Que el esperado tsunami rojo finalmente haya sido una pequeña ola sugiere que el enfado de los votantes estadounidenses no los convierte en imprudentes.
La noche del martes podría haber sido el principio del fin para Joe Biden. Los analistas decían que las elecciones intermedias en EEUU iban a provocar una gran ola roja, incluso un “tsunami” rojo. En cualquier caso, fue una pequeña ola para los estándares de anteriores elecciones intermedias. Sea cual sea el recuento final, que podría tardar días en verificarse, Biden ha evitado la paliza que sufrieron tanto Barack Obama como Bill Clinton, sus dos predecesores Demócratas. En la sombría polarización actual de Estados Unidos, eso se considera una victoria.
Lo que es bueno para Biden es malo para Donald Trump, cuyo constante control del Partido Republicano explica su fracaso para convencer a los votantes. Según todas las demás mediciones —los bajos índices de aprobación de Biden y la angustia de los votantes por la galopante inflación y el aumento de la delincuencia— los Republicanos deberían haber arrasado en ambas cámaras del Congreso y en muchas más gobernaciones estatales. Antes del martes, los partidos de los presidentes titulares habían perdido terreno en 36 de las 39 elecciones intermedias que se han celebrado desde la guerra civil estadounidense.
Los demócratas de Biden van a perder el control total que tienen. La Cámara de Representantes probablemente cambiará de manos, mientras que todavía no se sabe qué pasará con el Senado. Sin embargo, la capacidad de su partido para contener la pérdida de votos sitúa el desempeño de Biden en las elecciones intermedias en el rango más alto entre los presidentes estadounidenses. Esto se lo debe a Trump y a las derrotas de una serie de candidatos extremos promovidos por el expresidente. Como hemos visto antes, el enfado de los votantes estadounidenses no siempre los convierte en imprudentes.
Para Biden, Trump es un árbol que nunca deja de dar frutos. Los altos cargos Republicanos convencieron de algún modo al expresidente para que pospusiera el lanzamiento de su campaña para 2024 hasta después de las elecciones intermedias, ante el temor fundado de que les robara los titulares y perjudicara sus perspectivas. No obstante, se introdujo en las campañas de los estados pendulares, especialmente en Pensilvania, sin lograr éxito. Poco antes del cierre de los colegios electorales, el martes, Trump declaró: “Bueno, creo que si ellos [los Republicanos] ganan, yo debería recibir todo el mérito. Si pierden, no deberían culparme en absoluto”.
En realidad, a los candidatos más extremos que Trump apoyó les fue peor que a los Republicanos que no recibieron su respaldo. Entre ellos se encuentran Doug Mastriano, quien cuestiona el resultado de las elecciones de 2020, para la gobernación de Pensilvania; el Dr. Mehmet Oz, el famoso médico de la televisión, que perdió su carrera al Senado por Pensilvania frente a John Fetterman; Daniel Cox, quien perdió su candidatura a gobernador de Maryland frente a Wes Moore, que se convierte en el tercer gobernador negro de Estados Unidos; y Don Bolduc, quien desafiaba a la senadora en turno en New Hampshire. Entre los candidatos respaldados por Trump que ganaron, incluido JD Vance que consiguió un escaño en el Senado de Ohio, la mayoría se distanciaron de las posturas más extremas de Trump, al igual que Blake Masters, quien parece que perderá la elección por un escaño en el Senado representando a Arizona.
Sin embargo, lo más siniestro para Trump fue la contundente reelección de Ron DeSantis como gobernador de Florida, su estado de origen. DeSantis, al que Trump denota de prepotente, es el rival más plausible para la candidatura presidencial Republicana de 2024. Aunque no se lo ha analizado fuera de Florida, DeSantis se ha convertido en un defensor de la política conservadora “anti woke” mediante sus críticas a los sindicatos de maestros y mostrando desprecio por las regulaciones federales sobre el Covid.
Quizás el indicador más fuerte de la potencia conservadora de DeSantis sea la característica amenaza con la cual Trump habla ahora de él: “Diría cosas sobre él [DeSantis] que no son muy halagadoras”, afirmó Trump el lunes. “Sé más cosas sobre él que cualquiera, excepto, quizás, su mujer”.
Biden puede anticipar algún beneficio colateral del fratricidio político que parece que se va a desatar entre el autor del movimiento MAGA y su cada vez más impaciente heredero. Ahora que es el enemigo número uno de Trump, será difícil para DeSantis resistir la tentación presidencial. Su demostración de poder envalentonará a los Republicanos con altos cargos, como Mitch McConnell, el líder Republicano del Senado y frecuente blanco de las burlas de Trump, para tantear más el terreno. Trump está preparado para lanzar su campaña de 2024 la próxima semana.
Mientras tanto, Biden sigue superando las bajas expectativas. En las semanas previas a las elecciones del martes, el consenso era que estaba decayendo como presidente y desvaneciéndose como candidato. Lo primero es difícil de corroborar, ya que su historial legislativo en dos años es considerablemente mejor que el de Clinton después de ocho años y podría decirse que también que el de Obama. El desempeño de Biden en la campaña electoral fue torpe. Pero ha sido así durante la mayor parte de su carrera. La clase dirigente de Estados Unidos suele exagerar la importancia de la buena oratoria. También sobrevalora constantemente la popularidad de Trump. Hasta el martes, parecía que 2024 iba a ser otra carrera entre Trump y Biden. Ya no debería darse por seguro que ocurrirá esa realidad poco edificante.
Edward Luce
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