La Sra. Harris busca trazar un camino propio en lo que podría ser uno de los períodos más importantes del segundo puesto político más importante en EEUU.
Kamala Harris estaba frustrada. El texto de un discurso que le habían encargado pronunciar en Chicago ante el mayor sindicato de docentes del país no era más que otra charla monótona y reciclada que no decía gran cosa.
Mientras el Air Force Two se dirigía al Medio Oeste durante el verano, la vicepresidenta dijo a su personal que quería decir algo más significativo, más directo. Blandió un artículo de la revista Rolling Stone sobre la reacción contra los funcionarios escolares de Florida tras la nueva legislación que prohíbe hablar de la identidad de género en las aulas.
Los docentes a los cuales se iba a dirigir estaban en primera línea de la guerra cultural del país, dijo Harris a su personal. Eran los mismos que estaban en primera línea en los tiroteos escolares. No bastaba con mencionar ligeramente el financiamiento federal de la educación. Aunque el avión estaba a una hora de Chicago, decidió que tenían que volver a empezar.
Cuando aterrizó, ya tenía preparada una versión más enérgica del discurso, en la que acusaba a los “supuestos líderes extremistas” del Partido Republicano de arrebatar derechos y libertades.
La pequeña rebelión aérea de Harris aquel día encapsuló la trampa en la que se encuentra. Ha hecho historia como la primera mujer, la primera afroamericana y la primera estadounidense de origen asiático que ocupa la vicepresidencia, pero aún le cuesta definir su papel mucho más allá de ese legado.
Su personal señala que ha tenido progresos y se ha convertido en una voz fuerte en la administración en materia de derecho al aborto. Se ha posicionado como una defensora más visible de la administración, pronunciando un discurso la semana pasada en el funeral de Tyre Nichols, el joven de 29 años golpeado por agentes de policía de Memphis. Y tanto sus críticos como sus detractores reconocen que la vicepresidencia está concebida como un papel secundario, y que muchos de sus predecesores también se han tenido que esforzar para ser relevantes.
Pero la dolorosa realidad para Harris es que en conversaciones privadas durante los últimos meses, docenas de demócratas en la Casa Blanca, en el Capitolio y en todo el país —incluidos algunos que ayudaron a que estuviera en la boleta del partido en 2020—, han dicho que no ha estado a la altura del desafío de demostrar que es una futura líder del partido, y mucho menos del país. Incluso algunos demócratas a quienes los propios asesores de la vicepresidencia recomendaban a periodistas para obtener citas de apoyo, confesaron en privado que habían perdido la esperanza en ella.
Durante gran parte del otoño, entre los principales demócratas cundió un pánico silencioso sobre lo que ocurriría si el presidente Joe Biden optaba por no presentarse a un segundo mandato. La mayoría de los demócratas entrevistados, que insistieron en mantener el anonimato para no enemistarse con la Casa Blanca, dijeron rotundamente que no creían que Harris pudiera ganar la presidencia en 2024. Algunos dicen que el mayor reto del partido será encontrar la manera de marginarla sin enardecer a los principales sectores demócratas, que se sentirían ofendidos.
Ahora que parece casi seguro que Biden volverá a presentarse, la preocupación por Harris se ha trasladado a si será un lastre político para la candidatura. Dado que Biden, a sus 80 años, es el presidente de mayor edad en la historia de Estados Unidos, los republicanos probablemente convertirían a Harris, de 58 años, en la principal línea de ataque, argumentando que un voto a favor de Biden podría ser en realidad un voto para situarla en el Despacho Oval.
“Ese será, en mi opinión, uno de los argumentos más contundentes contra Biden”, dijo John Morgan, destacado recaudador de fondos para los demócratas, incluido Biden, y expresidente de finanzas en Florida del presidente Bill Clinton. “No hace falta ser un genio para decir: ‘Mira, con su edad, tenemos que pensar realmente en esto’ “.
Hasta ahora, dijo, ella no se ha distinguido.
“No se me ocurre nada que haya hecho, salvo no estorbar y estar a su lado en ciertas ceremonias”, dijo.
Alrededor del 39 por ciento de los estadounidenses aprueban el trabajo de Harris, según una reciente recopilación de encuestas del sitio web FiveThirtyEight. Esto la sitúa por debajo del índice de aprobación de Biden, que ha rondado el 42 por ciento durante el último mes.
Los aliados de Harris sostienen que está atrapada entre la espada y la pared: se espera de ella que no haga nada que eclipse a Biden pero a la vez que maneje cuestiones inabordables que él le ha asignado, como el derecho al voto y la inmigración ilegal. Y algunos ven un doble criterio aplicado a una destacada mujer de color.
