Las perspectivas para 2023 se ven oscurecidas por fuertes nubarrones en el mundo. ¿Qué le espera a América Latina, cuáles de sus países están mejor preparados y qué pueden hacer los gobiernos para enfrentar la situación?
Por Carlos Gutiérrez*
Las primeras palabras de 2023 sobre el futuro de la economía mundial causaron gran revuelo. Las dijo el 1 de enero nada menos que Kristalina Georgieva, directora general del Fondo Monetario Internacional (FMI), en una entrevista con la cadena televisiva norteamericana CBS. En la conversación, la funcionaria auguró que este será “más difícil que el año que dejamos atrás”.
En la charla con la periodista Margaret Brennan, Georgieva habló particularmente de los efectos globales de la economía china, que va a sufrir una importante desaceleración, lo que se traducirá “en tendencias negativas a nivel mundial”. Resumió la consecuencia que esto tendrá para los mercados emergentes en una palabra inquietante: “devastación”.
El economista José Gabriel Espinoza, exdirector del Banco Central de Bolivia, hace un análisis similar, aunque en un tono más moderado. Para él, tendremos un año “bastante sui generis”, debido a que van a confluir acontecimientos mundiales que no se habían visto en las últimas cuatro o cinco décadas.
Lo más relevante, desde su punto de vista, es que Estados Unidos, la Unión Europea y China experimentarán recesiones simultáneas. “El mundo va a enfrentar una economía que no habíamos visto durante mucho tiempo. Prácticamente, una generación estaba acostumbrada al auge y, hoy día, las cosas van a cambiar rápidamente”.
El fenómeno tiene un origen anterior a la pandemia. Desde Chile, Osvaldo Rosales, analista en economía internacional y comercio exterior, dijo a CONNECTAS que, en los últimos cinco años, la economía mundial vivió un triple shock. Se refiere a la guerra comercial entre Estados Unidos y China, que ha tenido un impacto comercial global desde 2017, a la crisis sanitaria de la Covid-19, “que generó una recesión global en 2020”, y a la invasión de Rusia a Ucrania, en febrero de 2022, “que no muestra visos de pronta solución”.
En el caso de China, este año tendrá una tasa de crecimiento similar o inferior a la del resto del mundo. Una de las principales razones es el nuevo auge de la pandemia ante la terminación “demasiado abrupta” de la política “cero Covid” que impuso esta nación asiática. “Esto es equivalente a que China está de nuevo en una pandemia, mientras el resto del mundo ya va saliendo de ahí”, señala Espinoza. Sin embargo, prevé que para mediados o finales de 2024, la economía china será más estable.
¿Qué ocurrirá en Latinoamérica en 2023? La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estima que la región crecerá apenas en la tercera parte de la tasa calculada para 2022. “El riesgo de aumento de las tasas de interés, de depreciaciones de las monedas y el mayor riesgo soberano dificultarían el financiamiento de las operaciones de los gobiernos en 2023”, apuntó en un comunicado de prensa del 15 de diciembre.
Muchos de los análisis coinciden en que la inestabilidad económica global tendrá efectos negativos en Latinoamérica. Se verán reflejados, “dramáticamente, en los índices de pobreza y en la desigual distribución del ingreso”, escribe Rosales, quien además es exdirector general de Relaciones Económicas Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, en un texto titulado “La incierta recuperación económica en América Latina”.
El cambio climático es otra de las causas. Tendrá “un impacto muy fuerte”, advierte Espinoza, ya que hay regiones que se han visto azotadas por temperaturas altas, falta o exceso de agua, lo que ha afectado la producción de alimentos. Pone como ejemplo a Argentina que, el año pasado, tuvo uno de sus peores años en producción de trigo.
Para JP Morgan, el banco más grande de Estados Unidos y una de las firmas financieras más poderosas del planeta, el crecimiento económico de América Latina se desacelerará considerablemente. Vaticina un deterioro fiscal en 2023 debido a dicha desaceleración económica, a un mayor gasto social, a presiones políticas y a un costo de endeudamiento elevado. Aun así, reconoce que esta región puede continuar siendo “(relativamente) estimulante para los inversionistas”, como se lee en sus “Perspectivas para América Latina en 2023: frágil pero no vencida”.
Tal como dijo Georgieva, el horizonte no es promisorio. Por ejemplo, Rosales explica que la tasa de pobreza ha aumentado considerablemente desde el inicio de la crisis sanitaria. “Este dato es particularmente delicado, pues habla de las heridas estructurales que está dejando la pandemia y que costará varios años sanarlas”, explica el analista. De acuerdo con un dato de la CEPAL, a mediados de 2022 el 33 por ciento de la población estaba bajo el indicador de la pobreza, como “resultado directo de la invasión rusa a Ucrania y de su efecto en los precios de alimentos, energía y fertilizantes”.
A finales de 2022, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) también alertó sobre el deterioro de la cobertura social en sectores vulnerables de América Latina, como es el caso de los adultos mayores de 65 años. El 34,5 por ciento de este grupo social está padeciendo pobreza al no contar con ningún tipo de ingreso laboral ni de pensiones. “Una situación de vulnerabilidad e inseguridad económica que se ha agravado por el impacto de la pandemia”, señala la organización en un informe.
América Latina tiene dos dificultades fundamentales, analiza Ignacio Román Morales, economista e investigador del Instituto de Estudios Superiores (ITESO), en México. Una es que históricamente ha sufrido un enorme despojo de riquezas naturales. “Y eso no ha cambiado. Y las afectaciones ambientales son terribles”.
