Cuanto más concurrida sea la elección de 2024, mayores serán las posibilidades de que el expresidente logre la nominación del partido.
Opinión de Edward Luce.
Los cementerios políticos están llenos de conservadores que pensaron que podrían vencer a Donald Trump. Algunos republicanos, como Nikki Haley, la exembajadora ante la ONU, quien lanzó una candidatura presidencial esta semana, estaban en contra de Trump antes de estar a su favor. Ahora ella vuelve a estar en su contra. Otros, como Mike Pence, exvicepresidente, no se atreven a criticar al expresidente ni siquiera después de que éste incitara un linchamiento contra él. Intentar volver de la muerte política no será fácil.
Estados Unidos ya ha visto esta película. En 2015, como hoy, la clase dominante republicana estaba en su mayoría unida contra Trump. Los grandes donantes resguardaron su dinero. Las figuras del partido no dieron su apoyo. Los estrategas buscaron a los que tenían más probabilidades de vencer a Trump. Identificaron a Marco Rubio y Ted Cruz pero se quedaron cortos. Ninguno de los dos da señales de querer volver a recoger ese guante. Cada uno advirtió que Trump planteaba una amenaza moral tóxica para la nación. Después de haber sido humillados, cada uno se subió al carro de Trump. Como probablemente descubra Haley, la base de MAGA no admira a los de opiniones vacilantes.
El dilema del Partido Republicano con Trump es agudo. Casi todo el mundo relacionado con él ha quedado muy disminuido. En su vídeo de presentación, Haley proclama que no “aguanta a los matones”. Sin embargo, sirvió lealmente a Trump durante dos años. La crítica más directa que le puede hacer a Trump es que los republicanos necesitan un líder más joven. La candidatura sin contenido de Haley es fruto de haberse sometido mansamente a pesar de saber que no era conveniente. No puede renegar de su pasado. Chris Christie, exgobernador de Nueva Jersey, y Mike Pompeo, exsecretario de Estado, se enfrentan a dilemas similares. Cada uno era un esbirro leal. Los únicos candidatos que podrían vencer a Trump son los que nunca estuvieron a su servicio. El gobernador de Florida, Ron DeSantis, el senador de Carolina del Sur, Tim Scott, y el gobernador de Virginia, Glenn Youngkin, son los más verosímiles. De ellos, solo DeSantis —la punta de la lanza conservadora “antidespertar”—, tiene hasta ahora el perfil como para competir con Trump. También cuenta con el apoyo de muchos de los grandes donantes del partido.
En un enfrentamiento directo, DeSantis vencería a Trump, según la mayoría de las encuestas. Pero en un campo concurrido, Trump podría repetir lo que hizo en 2016, cuando ganó primaria tras primaria con menos de la mitad de los votos. Desde el punto de vista de Trump, cuantos más candidatos haya en la elección, mejor. En cierto modo, eso subestima sus perspectivas. Cuanto más débil parece Trump, más probable es que otros entren en la carrera. Esta estrategia de Trump podría llamarse “cara gano yo, cruz pierdes tú”. Tal es el temor familiar que recorre la clase dominante republicana. Pocos creen que Trump pueda vencer a Joe Biden, quien demuestra todos los indicios de volver a presentarse. La mayoría también cree que cualquier otro republicano podría vencer a Biden. Probablemente tengan razón. Trump nunca ha ganado el voto popular estadounidense y es improbable que lo logre esta vez.
El problema es que los muchos partidarios de “cualquiera excepto Trump” poco pueden hacer para evitar que se repita lo sucedido en 2016. Atrás quedaron los días en que los grandes del partido podían convencer a los candidatos débiles para que abandonaran. Los ancianos republicanos perdieron su poder para hacerlo en 2016 y ahora no están en mejor situación. A gente como Mitch McConnell, líder republicano del Senado, nada le gustaría más que ver la desaparición de Trump. Lo mismo cabe decir de donantes plutocráticos como Charles Koch. Pero carecen de un botón de expulsión. Lo mejor que pueden hacer es persuadir a DeSantis para que se presente y esperar que los candidatos menos plausibles se queden rápidamente en el camino.
Por el momento, la dirección es previsible. Trump seguirá pareciendo más vulnerable. A medida que aumenten sus problemas legales, también lo hará su tentación de recurrir a pequeños donantes para pagar las facturas de sus abogados con el pretexto de salvar América, luchar contra el crimen o detener el socialismo. Hay muchas maneras de lograr su objetivo. La normativa estadounidense sobre el financiamiento de campañas es muy fungible. En segundo lugar, el terreno republicano será cada vez más amplio. Según mis cuentas, hay al menos ocho nombres que piensan anunciar sus candidaturas, probablemente más. De ellos, DeSantis parece el más reservado. No está claro que vaya a presentarse.
Sin embargo, cabe destacar que DeSantis es el único rival potencial al cual Trump insulta con regularidad. El último apodo de Trump para DeSantis es Meatball Ron (Ron albóndiga), aunque puede que le hayan advertido de que no lo use por el insulto implícito a los estadounidenses de origen italiano. “De Santurrón” no se puso de moda. Si no tienes un apodo, Trump no te teme. Adelante Haley, Pompeo, Christie, Pence y otros. Trump quiere que se presenten. También Biden. La ironía de la política estadounidense actual es que Biden y Trump coinciden en una gran cosa. Ambos quieren que Trump sea el candidato republicano en 2024.
Edward Luce es columnista y editor nacional para EEUU en el Financial Times. Anteriormente fungió como jefe de la oficina del FT en Washington, así como en varios países de Asia y también fue el principal editor de discursos para el exsecretario del Tesoro, Lawrence H. Summers, durante la presidencia de Bill Clinton.
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