No se sabe cuántos adolescentes y jóvenes latinos, en un momento de sus vidas se quedan sin techo temporal en DC y en el Condado de Prince George. Lo que sí es un hecho es que alrededor del año, unos 200 jóvenes se refugian bajo la manta de los diferentes programas de vivienda del Latin American Youth Center (LAYC).
Para asegurar el bienestar y la seguridad de estos chicos, entre 16 y 21 años, se necesita una cadena de recursos humanos y económicos. Un eslabón importante es la colaboración de las familias latinas, dispuestas a abrir sus puertas y sus brazos para recibirlos temporalmente hasta encontrar una solución de largo plazo.
Durante la pandemia, el LAYC no les cerró sus puertas ni les privó de alimentos y abrigo. En la postpandemia, “la crisis nos afecta a nosotros y a todas las organizaciones sin fines de lucro y otras más”, dice Lupi Quinteros-Grady, presidenta y directora ejecutiva de esta institución.
El LAYC tiene tres programas de vivienda para jóvenes: el Host Home (hogar de acogida), que consiste en una red de familias americanas y latinas anfitrionas para hospedar a los chicos que hablan español o inglés, por 21 días hasta superar el período de crisis. La ubicación en apartamentos de los jóvenes hasta que logren una transición exitosa, se hace en alianza con la Alcaldía y el Dropping Center (lugar de paso). Anualmente, el LAYC atiende entre cuatro y cinco mil jóvenes en los más de 50 programas que tiene.
En tiempos de postpandemia se necesitan más hogares anfitriones para albergar temporalmente a chicos y chicas que por diferentes razones no pueden estar con sus familias. La misión del LAYC no es alejarlos de sus padres, sino mediar y crear un distanciamiento saludable hasta lograr un entendimiento con los progenitores.
“Muchas veces la falta de comunicación por el idioma y las diferencias culturales crean tensión en los hogares. En nuestras familias hay mucho estrés y no pocos jóvenes trabajan y realizan tareas que son demasiado para su edad. Allí es cuando entramos para ayudarles a encontrar una solución o un lugar seguro para que continúen sus estudios o con sus trabajos”.
En muchos hogares, asegura Quinteros-Grady, hay problemas de alcohol, violencia doméstica, enfermedades mentales en los adultos, eso causa frustración en los jóvenes. “Nuestro personal está en contacto con los chicos en las escuelas de mayor presencia latina y si encontramos que tienen problemas entramos en acción”.
No es fácil saber por lo que están pasando, el contacto permanente facilita identificar peligros. Otras veces son los amigos o una llamada telefónica los que alertan una situación de crisis. “Llevo casi 24 años trabajando con jóvenes en el Centro, la lección que he aprendido es que no hay que juzgar al libro por su portada. Suele decirse que los chicos no quieren avanzar sin saber las dificultades por las que pasan”.
Un lugar para bañarse y lavar la ropa
Si en 21 días no hay salida al conflicto se analiza la posibilidad de reubicarlos en los otros programas como el de familias de acogidas de largo plazo (un año) o en los apartamentos que el LAYC maneja para que vivan los jóvenes que cumplen ciertos requisitos.
“Durante la pandemia tuvimos 76 chicos y chicas bajo nuestra responsabilidad. Les llevamos comida y les ofrecimos conexión de internet para que estudiaran. Además, creamos una política de seguridad para evitar los contagios”, informó Quinteros-Grady. Esto contó con el soporte del gobierno local y distintas alianzas.
El otro programa es el Dropping Center (centro de acogida). Los jóvenes sin hogar acuden en busca de comida caliente, a lavar su ropa, bañarse y utilizar las computadoras para buscar trabajo. Es un centro de paso para el día y en la noche deben encontrar un lugar donde pernoctar. Al mismo tiempo, los trabajadores sociales del LAYC trabajan para ayudarlos a encontrar algo más estable, siempre que los chicos estén abiertos a hacer un cambio.
Parte de la estrategia son los programas de empleos de verano. 90 jóvenes de DC están alistándose para beneficiarse de esta iniciativa de la Alcaldía. Recibirán consejería, entrenamiento para liderazgo en campamentos de verano, bienestar comunitario y cursos de diseño y de curadores de arte.
En Prince George, 175 están casi listos para asistir a distintos programas. “Me encanta verlos, el primer día vienen muy tímidos, no quieren hablar y seis semanas después nadie los puede callar”, cuenta Quinteros-Grady.
Buscando familias en Prince George
El 90% de los que llegaron al albergue y a las familias de acogida, en Prince George, fueron transferidos hacia un lugar seguro y el 86% se inscribieron en las escuelas. El número de jóvenes buscando un hogar temporal no ha aumentado, pero sí la atención en salud mental. “Hemos atendido a 500 y la demanda va al alza”, señala Quinteros-Grady.
“En Prince George servimos a los jóvenes entre 12 y 17 años que están sin techo, están en riesgo de perderlo o que ya se han ido de casa. Les ofrecemos consejería, terapias y buscamos padres anfitriones”, cuenta Emily Luna, trabajadora social del LAYC en ese condado.
Según Luna, debido a la pandemia “está siendo más difícil conseguir padres de acogida, vamos a los eventos públicos para hacer difusión y acercamiento”. Una vez que encuentran interesados, los entrenan para certificarlos.
Otra opción en Prince George es la red de alianzas que permite acceder a cualquier albergue con espacio disponible en el condado para recibir a jóvenes. Los interesados en ser parte del programa de casa de acogida llamar al (202) 319-2225.
La buena experiencia de “mamá Reina”
Reina Flores y Rafael Salvador en 2016 perdieron a un hijo. Entraron en una profunda depresión y en el programa de familias de acogida del LAYC encontraron la luz en medio de la oscuridad.
Más que las puertas, en ese hogar se les abre el corazón. “Ha sido una experiencia hermosa, nos llenamos los vacíos mutuos. Me encanta ayudarlos a lograr sus sueños. Ellos me han agarrado cariño. Algunos me llaman ‘mamá Reina’, otros me dicen abuela. Tengo uno que ya tiene una niña, dice que es mi nieta, eso me emociona”, dice.
A esta madre de acogida le encantan las flores y en el Día de la Madre no le faltan. En Navidad y en Thanksgiving, la silla que dejó vacía su hijo es ocupada por alguno de sus “hijos temporales”. “El último día de gracias vinieron cuatro, me trajeron detallitos que saben que me gustan y me lleno de emoción oírlos decir que quieren ir a la universidad”.
En la casa de los Salvador-Flores se aceptan chicos y chicas y en algunos casos han llegado a vivir hasta un año bajo ese techo. Ese hogar, ubicado en Maryland, seguirá recibiendo a jóvenes, porque “hay muchos que no tienen a nadie y me gusta que sientan el calor de familia”, asegura.