La actual administración ha construido silenciosamente sobre muchas de las políticas de la era Trump.
Donald Trump es un fanfarrón y un mentiroso. Donald Trump intentó un golpe de estado. Creo que ambas declaraciones son ciertas. Pero también es cierto que, como presidente, Trump fue responsable de cambios históricos en la política exterior y doméstica de Estados Unidos, que Joe Biden ha continuado. Esos cambios probablemente perdurarán, incluso si Trump es enviado a prisión.
¿Qué hace que una presidencia sea verdaderamente histórica? Esencialmente, requiere una ruptura radical con el pasado, cuyas consecuencias y premisas son luego aceptadas y absorbidas por tus oponentes políticos. Franklin Roosevelt lo hizo con el New Deal. Lyndon Johnson lo hizo con la Ley de Derechos Civiles. Ronald Reagan lo hizo con las políticas de desregulación y recortes de impuestos, ahora comúnmente conocidas como neoliberalismo.
Los presidentes que vinieron después de Reagan básicamente aceptaron la filosofía de libre mercado que él legó. Bill Clinton impulsó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. George W. Bush dio la bienvenida a China en la Organización Mundial del Comercio. La administración de Obama trabajó en un tratado de inversión bilateral entre Estados Unidos y China y acordó el Acuerdo Transpacífico, un nuevo acuerdo comercial.
Trump, sin embargo, repudió el consenso a favor de la globalización de los últimos 40 años. Durante la campaña, acusó a China de burlarse de Estados Unidos y de violar sus principios económicos. En su discurso inaugural, lamentó la “carnicería estadounidense” derivada de la globalización. Durante ese discurso, se dice que Bush murmuró: “Que premisas tan extrañas”.
En su primer día en el cargo, Trump sacó a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico. En 2017, Estados Unidos hizo un esfuerzo deliberado para debilitar la OMC al bloquear el nombramiento de nuevos jueces para su tribunal de apelación. Robert Lighthizer, el representante comercial de Trump, impuso una serie de aranceles a China. Trump también renegoció el NAFTA, que fue rebautizado como el USMCA. Todo esto se justificó en nombre de traer empleos industriales de vuelta a Estados Unidos.
La nueva rivalidad con China también fue geopolítica. La estrategia de seguridad nacional de la administración Trump, anunciada en 2017, convirtió a la “competencia de grandes potencias” con China y Rusia en el eje central de su enfoque hacia el mundo.
¿Y qué ha hecho Biden con todas estas “cosas extrañas”? En lugar de desmontarlas, su administración ha mantenido la mayoría de estas políticas de la era Trump e incluso las ha ampliado. No hizo ningún intento de volver a unirse al Acuerdo Transpacífico y continúa bloqueando el tribunal de apelaciones de la OMC. En privado, algunos funcionarios de la administración dicen que fue un error permitir que China se uniera a la OMC. Los aranceles de Trump a China siguen vigentes.
Esta administración también ha abrazado el concepto de rivalidad de grandes potencias con China. La propia estrategia de seguridad nacional de Biden describe a China como el “desafío geopolítico más importante” para Estados Unidos.
La denominada Bidenomics, el conjunto de políticas económicas ambiciosas e intervencionistas del presidente, están impulsadas por un deseo similar al de Trump de volver a industrializar Estados Unidos y reconstruir la clase media.
El equipo de Biden argumentaría, con cierta razón, que sus políticas son más sistemáticas que las de la administración Trump y contienen algunos elementos nuevos. El énfasis en fomentar la energía limpia y combatir el cambio climático es distintivamente demócrata.
Los esfuerzos de Biden para contener el poder de China también son menos vulnerables al capricho presidencial. Trump tendía a criticar a China con un aliento y elogiar al líder de China, Xi Jinping, con el siguiente. Probablemente vio sus aranceles como un medio para negociar eventualmente un mejor acuerdo comercial con China, hasta que la pandemia acabó con cualquier esfuerzo destinado a mejorar las relaciones con Beijing.
La administración Biden se enfoca menos estrechamente en el equilibrio comercial entre Estados Unidos y China y está haciendo un esfuerzo más sistemático para restringir la exportación de tecnologías clave a China. El equipo de Biden también puede afirmar que ha destinado mucho más dinero a los esfuerzos de reindustrialización de Estados Unidos que Trump.
Pero estas son en gran medida diferencias en la implementación más que en la filosofía subyacente. Aunque se resistirían a admitirlo, el equipo de Biden ha llegado a compartir muchas de las suposiciones básicas de Trump sobre el comercio, la globalización y la rivalidad con China.
Dos factores han impulsado esta reevaluación. Primero, la victoria de Trump en 2016 obligó a los demócratas a tomar mucho más en serio la difícil situación y el enojo de los trabajadores estadounidenses. La administración Biden ha concluido que ya no puede convencer al pueblo estadounidense de las bondades de la globalización. Sin un esfuerzo para abordar los factores económicos del legado de Trump, la democracia misma puede estar en peligro. Así que el equipo de Biden finalmente ha abandonado los dogmas de libre comercio adoptados por los “Nuevos Demócratas” de Bill Clinton en la década de 1990.
La administración Biden también cree, como argumentó Trump, que 40 años de política de Estados Unidos hacia China han fracasado en efecto y que una China liderada por el Partido Comunista nunca será un “participante responsable” en el sistema internacional.
En importantes aspectos, por lo tanto, Trump provocó una revolución duradera en la política exterior y doméstica de Estados Unidos.
Puede parecer extraño, e incluso repulsivo, darle crédito por cambios serios en la ideología y la política. Para muchos en Washington, Trump es un bárbaro, cuyo legado definitorio siempre será su ataque al sistema democrático estadounidense. Pero tal vez fue necesario un bárbaro que rompiera tabúes para lograr una ruptura decisiva con un consenso de 40 años sobre comercio, globalización y China.
Opinión de Gideon Rachman
Gideon Rachman ha sido columnista en jefe para asuntos exteriores del Financial Times desde 2006. Se unió al FT luego de una carrera de quince años en The Economist que incluyó puestos como corresponsal extranjero en Bruselas, Washington y Bangkok. Sus intereses particulares incluyen la política externa de Estados Unidos, la Unión Europea y la globalización.
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