Las conversaciones de Biden y Xi en Bali buscaron evitar un peligroso deterioro.
El aspecto más positivo de las conversaciones de ayer lunes entre el presidente estadounidense, Joe Biden, y su homólogo chino, Xi Jinping, es que se hayan llevado a cabo. Las relaciones entre las dos mayores economías del mundo se han ido deteriorando a una velocidad alarmante. Según algunos informes, los funcionarios chinos recientemente habían puesto trabas a los preparativos de la reunión entre ambos mandatarios al margen de la cumbre del G20 en Bali. Pero el mundo ya ha visto cómo las tensiones en torno a Ucrania desencadenaron una invasión en toda regla por parte del ruso Vladimir Putin. Un ataque chino a Taiwán sería aún más catastrófico.
El giro nacionalista y autoritario de Pekín bajo el mandato de Xi en la última década, sus abusos de los derechos humanos en Xinjiang y sus llamamientos cada vez más frecuentes a la “reunificación” con la isla autónoma de Taiwán han provocado un cambio necesario en las relaciones entre Estados Unidos y China. Pero Pekín se enfadó por la visita de la oradora de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, a Taipei en agosto —que provocó una demostración de fuerza militar por parte de China—, y Biden ha ido más allá que los anteriores presidentes al comprometerse a defender la isla. El mes pasado, la Casa Blanca impuso estrictos controles de exportación dirigidos a la industria china de semiconductores avanzados.
La determinación de Washington de frenar las ambiciones de Pekín de superarla como primera potencia militar y económica del mundo significa que es inevitable una mayor desvinculación de China. Pero, al mismo tiempo, Washington debe manejar con cuidado las relaciones con Pekín. Debería guiarse por tres principios: que la desvinculación no debe hacer fracasar la economía mundial; que hay que evitar la guerra; y que la cooperación de China sigue siendo necesaria en una serie de temas a nivel mundial.
Existen algunas similitudes con la distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética que se produjo unos años después de la crisis de los misiles de Cuba de 1962, aunque Estados Unidos y la Unión Soviética ya habían estado al borde de la guerra nuclear y los lazos económicos eran ínfimos. La distensión se basó en parte en el desarrollo de contactos entre funcionarios de distintos niveles. Tanto Estados Unidos como China necesitan entender cómo piensa el otro. Por lo tanto, es positivo que Biden y Xi hayan acordado designar funcionarios para seguir dialogando. Se abre un camino potencial hacia unas relaciones más constructivas.
China podría empezar por restablecer la cooperación judicial en cuestiones como la extradición y la lucha contra la droga, así como las conversaciones bilaterales sobre el cambio climático, que Pekín suspendió tras la visita de Pelosi a Taiwán. La reanudación de las comunicaciones entre militares es también esencial para la confianza mutua y la seguridad.
Por su parte, Estados Unidos tiene cierto margen de maniobra en cuanto al rigor con el cual aplica sus controles sobre los semiconductores. También tiene margen para la moderación en su lenguaje sobre Taiwán. Biden se encargó ayer lunes de insistir en que no habrá cambios en la política de “una sola China”, según la cual Washington reconoce, pero no respalda, la opinión de Pekín de que Taiwán es parte de China. Biden tiene capacidad para realizar algunas maniobras tras bastidores en caso de que el próximo orador de la Cámara de Representantes intente repetir el viaje de Pelosi a Taiwán, aunque el presidente ha asegurado que tales iniciativas son prerrogativa del Congreso.
A largo plazo, el impulso de Washington para frenar la adquisición de tecnologías militares de vanguardia por parte de Pekín debería combinarse con la cooperación en áreas de interés mutuo. Éstas se extienden no sólo a la transición ecológica, sino también a la proliferación nuclear, la prevención de pandemias y la reestructuración de la deuda de los mercados emergentes.
Biden insistió en Bali en que Estados Unidos “seguirá compitiendo enérgicamente” con Pekín. Pero, como señala el ex primer ministro australiano y experto en China, Kevin Rudd, la competencia entre ambos ha sido peligrosamente “desordenada”. Ha llegado el momento de comenzar un manejo de mayor cuidado para evitar que se produzca un deterioro desastroso.
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