son inconexos, es cierto, salvo en un aspecto: seguramente en 2020 no hubiéramos esperado que ocurrieran.

La izquierda cultural, cada vez está más claro, alcanzó su punto máximo ese año. “Alcanzó su punto máximo” no significa que “desapareció inmediatamente después”. Las normas y el lenguaje progresistas siguen ascendiendo en muchos ámbitos. Pero el año del “desfinanciamiento de la policía” y del enérgico derribo de estatuas parece, en retrospectiva, el apogeo de algo, no su comienzo. Incluso la palabra “woke” tiene ahora una connotación burlona que antes no tenía. Si lo utilizara en esta columna en lugar de “izquierda cultural”, sería barato y ad hominem: un epíteto, no un argumento. Eso no era así en 2020.

¿Qué pasó? ¿Por qué un movimiento que estaba desenfrenado está a la defensiva?

En primer lugar, el contexto cambió. Es natural suponer que los jóvenes se enfadan y se vuelven subversivos cuando las cosas son sombrías. Pero la disidencia es más a menudo un pasatiempo que solo aparece cuando todo marcha bien. Rebelde sin causa se estrenó durante el boom de Eisenhower. Los disturbios de París de 1968 se produjeron en pleno período de los Treinta Años Gloriosos de la economía francesa.

Pues bien, la política de identidad es otro fruto perverso del éxito. El movimiento creció durante la década de expansión económica y de paz que siguió a la crisis financiera de 2008. A medida que esas condiciones benignas desaparecían, también lo hacía el movimiento. Es difícil preocuparse de que a Augustus Gloop lo llamen “gordo” en una época en que la inflación es de dos dígitos. Es difícil deplorar las microagresiones cuando Ucrania sufre una bastante macro. La izquierda cultural no ha sido derrotada, sino degradada: en relevancia, en urgencia moral. Las quejas que antes tenían fuerza ahora parecen no tener importancia.

Algo más ha cambiado. Los liberales han dejado de fingir que no hay ningún problema que confrontar sobre su izquierda. No debería exagerar los elogios. Sigue siendo difícil conseguir que los liberales expongan su postura sobre, por ejemplo, el género o la libertad de expresión. Para evitar perder amigos o disgustar a la prole, su estrategia consiste en cuestionar la pertinencia de los temas. “La guerra cultural es exagerada”. ¿Tú qué opinas, Ed? “La derecha quiere que los votantes dejen de prestar atención a la economía”. Cierto, pero ¿qué te parece? “Los marxistas son buenos en esto de la manipulación intelectual. ‘Hegemonía‘, lo llaman”. Sí, mira, lo sé, pero ¿qué opinas?

Ahora es más difícil eludir el tema. Para empezar, los votantes no lo llevarán. Causa y efecto son difíciles de establecer en las elecciones, pero algunos demócratas creen que promover el plan para “desfinanciar a la policía”, o al menos no repudiar esa postura con mayor firmeza, costó a su partido una victoria aplastante en 2020. La victoria de Glenn Youngkin como gobernador de Virginia un año después se lee como otra advertencia. (El republicano se había postulado, en parte, contra la enseñanza progresista).

Desde Biden hasta el alcalde de San Francisco, el partido es ahora más firme de palabra, si no de obra. Esto coincide con el comportamiento de los liberales en otros lugares. La presión que se ejerció sobre Penguin procedía tanto de los expertos como del Daily Mail. La ira que consumía a Sturgeon era en gran parte interna. La guerra cultural se libra dentro de la izquierda: entre los liberales anticuados y quienes los consideran cómplices de la injusticia social. (El fanático siempre odia más al escéptico y al cismático que al infiel declarado, así que los conservadores tienen un perdón en términos relativos). Los liberales negaron en su día esta lucha. Pero ya se han unido a ella los suficientes como para que sea de importancia.

El peor destino que le puede aguardar a un movimiento -salvo la derrota absoluta, a la que a menudo precede- es convertirse en una broma. Una de las razones por las que la extrema derecha nunca conquistó la Gran Bretaña de entreguerras fue su incapacidad para desprenderse de un cierto aire de estupidez. Estaba ahí incluso antes de que PG Wodehouse inventara al aspirante a dictador Roderick Spode (el “7º Conde de Sidcup”) y sus temibles Pantalones Cortos Negros.

La izquierda cultural aún no está ahí. Mantiene una enorme influencia sobre el pensamiento y la palabra. Incluso cuando Penguin se echó atrás, lo hizo en el lenguaje de una sesión de formación de recursos humanos. (Una empresa cuyo negocio es la buena escritura se refirió a preocupaciones “muy reales” “en torno” a libros antiguos, etc.). Sin embargo, hay un cambio en el ambiente. Ahora no son solo los conservadores los que se molestan ante el último edicto progresista. No solo cacarean las lenguas conservadoras. Si sigue extralimitándose, la izquierda cultural sufrirá un destino mucho peor que el de ser odiada. Se burlarán de ella.

Janan Ganesh es columnista y editor asociado del Financial Times.  Escribe sobre política internacional y sobre temas de cultura.  Anteriormente fué corresponsal de política para The Economist durante cinco años.

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