El nacionalismo económico parece ser el mensaje de la época, independientemente de quién gobierne.
Opinión de Ross Douthat
En 2016, Donald Trump se postuló a las elecciones presidenciales contra sus compañeros republicanos y luego contra Hillary Clinton prometiendo nacionalismo económico: una ruptura con el entusiasmo bipartidista por la globalización, el fin de la subcontratación, una reactivación de la industria manufacturera, nuevo gasto en infraestructuras, una competencia franca con China en lugar de una integración amistosa.
Siete años después, el presidente Joe Biden acaba de pronunciar un discurso del estado de la Unión cuyos temas clave e improvisaciones más entusiastas podrían haberse extraído (aunque con más “bidenismos” y menos insultos) de la campaña populista de Trump.
Ambos partidos condenaron de manera implícita haber descuidado el corazón del país y la política industrial y la infraestructura. Hubo un lamento por el hombre olvidado, los estadounidenses “que quedaron atrás o que fueron ignorados” y “los empleos que se perdieron”. Y había un trasfondo no tan sutil en los alardes políticos: Todo lo que algún día prometió Trump lo estoy cumpliendo yo. Una ley de infraestructura bipartidista. Normas más estrictas para la ley Buy American (comprar Hecho en Estados Unidos). Reindustrialización. Enfrentarse a las grandes farmacéuticas. Grandes inversiones en competencia tecnológica con Pekín.
Todo esto contextualizado en el más familiar de los temas demócratas: cobrar impuestos solo a los ricos, jamás tocar la Seguridad Social y Medicare, invertir infinitamente en educación. Mientras tanto, Roe v. Wade y la supuesta crisis de la democracia, tan primordiales en las campañas demócratas de mitad de mandato, fueron invocados como gritos de guerra partidistas, pero la mayoría de las veces se introdujeron en el discurso, mucho después de que el presidente terminara con su discurso principal: un argumento a favor de un nuevo nacionalismo económico, presentado por Joe Biden.
Es un mensaje cuya potencia los republicanos subestiman a su propio riesgo, especialmente aquellos republicanos que intentan caer en el juego de Biden reviviendo las peores ideas y estrategias de la era del llamado Tea Party. Si combinamos este tipo de mensaje y este tipo de insensatez del GOP con el suave aterrizaje económico que tanto se espera del crecimiento continuado del empleo y la disminución de la inflación, podemos ver que el camino lleva hacia la reelección de Biden.
Pero el discurso también incluyó un montón de recordatorios de todas las fuerzas que no pueden ser dominadas por el gasto en infraestructura, los ataques a China y las apropiaciones inteligentes de los temas de Trump en 2016.
Está el problema de la tasa de inflación, que está disminuyendo pero sigue superando el crecimiento de los salarios y para la cual Biden no propone ninguna solución política real, excepto la esperanza de que la línea de tendencia continúe bajando. Está la guerra en Ucrania, donde los peligros de una escalada pueden descalabrar los éxitos provisionales de nuestra política. Hay áreas de preocupación o crisis como la delincuencia y la frontera, temas en los cuales se aleja de lo que dice Trump y las exigencias de la base de Biden le dificultan luchar a fondo con los problemas. Y está el espíritu general de malestar y mal presentimiento, los estragos del Covid-19 y la sombra de la drogadicción y la desesperación atomizada, a la cual ningún partido puede responder realmente, pero que deja particularmente sin propuestas al progresismo y su fe en una mejora social constante.
Por último, está el problema del propio Biden, quien viene de obtener un resultado mejor de lo esperado en las elecciones intermedias, con noticias económicas decentes de las que presumir y, sin embargo, se enfrenta a un panorama en el cual la mayoría de sus compañeros demócratas no quieren que se postule a la reelección. ¿Tranquilizó a algunos de esos votantes con su alegre discurso y su descaro para responder a los abucheos del GOP? ¿O confirmó sus dudas con la forma en que divagaba en sus improvisaciones y mezclaba sus frases más largas en el tele monitor?
En cuanto a este discurso, esta actuación, yo diría que ganó la reafirmación. Pero la campaña electoral requiere muchas actuaciones, y la búsqueda de cuatro años más por parte de nuestro presidente de mayor edad en la historia tiene un largo, largo camino por recorrer.
Ross Douthat es analista político estadounidense, bloguero, autor y escritor del New York Times. Anteriormente fue el editor principal de The Atlantic. Su libro más reciente se titula The Deep Places: A Memoir of Ilness and Discovery.
The New York Times
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