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Personas que trabajan en la cosecha somos todos

Soy un estadounidense de primera generación con padres originarios de México, Cuba y Guatemala; países de habla castellana. Provengo de una familia de campesinos, personas que se han dedicado a trabajar en la cosecha. Somos una larga línea de hombres y mujeres que entienden uno de los valores esenciales de la comunidad hispana: el crecimiento y desarrollo propio. Si sembramos hoy la semilla de nuestros valores, la cosecha de nuestro mañana será tan hermosa como siempre lo deseamos.

Sé lo que es empezar de cero y superarse a uno mismo, no por mi educación, sino por mi historia familiar, nuestras vidas y las experiencias de vida de mis antepasados. La historia de mi familia es muy digna en Estados Unidos, porque promueve el sentimiento de “superación personal” o “de la pobreza a la riqueza”, que tanto se glorifica. Lo que importa no es esta narrativa, sino mi experiencia real: ser beneficiario de los programas destinados a apoyar a las poblaciones más vulnerables de este país.

Lino Peña Martínez escribe: “El simple hecho de que alguien como yo pueda ganarse un puesto aquí en Washington importa. La visibilidad y la representación importan. Seguimos beneficiándonos del valor añadido de quienes trabajan sobre el terreno, de los trabajadores de primera línea y del tipo de ‘manos en la tierra’ que aportamos a nuestras comunidades y a nuestro país. Sin embargo, cuando nos ponemos manos a la obra para cambiar los sistemas, debemos siempre recordar de dónde venimos”. | FOTO: Cortesía

Crecí en el sistema de acogida a partir de los cinco años; fui hijo del gobierno. Los cupones de alimentos, los Vales de Elección de Vivienda (Sección 8), los refugios para personas sin hogar, los comedores sociales, la violencia y los abusos eran habituales en mi vida. Esto sólo porque tuve la suerte de nacer en este país. La desgracia es que muchas personas con una educación como la mía, no tienen grandes resultados.

Según datos de la Fundación Annie E. Casey, 1 de cada 5 jóvenes de acogida señala que se quedó sin hogar entre los 17 y los 19 años, y más de 1 de cada 4 jóvenes de acogida afirma que se quedó sin hogar entre los 19 y los 21 años. Asimismo, 1 de cada 5 menores de acogida fueron encarcelados entre los 17 y los 19 años y entre los 19 y los 21 años.

Además, los estudios revelan que menos del 10% de los que han estado en hogares de acogida obtienen un título universitario de cuatro años. Alrededor del 4% de los ex jóvenes de acogida obtienen un título universitario de dos años. Dichas estadísticas sobre los resultados educativos, la esperanza de vida, la seguridad, la nutrición, la disfunción social y otros aspectos siguen estando en contra mía y de las personas que se encuentran en la misma situación, pero esto no nos define.

Los resultados son igual de sombríos, si no es que peores en el extranjero. La pobreza extrema, la vida de subsistencia y las comunidades plagadas de violencia, abusos y aislamiento social son igual de comunes en los países de origen de mis padres. Pude observarlo personalmente cuando los visité. He estado en México y Guatemala, y las condiciones de bienestar infantil en dichos países son muy distintas. Según el informe anual de la UNICEF de 2022, en México ha aumentado la pobreza infantil desde 2020.

Algunos de estos países aún mantienen orfanatos, y en estos continúan las historias de terror, abusos evidentes, escasa supervisión y falta de transparencia en los sistemas de bienestar infantil. Los datos sobre las condiciones de bienestar infantil en Cuba difieren significativamente, ya que el país sigue en gran medida aislado del mercado mundial, y su economía, población y  gobierno continúan siendo un misterio.

Decidí ir a Cuba en lo que sería un viaje de una sola vez en la vida, para encontrarme con mi familia lejana que no conocía y que ni siquiera sabía que yo existía. Crecí en California con una familia de acogida mexicana. ¿Cómo iban a saber de mí, mi familia nuclear? Mi madre biológica es de Guatemala y mi padre biológico es de Cuba. ¿Cómo iba a saber de mí, mi familia de origen cuando los expedientes sellados, los documentos protegidos la ley HIPAA y los procedimientos de bienestar infantil son tan confidenciales y delicados? Tuve poco contacto con mi padre antes de que falleciera o con cualquier otra persona, excepto con mi madre y mi familia materna hasta que ingresé a la universidad.

Cuando puse un pie en Cuba, me sentí abrumado por una poderosa emoción: el privilegio de visitar este país por elección propia, en comparación con mis antepasados llevados allí a la fuerza. Sentí y sigo experimentando agradecimiento al darme cuenta de que, estadísticamente, no debería estar donde estoy. He llegado hasta aquí, gracias a mi comunidad. Soy testigo directo de la pobreza y la vida de subsistencia que mi familia sigue soportando hoy en día. Dedico mi vida a los sistemas que pueden ayudar a prevenir condiciones como éstas. Es la vieja perspectiva medioambiental de “Piensa globalmente, actúa localmente”.

