Cuando el gobernador de Florida, Ron DeSantis, anunció la semana pasada su intención de buscar la nominación presidencial republicana en 2024, los inmigrantes fueron una vez más el chivo expiatorio predilecto de los políticos conservadores. Esto, en su afán de alimentar su extremismo y el de su base sin ofrecer soluciones reales a nuestro descompuesto sistema migratorio.
El 16 de junio de 2015 Donald Trump descendió por las escaleras de la Torre Trump, de Nueva York, para oficializar su candidatura, tildando de “criminales” y “violadores” a los migrantes mexicanos.
Es obvio que el discurso de ambos republicanos está unido por el mismo hilo conductor que afianzan cada vez más las fuerzas conservadoras de extrema derecha, y que no es otra cosa que la utilización del racismo y la xenofobia con fines meramente político-electorales. Tan es así, que cuando están en el poder lo convierten incluso en política pública, con rúbrica y protocolo mediático de por medio.
En efecto, ahora DeSantis se lanza al ruedo apoyado nada menos que por Elon Musk, el dueño de Twitter propenso a la desinformación y las teorías conspirativas, y con una ley antiinmigrante bajo el brazo que entra en vigor el 1 de julio, y que ya está generando todo tipo de preocupaciones, desde su impacto económico hasta el humanitario y en los derechos civiles.
Lo primero se podrá medir con exactitud en cuanto entre en vigor la nueva normativa, aunque desde ya los medios informativos han estado reportando sobre el abandono de los campos de Florida y de las construcciones, sobre todo, donde la mano de obra es básicamente migrante. La discriminación y el acoso, por otro lado, serán también una constante, especialmente por quienes se han puesto del lado de una de las leyes más antiinmigrantes de la historia de Estados Unidos.
Y aunque la ventaja que tenía DeSantis sobre Trump en la preferencia de los votantes republicanos se ha desvanecido, la realidad sigue siendo igual. Las dos figuras que hasta el momento despuntan en la ruta electoral del Partido Republicano son antiinmigrantes probados. Uno, Trump, usó la presidencia y el consejo de asesores extremistas como Stephen Miller para encabezar una de las cruzadas más duras y crueles contra los migrantes, incluyendo separar bebés de sus madres, muchos de los cuales ni siquiera han sido reunificados
El otro, DeSantis, pupilo de Trump caído de su gracia, es otro antiinmigrante que ha desatado una guerra cultural en un estado multicultural como la Florida, metiendo las narices hasta en los libros de texto que deben asignarse en las escuelas, en los derechos reproductivos de la mujer y en lo derechos de la comunidad LGBTQ+.
Es decir, tanto Trump como DeSantis se han destacado como los ejemplos más claros de esa profunda división entre la idea de Estados Unidos como una nación incluyente, mutilcultural y tolerante, y un país racista, xenófobo y antiinmigrante. Los dos no han dudado en apostar por el desprendimiento, tanto estatal como nacional, de Estados Unidos como eje de las libertades, y lo han querido llevar a la antesala de la intolerancia, así como otros personajes que en antaño se inclinaron por el nazi-fascismo en otras latitudes, llevando a sus sociedades y al mundo hacia un callejón sin salida.
Además, aparte de su guerra corporativa contra Disney que ya le está costando millones de dólares al estado, DeSantis se propuso repetir en Florida lo que hace más de una década hicieron, sin éxito, otros estados republicanos como Arizona en 2010 y Alabama en 2011: tratar de convertirse en el epicentro de la guerra contra la migración indocumentada.
Lo que Arizona y Alabama aprendieron de inmediato es que entre la retórica y la realidad hay un espacio enorme, y que por más que en su miopía quieran hacer creer que de un dedazo pueden deshacerse de los indocumentados, son sus estados los que sufren serias consecuencias, particularmente en la economía.
En Alabama, por ejemplo, la HB 56 se promulgó curiosamente hace casi 12 años, el 9 de junio de 2011. Uno de los efectos inmediatos fue la salida de inmigrantes indocumentados de los puestos que ocupaban, sobre todo en la agricultura. America’s Voice en Español reportó de primera mano sobre la desesperación de los agricultores al ver que sus cosechas se estaban pudriendo por la falta de mano de obra que el entonces gobernador republicano, Robert J. Bentley, satanizó gracias a una medida escrita en gran parte por una de las figuras más antiinmigrantes del país, Kris Kobach, entonces Secretario de Estado de Kansas y actual procurador del mismo estado.
Vimos de primera mano cómo los negocios donde esos migrantes compraban sus alimentos, ropa, se cortaban el pelo, o llevaban sus autos a lavar o a arreglar, perdieron de la noche a la mañana miles de clientes.
Vimos también el impacto directo sobre los hijos ciudadanos de padres indocumentados. Algunos por temor a ser detenidos y deportados dejaron de enviar a sus hijos ciudadanos a las escuelas, o incluso al doctor, aunque estuvieran enfermos, lo que generó preocupación entre los sectores de salubridad.
Es el anterior un escenario de terror que se prevé ocurra nuevamente, ahora en Florida, afectando otra vez a las poblaciones más vulnerables del país, entre las que por supuesto se encuentran en primer lugar los migrantes indocumentados y sus familias, a los que este tipo de leyes tratan con desprecio, a pesar del beneficio económico que su mano de obra representa para fortalecer las finanzas de los estados donde viven y trabajan arduamente.
No ver eso ahora es como caer en ese viejo adagio de las sociedades que declinan: quienes no conocen su historia están condenados a repetirla.
Es decir, cuando se promulga una ley antiinmigrante, como acaba de hacer DeSantis —solamente con el fin de demostrar a la base de su también antiinmigrante rival político, Trump, que puede ser tan o más cruel que su líder—, la realidad no tarda en dar sus lecciones históricas, las que un terco y necio Partido Republicano parece que no ha querido aprender.