La segunda problemática es, precisamente, la “brutal injusticia traducida en los niveles de desigualdad que tenemos”. Agrega que esta zona tiene una característica peculiar: “si vemos el producto interno bruto (PIB) per cápita de la región y lo comparamos con las diferentes regiones del mundo y con el promedio mundial, resulta que América Latina es la clase media del planeta. O sea, tiene un PIB per cápita muy parecido al PIB per cápita mundial”, dijo a CONNECTAS.
Sin embargo, dice el académico del ITESO, esta es la región “más desigual del mundo”. Tenemos “niveles de ostentación y de fortunas personales, grupales o de grandes corporativos empresariales comparables con las de cualquier país rico del planeta. Al mismo tiempo, tenemos a la mitad de la población en situación de pobreza. Esas son las grandes heridas de la región”.
Es real que aquí están algunas de las sociedades más pobres de la Tierra. En un análisis que Europa Press Internacional publicó el 7 de enero, donde exhibe las 15 naciones que presentarán las más grandes crisis humanitarias durante 2023, aparecen dos países latinoamericanos. Uno es Haití, que ocupa el cuarto lugar mundial (los tres primeros corresponden a Afganistán, Birmania y Etiopía), y el otro es Venezuela, en el sitio número 14. O sea que este último se encuentra a un nivel parecido al de dos países en guerra: en el lugar 13 se encuentra Ucrania y en el 15, Yemen.
Sobre Haití, el reporte señala que ahí existe un “cóctel de crisis política, económica y humanitaria”, donde 5,2 millones de los 11,7 millones de habitantes requieren asistencia. Además, la canasta básica subió 63 por ciento en un año y estima que al menos la mitad de la población se encuentra en situación de hambre. En el caso de Venezuela, reconoce que la situación económica ha mejorado “ligeramente”, pero aún existen siete millones de personas necesitadas de asistencia.
En esta proyección de la economía latinoamericana para los próximos 12 meses, hay análisis que afirman que veremos una menor inflación. Al respecto, Espinoza asegura que, aunque baje, esta no va a desaparecer, pero habrá un menor incremento en los precios. El mayor riesgo va a estar en aquellos países que apliquen subsidios a diferentes productos y servicios, porque ello “va a tener un costo fiscal muy fuerte” y solo lograrán “patear los efectos de la inflación hacia el futuro”.
Para sostener dichos subsidios, los gobiernos tendrán que endeudarse más o subir los impuestos, explica Espinoza. “Y en algunos países donde esto no sea posible, pues vamos a seguir viendo deterioro de las condiciones de vida de la población, porque los alimentos y la energía van a seguir caros, pero no van a subir tan fuertemente como lo hicieron en 2022”.
En su Balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe, la CEPAL también pronostica que continuará una “fuerte desaceleración del crecimiento”, así como presiones inflacionarias. “Si bien no se espera una aceleración de la inflación, esta continuará siendo elevada”, lo que condicionará las acciones de política monetaria, “especialmente en lo que se refiere al manejo de las tasas”, señala el documento.
La inflación, sin embargo, tendrá un impacto negativo directo en el consumo de las familias, aunque para mediados o finales de 2023, se reducirá “a niveles relativamente manejables”, considera Espinoza. No obstante, aclara: “ya no vamos a tener una época de inflación tan baja como la que hemos vivido en los últimos 15 o 20 años. Vamos a tener que acostumbrarnos a las tasas de inflación que observábamos durante los años noventa, que en promedio estaban entre dos y cuatro por ciento”.
Lo anterior hace ver la importancia de que los países desarrollen buenas políticas de protección social. Estas son fundamentales “para fomentar la inclusión y cohesión social, la reducción de la pobreza y las disparidades sociales”, señala la OIT. Según Rosales, durante los próximos tres años se verán tensiones económicas y sociales “que presionarán aún más las debilitadas democracias de la región”.
Los expertos coinciden en que para salir de la crisis los países deben retomar una discusión que por la emergencia sanitaria y la crisis económica de 2022 quedó en segundo plano: realizar reformas estructurales encaminadas a una mejor distribución de las grandes fortunas, como se dio en Argentina, Bolivia y Chile, recuerda Espinoza.
En un mensaje de Twitter, el 9 de enero el FMI apuntó otra posibilidad: “Las economías de América Latina pueden incrementar su PIB hasta 4,5 puntos porcentuales hasta 2030 si integran a los migrantes venezolanos en sus economías y sociedades”, dice el mensaje. En realidad, como se puede leer en el estudio que respalda dicho tuit, el organismo se refiere, particularmente, a Perú, Colombia, Ecuador y Chile. Resulta relevante, porque una de las consecuencias inmediatas de la crisis económica de Latinoamérica es el aumento del flujo migratorio de naciones que están viviendo una crisis humanitaria, como también es el caso de Haití y Nicaragua.
Una “extraordinaria posibilidad hacia el mediano y largo plazo” para superar esta mala racha económica y social, expone Román Morales, es que los países presten mayor atención a la “sostenibilidad y regenerabilidad ambiental”. Insiste en que el gran problema no es que América Latina sea poco productiva, sino que hay una mala distribución del ingreso y un descuido en términos medioambientales.
Hacer cambios estructurales fuertes parece utópico en esta región que hoy, además, vive uno de los momentos políticos más convulsos de las últimas décadas. Ojalá los gobiernos busquen verdaderas vías que permitan cambiar la situación precaria de millones de personas latinoamericanas. ¿Será posible?
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* Miembro de la mesa editorial de CONNECTAS