Aferrarse a categorías o conceptos arraigados puede acabar nublando nuestra visión.
Con el nuevo año en marcha con todo lo oscuro y lúgubre que implica el mes de enero, es posible que algunos de ustedes ya estén perdiendo la motivación para cumplir las promesas que hicieron hace solo unos días: convertirse en versiones más sanas, más ricas, más fibrosas y, en general, más impresionantes de sí mismos en 2023. Si aún no se han dado por vencidos, es probable que el 80 por ciento de ustedes abandonen cualquier propósito que se hayan fijado antes de llegar a la segunda semana de febrero.
Pero antes de que sientan la tentación de abandonar también esta columna, permítanme ofrecerles algo un poco más esperanzador. Puede que no consigan saltar alegremente de la cama todas los días a las 4 de la mañana, o que no avancen mucho en eso de las 10.000 horas de perfeccionamiento, pero hay formas menos arduas de abordar la superación personal que podrían acabar teniendo más impacto.
De hecho, a veces ser un “maestro” en algo puede ser una desventaja y alejarte de la iluminación en lugar de acercarte a ella. Así que en lugar de intentar convertirse en el mayor experto del mundo en lo que sea que hayan decidido que es necesario para justificar su existencia este año, podrían centrarse en cambio en algo un poco más sencillo como cultivar una “mente de principiante”.
Traducción del término japonés shoshin, es un concepto que procede del budismo zen. La idea es que cualquiera, por muy avanzado o experimentado que esté, intente abordar las cosas con la misma apertura, curiosidad, flexibilidad y ganas de aprender que caracterizan la actitud de los principiantes. “En la mente del principiante hay muchas posibilidades; en la del experto, hay pocas”, escribió el monje budista Shunryu Suzuki en su libro de 1970 Mente zen, mente de principiante.
El experto, a diferencia del principiante, ha acumulado con el tiempo toda una serie de suposiciones, ideas preconcebidas y hábitos. Puede que todo esto le haya permitido alcanzar su nivel de experiencia, pero aferrarse a ello sin cuestionarlo ni reexaminarlo puede acabar nublando la mente.
A lo largo de los años, los estudios han identificado una “maldición de la experiencia”, que hace que las personas sobrestimen sus propios conocimientos y se vuelvan más cerradas de mente. Incluso la mera percepción de que uno es un experto, esté o no justificada esa creencia, puede tener este efecto. En un estudio de 2015, los participantes a los que se les había dicho que eran expertos en un tema se mostraron menos dispuestos a escuchar otros puntos de vista. Los investigadores lo describen como el “efecto del dogmatismo ganado”: la idea de que la sociedad cree que los expertos tienen derecho a ser cerrados de mente y dogmáticos en su enfoque.
Y aunque el ministro británico Michael Gove haya recibido fuertes críticas por su comentario, poco antes de la votación del Brexit, de que “la gente de este país ya está harta de expertos de… organizaciones con siglas que dicen que saben qué es lo mejor”, lo que decía era justo: confiar en la supuesta experiencia puede llevarnos a menudo a depositar ciegamente nuestra fe en las personas equivocadas. Ojalá el mundo de las criptomonedas, por ejemplo, hubiera cuestionado más a Sam Bankman-Fried, exdirector ejecutivo de FTX, que ahora podría enfrentarse a una pena de más de 100 años de cárcel, o a Do Kwon, fundador de Terra y Luna, que ahora está escondido, en lugar de haber dado por sentado que estas personas sabían lo que hacían.
Por supuesto, la experiencia tiene su utilidad: para pilotar un avión con varios cientos de pasajeros o realizar una craniectomía, sin duda habrá necesitado acumular cierto nivel de experiencia. Esto se hace aprendiendo un conjunto de conceptos, categorizaciones y técnicas previamente establecidos. Pero el problema surge cuando estas construcciones se confunden con verdades atemporales.
Esto es algo que Albert Einstein identificó en sus escritos sobre filosofía y epistemología de la ciencia. “Los conceptos que han demostrado ser útiles para ordenar las cosas alcanzan fácilmente tal autoridad sobre nosotros que olvidamos sus orígenes terrenales y los aceptamos como datos inalterables”, escribió Einstein en 1916. “El camino del avance científico se hace a menudo intransitable durante mucho tiempo debido a errores de este tipo”. Sugirió que los científicos deberían cuestionar los conceptos que se habían convertido en habituales, y que éstos debían “eliminarse si no pueden legitimarse adecuadamente o corregirse si su correlación con las cosas dadas es demasiado superflua”.
El progreso científico depende de este enfoque, pero esta es una lección que todos podemos aplicar en 2023. Tanto en el trabajo como en la vida personal, fomentar un sentido de curiosidad casi infantil por lo que ocurre a nuestro alrededor puede aportarnos toda una serie de beneficios, y es más agradable que intentar convertirnos en una especie de máquina de productividad. Así pues, este año, ¿podría considerar la posibilidad de convertirse en experto en no ser un experto? Yo, por mi parte, lo intentaré.
Jemima Kelly
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