“Tras unos meses de esfuerzos por volver a entrar en el espacio federal, logré ingresar en la Comisión de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes, donde apoyé en los esfuerzos legislativos que el Gobierno estadounidense jamás ha visto en materia de energía limpia, descarbonización y cambio climático”, dice Lino Peña Martínez. | FOTO: Cortesía

Después de la universidad, me mudé a Boston, donde me dediqué a la venta a domicilio y a la organización de base como consultor de energía solar, antes de convertirme en trabajador social que ofrecía atención directa y defendía los sistemas de intervención y apoyo a familias y niños en situación de riesgo. Finalmente, me trasladé a Washington D.C. para participar en el Programa de Prácticas para Jóvenes en Situación de Acogida, donde comencé mi carrera en abogacía a nivel federal. Tras una pasantía en el Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes, me sentí obligado a estar presente en la capital de nuestra nación para poder luchar por las dificultades de mi pueblo, empoderar a los que me rodean y lograr un cambio positivo en los esfuerzos por mitigar los efectos negativos de nuestra nación.

Una vez finalizadas las pasantías, regresé a Boston con un nuevo sentimiento de obligación y deber hacia mí mismo y hacia mis comunidades como defensor. Empaqué todo lo que tenía, sin trabajo, sin vivienda y con solo dos meses de alquiler en mi cuenta bancaria, y me fui a vivir permanentemente a Washington D.C. Tras unos meses de esfuerzos por volver a entrar en el espacio federal, logré ingresar en la Comisión de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes, donde apoyé en los esfuerzos legislativos que el Gobierno estadounidense jamás ha visto en materia de energía limpia, descarbonización y cambio climático.

“Piensa globalmente, actúa localmente” adquiere un nuevo tenor cuando se está en la capital de la nación. Cuando te acostumbras a los cuatro cuadrantes de D.C., empiezas a reconocer el carácter social de la capital y, con ello, el sentido que tiene para el mundo y el país. La forma de navegar por el distrito puede conectarse con una red mundial de políticos, personas influyentes, embajadores, líderes, académicos, entre otros.

Fui miembro de la Comisión desde el 116º Congreso hasta el 118º, debido al cambio de control de la Cámara cuando los demócratas perdieron la mayoría. Ahora tengo el privilegio de poder hablar en conferencias por todo el país, formar a voluntarios en escala nacional, consultar con organizaciones nacionales y agencias de bienestar infantil, y concienciar a miles de jóvenes en acogida y adoptados que no tienen los mismos resultados que yo. Más allá de eso, me enfoco en asegurar que nuestras comunidades estén involucradas a medida que nuestra nación comienza a priorizar su independencia a través de los méritos de la energía renovable, los vecindarios limpios y el aire respirable.

El simple hecho de que alguien como yo pueda ganarse un puesto aquí en Washington importa. La visibilidad y la representación importan. Seguimos beneficiándonos del valor añadido de quienes trabajan sobre el terreno, de los trabajadores de primera línea y del tipo de “manos en la tierra” que aportamos a nuestras comunidades y a nuestro país. Sin embargo, cuando nos ponemos manos a la obra para cambiar los sistemas, debemos siempre recordar de dónde venimos.

Cuanto más ocupo espacios federales y nacionales, más aprendo a lo largo de la vida que hay puntos de intersección. Si enfocamos nuestros recursos, tiempo y energía en comprender dónde se cruzan las situaciones, podemos tener los efectos más significativos para potenciar al máximo la comunidad y minimizar el aislamiento. Deberíamos dedicar parte de nuestro tiempo a prestar atención y servicios directos a las personas con las que vivimos y caminamos: inversiones de tiempo real y esfuerzo, no sólo de dinero.

Estamos construyendo un movimiento de experiencia propia, y la historia de este presente momento justifica esta reflexión sobre de dónde venimos todos y las luchas por las que pasaron nuestras familias. Debemos afrontar los problemas a nivel particular e interpersonal. No obstante, al mismo tiempo, tenemos que tener presente que los asuntos globales como la pobreza, la estabilidad de la vivienda y los empleos accesibles y de calidad para las comunidades, son prioritarios en este país también, y necesitan a gente como nosotros para poder erradicarlos.

Aunque parte de mi familia es materialmente pobre, es cultural y socialmente próspera. La vitalidad de la música, la danza y el espíritu de mi pueblo los hace fuertes. Desde los “Campos de Colón” en Matanzas, Cuba, hasta los “pueblos” de Nayarit o Jalisco, México, hasta el Lago de Atitlán y Panajachel, Guatemala, mi familia y mi gente entienden lo que significa estar conectados con la vida; estar en sintonía con la madre tierra, y querer atender sus necesidades y las de sus comunidades.

Vengamos de donde vengamos, nuestras historias son importantes. Nuestro tiempo, esfuerzo y energía son valiosos, y debemos seguir cosechando lo que sembramos. Así que sigamos construyendo este movimiento y creando sistemas que reflejen la diversidad y la composición de nuestro pueblo. Acerca una silla a mi mesa y de mi parte te digo, “bon appetit” o “buen provecho”. Sigue dando todo lo que tengas. Enfócate en plantar las semillas de tus valores hoy para que todos podamos cosechar nuestro jardín, y así dejamos que la generosidad de nuestra cosecha alimente nuestras almas y nutra nuestras mentes.

Este artículo se publicó en colaboración con Youth Voices Rising, un programa nacional que ofrece oportunidades de escritura a jóvenes que han vivido experiencias en los sistemas de bienestar infantil y justicia juvenil.

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