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Todo el mundo sufre a medida que los ricos siguen gastando

Los estadounidenses ricos impulsan la inflación y aumentan el nivel de capitalismo financiero la economía.

La inflación no es nueva, pero el aumento de los precios aún puede provocar conmoción. Hace poco estuve de vacaciones en los Hamptons, una elegante zona de playa a las afueras de Nueva York, donde me sorprendió pagar $800 por un solo carrito del supermercado.  No fui a un emporio gastronómico, sino a IGA, que es el equivalente estadounidense del Tesco británico.  Los precios de los alimentos suben en todas partes, pero en lugares como éste han alcanzado niveles altísimos.

Los lugareños ricos y los compradores que están de vacaciones lo notan, pero no parecen limitar sus gastos.  Todos los demás viajan una hora o más para conseguir alimentos fuera de las zonas turísticas, piden productos secos a Costco y cultivan sus propios productos.

Ese cuento es extremo, pero de ninguna manera es único. En la medida en que los ricos de EEUU no recorten su gasto, pueden ser un factor importante y poco explorado que impulsa la inflación que todos sentimos.

Las dos quintas partes con mayores ingresos en EEUU representan el 60 por ciento del gasto de los consumidores, mientras que las dos quintas partes con menores ingresos apenas representan el 22 por ciento, según las estadísticas de la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS por sus siglas en inglés) de 2020.

La desigualdad de ingresos no es lo mismo que la desigualdad de riqueza.  Pero ambas pueden ir de la mano.  Las personas con mayores ingresos tienden a recibir un mayor porcentaje de su remuneración en acciones.  También tienen mucho más capital en bienes raíces (lo que tiende a fomentar un mayor gasto en consumo, según la investigación del FMI).

El American Enterprise Institute, un grupo de expertos de derecha, estimó en febrero que el efecto riqueza tanto de las ganancias de los activos como de la extracción de efectivo del refinanciamiento de la propiedad (que aún no se ha corregido, como las acciones) representaba $900 mil millones, con un impacto en el consumo que comenzó el año pasado y continuará hasta que finalice 2022.

Jeff Bezos, de Amazon, puede construir un yate de $500 millones y no le cambia la vida a nadie más que a él.  Pero cuando el quintil superior de los estadounidenses en su conjunto disfruta del 80 por ciento del efecto riqueza derivado del aumento del valor de las acciones y de las viviendas (estimación del American Enterprise Institute (AEI)), sospecho que empieza a tener un impacto real en la inflación, y en la estructura general de nuestra economía, que en el transcurso de los últimos 30 años de caída de las tasas de interés reales se transformado a una economía preponderantemente financiera.

El fundador de Gavekal, Charles Gave, explicó la dinámica subyacente de todo esto en un artículo reciente para clientes. “Si la tasa [de interés] del mercado es demasiado baja en comparación con la tasa natural, la ingeniería financiera da su fruto… el endeudamiento para aprovechar el diferencial conducirá a un aumento del valor de los activos que rinden más que la tasa de mercado, pero también a un aumento del endeudamiento”.

La cuestión es que se crearán menos activos nuevos —¿por qué invertir en una fábrica o en capacitar mano de obra cuando se pueden recomprar acciones?  Un resultado práctico de este desafortunado arbitraje entre Wall Street y Main Street es la menor productividad.  La caída de la productividad y las tasas artificialmente bajas suelen equivaler a períodos de recuperación inflacionaria, como en los años 70.

La única salida es la del sufrimiento por el aumento de las tasas de interés. El costo de mercado del capital debe normalizarse para reducir el nivel de capitalismo financiero, y la asignación improductiva de recursos y la desigualdad que conlleva.

Por desgracia, el sufrimiento por ese cambio de paradigma (al igual que los beneficios en el caso contrario) no se repartirá por igual.  El alza de las tasas afecta más a los pobres porque aumenta el costo de los artículos no fungibles, como los alimentos, la vivienda y el pago de las tarjetas de crédito y otros préstamos.  Los ricos pueden seguir gastando, mientras que otros tienen que tomar decisiones económicas más difíciles.

El mercado inmobiliario estadounidense es el mejor ejemplo de los inconvenientes económicos y sociales que genera el crecimiento basado principalmente en lo financiero. Históricamente, los elevados precios de las viviendas —que son en parte resultado de la presencia de más compradores en efectivo e inversionistas en el mercado, así como de las restricciones de zonificación y las tendencias de financiamiento que favorecen a los ricos—, hacen que haya más gente que alquila.  Hoy en día, los alquileres están aumentando no sólo en las grandes ciudades, sino en la mayor parte del país.

Pero las personas que tienden a alquilar son quienes menos pueden pagar los precios más altos.  Según el informe 2021 de Pew Data, el 60 por ciento de los inquilinos se encuentran en el cuartil inferior de los ingresos estadounidenses.  Si se considera el patrimonio neto, incluida la riqueza de activos, esa cifra se eleva al 87,6 por ciento.  A medida que los ingresos discrecionales se destinan a las necesidades básicas, el panorama del consumo se inclina aún más hacia los ricos.

Por supuesto, ningún paradigma económico es eterno.  El aumento de las tasas de interés acabará por reducir los valores de los activos inflados artificialmente.

Mientras tanto, la Casa Blanca de Biden hace lo que puede para amortiguar el sufrimiento que la inflación provoca a los trabajadores.  Ha liberado reservas estratégicas de petróleo en un esfuerzo, en parte exitoso, por reducir los precios en los surtidores, ampliado los topes de la era de la pandemia en algunos pagos de préstamos estudiantiles y presionado para que se tomen medidas antimonopolio en áreas donde la concentración corporativa (que ha crecido de la mano de la influencia del capitalismo financiero) puede ser responsable de cierta presión inflacionaria.

Pero se necesitan más cambios. El éxito que han tenido los lobistas corporativos a la hora de frenar los esfuerzos para lograr que no haya aumento impositivo sobre la porción de ganancias que obtienen los gerentes de fondos es vergonzoso.  La condonación de la deuda estudiantil -por muy generosa que sea- no cambiará el hecho de que el costo de cuatro años de universidad privada en Estados Unidos (un costo elástico que puede aumentar indefinidamente por el empuje de los ricos a nivel global) es casi el doble del ingreso medio familiar.  Los mercados inmobiliarios siguen pidiendo a gritos una gran reforma.

Sospecho que hará falta una generación más joven para impulsar este tipo de cambios sistémicos. Sencillamente, no tienen tanto patrimonio que proteger.

Rana Foroohar

Derechos de Autor – The Financial Times Limited 2021.

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