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Criminales sin castigo y policías desmoralizados generan aumento de delincuencia

Criticar a la policía y aplicar castigos menos severos es una combinación letal.

Opinión de Brett Stephens

Hace dos años, un agente de policía blanco de Chicago llamado Eric Stillman disparó y asesinó a Adam Toledo, un mexicano-estadounidense de 13 años sin antecedentes penales desarmado, mientras el niño obedecía las órdenes del agente tras una persecución a pie a altas horas de la noche. El homicidio evidenció la brutalidad policial que existe hacia las comunidades latinas, pero no se presentaron cargos contra Stillman. Desde entonces, Chicago ha podido dar un giro a la delincuencia violenta, gracias en parte a que se ha invertido en programas extraescolares para jóvenes. Los asesinatos han descendido un 20 por ciento con respecto a hace dos años.

Esa es una versión de los hechos, la versión favorecida por la izquierda progresista.

Otra versión es la siguiente. El 29 de marzo de 2021, a las 2:36 a. m., Stillman y su compañero respondieron a una llamada en la que se informaba de disparos. Stillman empujó al suelo a Rubén Román, un joven de 21 años con antecedentes penales, y persiguió a Toledo, quien empuñaba una pistola de 9 mm, por un callejón oscuro. Stillman gritó a Toledo para que soltara el arma. Toledo arrojó el arma detrás de una valla y se volteó hacia él. El agente efectuó el disparo mortal menos de un segundo después de que Toledo soltara el arma. Stillman se acercó inmediatamente a Toledo para ayudarlo y llamó a una ambulancia.

Román fue absuelto de disparar el arma contra un coche que pasaba; sus abogados argumentaron que pudo haber sido Toledo quien disparó el arma.

Stillman fue puesto en licencia administrativa. El superintendente interino de la policía de Chicago, Eric Carter, recomendó la semana pasada despedir a Stillman.

Los homicidios, de hecho, han bajado en Chicago, pero siguen ocurriendo a algunas de las tasas más altas desde la década de 1990, y la delincuencia en general se disparó un 41 por ciento entre 2021 y 2022. Tan solo el fin de semana pasado, el vandalismo masivo desbordó el centro de Chicago, mientras 11 personas eran asesinadas y 26 resultaban heridas en tiroteos por toda la ciudad.

Quizá haya una lección en esto, por simple y anticuado que parezca. Cuando los malos salen libres y los valientes policías deben preocuparse por perder sus empleos por hacer su trabajo, la delincuencia tiende a aumentar. Y cuando la conversación nacional sobre la tragedia de Adam Toledo gira en torno a la decisión de vida o muerte del agente en una fracción de segundo, en lugar de la pregunta “¿Qué hace un niño de 13 años con un delincuente de 21 disparando un arma a las 2:30 de la madrugada?”, entonces estamos profundamente confundidos sobre la naturaleza de nuestros problemas, por no hablar del camino hacia una solución.

En otras grandes ciudades también se está presentando una dinámica similar. La policía está desmoralizada. Una de las formas en que se puede ver plasmado este hecho es en los altos niveles de renuncias voluntarias y jubilaciones anticipadas, que provocan una escasez grave de personal. A mediados de marzo, Nueva Orleans contaba con 944 policías, frente a los 1.200 de hace solo tres años, a pesar del aumento de las contrataciones. El año pasado la ciudad registró un aumento del 100 por ciento en los tiroteos con respecto a 2019. “¡Los delincuentes saben que no hay suficientes agentes en la calle! Ellos lo saben”. Delores Montgomery, chofer de viajes compartidos, declaró recientemente a NPR. Menos policías; más delincuencia: ¿Quién lo hubiera dicho?

Nueva Orleans no es la única. En un reciente análisis académico se descubrió que 11 de 14 ciudades que se estudiaron sufrieron pérdidas superiores a las previstas en su policía tras las protestas de George Floyd de 2020, siendo Seattle la que perdió la mayor proporción de sus efectivos. Un posible resultado desafortunado, sugiere el estudio, es que, a medida que los buenos policías se marchan, la calidad de los nuevos reclutas también se ve afectada. Eso puede ayudar a explicar la atroz brutalidad policial en el asesinato de Tyre Nichols en Memphis, Tennessee, en enero.

Luego está la otra cara de la moneda: La creciente sensación de impunidad entre los delincuentes.

En Chicago, la proporción de delitos denunciados que acabaron en detención, que era de casi el 31 por ciento en 2005, cayó al 12,3 por ciento en 2021, según un análisis realizado el año pasado por The Chicago Sun-Times. Incluso esta cifra puede ser inferior a la real, ya que la policía denuncia menos delitos en la ciudad.

En Nueva York, donde los delitos graves aumentaron un 22 por ciento el año pasado, las denuncias por hurtos en tiendas casi se han duplicado en los últimos cinco años… mientras que la tasa de detenciones desde 2017 se redujo casi a la mitad. Un informe de Hurubie Meko en The New York Times señala que solo 327 ladrones de tiendas representaban un tercio de todas las detenciones y que habían sido “detenidos y vueltos a detener más de 6.000 veces”. ¿Por qué? “Las fuerzas de seguridad y los grupos comerciales han culpado a la proliferación de bandas organizadas de ladrones de tiendas, a los delincuentes reincidentes y a la nueva ley estatal de fianzas que, según ellos, ha permitido a estos delincuentes evitar la cárcel.”

En otras palabras, la laxitud en la aplicación de la ley en lo que respecta a la pequeña delincuencia ha conducido a la gran delincuencia. Y la consecuencia de delitos supuestamente “sin víctimas”, como el hurto en tiendas, ha creado una sensación evidente de desorden, amenaza y miedo, todo lo cual favorece el ambiente de “todo vale” en el que la delincuencia florece invariablemente.

¿Mejorarán las cosas? Con el tiempo, sí, cuando una masa crítica de votantes recupere la simple combinación de sentido común y voluntad política. Pero que ocurra antes o después es una diferencia que se medirá en miles de vidas, dañadas o acabadas por el crimen que colectivamente permitimos que ocurra.

Bret Stephens es columnista de The New York Times desde 2017.  Anteriormente fue editor adjunto del Wall Street Journal y previo a eso fue editor en jefe del Jerusalem Post.

The New York Times

Lea el artículo original aquí.

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