No está claro cuál será la gravedad de esta crisis, pero la reforma es urgente.
Opinión de Martin Wolf
Los bancos están diseñados para quebrar. Y así ocurre. Los gobiernos quieren que sean lugares seguros para que la gente guarde su dinero y, al mismo tiempo, que asuman riesgos con ánimo de lucro. Son al mismo tiempo servicios públicos regulados y empresas que asumen riesgos. Los incentivos que reciben los directivos los anima a asumir riesgos, al igual que los incentivos que reciben los estados los inclina a salvar a la empresa de servicios públicos cuando los riesgos asumidos las hace saltar por los aires. El resultado es una costosa inestabilidad como la actual.
Si algo queda claro en relación a los acontecimientos de las dos últimas semanas, es que las pregonadas reformas introducidas tras la crisis financiera mundial no han cambiado mucho el panorama, o al menos no lo suficiente.
Sí, el apalancamiento de los sistemas bancarios es menor desde la crisis. Pero sigue siendo peligrosamente alto. Según la Reserva Federal, el 8 de marzo de 2023, la diferencia entre el valor contable de los activos y los pasivos de deuda de los bancos comerciales estadounidenses era de $2.137 billones. Esta porción de activos respaldados por acciones tenía un valor teórico de $22.800 billones. Sin embargo, un reciente estudio sugiere que las pérdidas a precios de mercado rondan ya los $2tn (millones de millones). Una corrida general forzaría a que salgan a la luz estas pérdidas y acabaría con el capital. Para evitarlo, las autoridades quizás tendrían que proteger todos los depósitos.
Se pronunciaron bonitas palabras sobre la necesidad de una resolución ordenada de bancos en quiebra, siendo los fondos propios el primer reclamo a liquidar. Pero, oh sorpresa, que eso no fue lo que ocurrió para salvar a Credit Suisse. Los accionistas conservaron valor y el Estado también les proporcionó garantías indirectamente, al avalar a UBS. Sin embargo, el ministro de Finanzas suizo nos señaló: “Esto no es un rescate. Es una solución comercial”. En realidad, se trata de un rescate. Podría ser la solución menos costosa en general. Pero no es así como debía funcionar el régimen posterior a la crisis de 2008. Aunque eso no me sorprende tanto.
En este momento todavía no está claro qué tan grave será esta crisis. Pero ya es evidente que las reformas posteriores a la última, aunque enormemente mejores que nada, no fueron suficientes, especialmente después de que la administración Trump las manipulara. No han garantizado un sistema a prueba de crisis. No han proporcionado una forma sencilla de efectuar la resolución de un banco en crisis, especialmente si ésta última corre el riesgo de convertirse en sistémica.
¿Qué se puede hacer? Existen cuatro grandes enfoques de la reforma.
Primero, permitir que prevalezca el mercado, como ha afirmado Ken Griffin, de Citadel. Por desgracia, las funciones de los bancos de proveer dinero y crédito son demasiado vitales para dejar que eso suceda. La idea de que la garantía estatal de los depósitos crea un riesgo moral también es complicada. Los depositantes no pueden supervisar la solidez de los bancos en tiempo real: la ausencia de seguro sólo haría que se inquietaran más. Pero su presencia es claramente una subvención a los accionistas y, por lo tanto, fomenta un mayor apalancamiento y una mayor toma de riesgos.
Segundo, endurecer la normativa actual. Todos los bancos con depósitos asegurados de jure o de facto deben ser regulados en cuanto a solidez de capital y liquidez de la misma manera. La decisión de excluir a Silicon Valley Bank de la red reguladora de bancos de importancia sistémica fue un error, porque cualquier cosa puede desencadenar pánico si un número suficientemente grande de bancos tiene vulnerabilidades similares. Además, al tiempo que se amplia el seguro de depósitos, hay que aumentar las primas de seguro y vincularlas a las características de riesgo de los bancos, como el apalancamiento. De nuevo, las pruebas de resistencia deben ser universales y brutalmente realistas en cuanto a todos los riesgos, incluidas las tasas de interés.
Tercero, ir mucho más allá de lo habitual para aumentar la solidez de los bancos. Una recomendación sugería pasar a un apalancamiento de tres a uno en lugar de diez o veinte a uno, que es lo habitual en la actualidad. Una propuesta alternativa es obligar a los bancos a financiarse con deuda que se convierta automáticamente en capital a medida que disminuyen las valoraciones del mercado. Las ideas anteriores irían acompañadas de un estricto ajuste de sus cuentas al mercado. Una propuesta de Mervyn King, ex gobernador del Banco de Inglaterra, es que los bancos equiparen los depósitos a sus activos líquidos. Incluiría un valor preacordado de garantía frente a los préstamos de prestamista de último recurso. Eso debería garantizar la liquidez en todo momento. Por último, deberían imponerse sanciones a la dirección de los bancos en quiebra, que reflejen la realidad de que son empresas de servicios públicos.
Cuarto, abandonar este intento de que un sólo tipo de compañía combine los negocios de proveer dinero y otorgar préstamos de riesgo. Esto tendría dos elementos complementarios.
Los pasivos frente al público que se supone que son perfectamente líquidos y se rescatan a la par (“efectivo”) deben corresponderse uno a uno con activos similares. Esto podría hacerse obligando a los intermediarios a mantener reservas en el banco central o pasivos públicos de liquidez similar. Se trata del famoso “Plan Chicago”. Pero ahora los ciudadanos podrían disponer directamente del dinero del banco central. Eso era imposible cuando el acceso a la banca requería redes de sucursales, pero ahora sería posible que todo el mundo tuviera monedas digitales del banco central perfectamente seguras, en cualquier cantidad. Esta idea convertiría al banco central en el proveedor monopólico de dinero en la economía. La gestión del sistema de pagos digitales podría transferirse a empresas tecnológicas. El dinero creado por los bancos centrales podría utilizarse para financiar al Estado (sustituyendo a los bonos del gobierno) o invertirse de otras formas.
Mientras tanto, la intermediación del riesgo podría correr a cargo de los fondos de inversión, cuyo valor se movería con el mercado. De forma menos radical, la intermediación podría quedar en manos de instituciones bancarias, pero de instituciones financiadas por una combinación de acciones, bonos y depósitos a plazo, no depósitos a la vista.
Nadie está preparado aún para estos últimos enfoques. Pero el segundo y el tercero deben figurar en la agenda. La banca se revela como parte del Estado pero disfrazada como parte del sector privado. Como mínimo, debe ser mucho más sólida. Lo ideal sería que fuera sometida a una transformación radical.
Martin Wolf es el economista en jefe del Financial Times, basado en Londres. Fue condecorado como Comandante del Imperio Británico en el año 2000, por “sus servicios al periodismo financiero”.
Derechos de Autor – The Financial Times Limited 2021.
© 2021 The Financial Times Ltd. Todos los derechos reservados. Por favor no copie y pegue artículos del FT que luego sean redistribuidos por correo electrónico o publicados en la red.
Lea el artículo original aquí.