Nadie siente más la frustración de ser subestimada que Harris, pero se esfuerza por no exhibirla públicamente. En una entrevista concedida a The New York Times durante su estancia en Japón el pasado otoño, intentó explicar su propia identidad política.
“Tienes que saber lo que defiendes y, cuando uno sabe lo que defiende, sabe por qué luchar”, afirmó Harris.
Lo que esto significa en términos tangibles está menos claro. Después de su desastrosa entrevista con Lester Holt, de NBC News, en junio de 2021, en la cual tuvo dificultades para articular la estrategia de la administración en materia de seguridad fronteriza, los funcionarios de la Casa Blanca —incluidos algunos de su propia oficina—, señalaron que prácticamente se metió en un búnker durante aproximadamente un año y evitó muchas entrevistas debido, según sus ayudantes, al miedo de cometer errores y decepcionar a Biden.
Miembros del Congreso, estrategas demócratas y otras figuras importantes del partido dijeron que no se había convertido en una líder formidable. Dos demócratas recordaron conversaciones privadas en las que la exsecretaria de Estado Hillary Rodham Clinton lamentaba que Harris no pudiera ganar porque no tiene el instinto político necesario para abrirse camino en las primarias. Nick Merrill, portavoz de Clinton, dijo que ella apoyaba firmemente a Harris y que a menudo hablaba con ella sobre las experiencias compartidas de ser “una mujer en el poder.” Y añadió: “Han construido y mantenido un fuerte vínculo. Cualquier otra caracterización es totalmente falsa”.
Asesores y aliados atribuyen los retos de Harris a su transición de la abogada fiscal que solía ser como fiscal del distrito de San Francisco y fiscal general de California a un trabajo en el que se da prioridad al simbolismo y la política.
Sus colaboradores la han animado a liberarse del tele monitor y mostrar a la nación a la Harris que dicen ver cuando las cámaras están apagadas, una Harris capaz de interpelar a los responsables políticos sobre los entresijos de las propuestas legislativas y de conectar con los votantes más jóvenes de todo el país.
Harris ha reconocido sus reservas a la hora de inclinarse por los aspectos más simbólicos de su cargo actual.
“Mi tendencia siempre ha sido hablar con hechos, hablar con precisión, hablar con exactitud sobre cuestiones y asuntos que pueden tener grandes consecuencias”, dijo en la entrevista en Japón. “Me parece poco agradable limitarse a los clichés. Prefiero mucho más desmenuzar un tema y hablar de él de un modo que logre elevar el discurso público y educar al público”.
Harris suele decir a sus asesores de alto nivel que se siente más cómoda recibiendo sesiones informativas de los servicios de inteligencia o dirigiéndose a los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, lugares en los que, según ella, se valora más la sustancia que la política. Ha instruido a sus colaboradores que se aseguren de que sus viajes sean para hablar de los logros de la administración, como la Ley de Reducción de la Inflación, y no sólo de las múltiples crisis a las cuales se enfrenta.
También ha acribillado a su personal con preguntas sobre el acceso local al aborto y sobre cómo la decisión de anular el caso de Roe v. Wade podría llevar a la criminalización de los funcionarios médicos.
“Lleva su sombrero de fiscal puesto de esa manera”, dijo Alexis McGill Johnson, presidenta de Planned Parenthood, quien ha observado cómo la vicepresidenta intenta destilar complejas cuestiones sanitarias de una manera que el “ciudadano promedio” pueda entender.
Y meses después de que revisara su discurso de Chicago a bordo del Air Force Two, Harris pasó por nueve borradores antes de pronunciar un discurso en Tallahassee, Florida, en el cincuenta aniversario de Roe, en el cual se preguntaba si los estadounidenses podrán alguna vez “ser verdaderamente libres” mientras una mujer no pueda tomar decisiones sobre su propio cuerpo.
Varios asistentes dijeron que los animaba ver a una mujer negra hablando claramente sobre cómo las amenazas a Roe representan una amenaza más amplia a los derechos civiles.
Fue “muy fuerte para mí ver a alguien con mi semejanza en esta posición en estos tiempos”, dijo Sabrita Thurman, de 56 años y raza negra.
Las personas cercanas a Harris esperan que pueda ir más allá de la “política defensiva”, dijo Douglas Brinkley, historiador presidencial que organizó una reunión en su residencia sobre el legado de la vicepresidencia y asistirá a otra sesión con ella esta semana.
“El presidente Biden tiene que darle más margen para ser ella misma y no dejarla ser demasiado cautelosa de que un error, un error retórico, le cueste mucho al partido”, dijo Brinkley. “Es mejor dejar que Kamala sea Kamala”.
Zolan Kanno-Youngs, Katie Rogers y Peter Baker – The New York Times
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