En el rally de Waco se evidenció que Trump ahora sigue los lineamientos de sus partidarios.
Opinión de David French
El indicador más importante sobre el rally de Donald Trump en Waco, Texas el sábado no ocurrió durante la presentación de Trump, sino durante la presentación como telonero del envejecido cantante de rock Ted Nugent.
“Devuélvanme mi dinero” gritó. “Yo no autoricé que le dieran dinero a un homosexual raro en Ucrania”.
Poco después, hablando en un canal televisivo de extrema derecha, Real America’s Voice, el ex corresponsal de Fox News, Ed Henry, describió como “impresionantes” las palabras de Nugent “sobre Zelensky” y sobre el fondeo para Ucrania. Luego resumió lo que es una ‘carrera hacia el fondo’ del movimiento de Trump, en una sucinta oración: “Está canalizando lo que sienten muchos estadounidenses”.
Si, así es. Y es algo que casi todos los oradores en el evento de Trump también hicieron. Uno tras otro se enfocaron en un público ávido de conspiraciones y complacieron, alimentaron y avivaron cada elemento de su furiosa visión del mundo. No vi ni un solo verdadero líder en el escenario de Trump, ni siquiera Trump mismo. Vi una colección de seguidores, cada uno luchando por el afecto del poder verdadero en Waco, la mimada marabunta populista.
Para entender la dinámica social y política de la derecha moderna, uno debe entender cómo millones de estadounidenses han sido inoculados contra la verdad. A lo largo de las primarias republicanas de 2016, no faltaron líderes y comentaristas republicanos que hicieron frente a Trump. John McCain y Mitt Romney, los dos previos candidatos presidenciales del partido, aun tomaron el extraordinario paso de condenar incondicionalmente a su sucesor.
Y sin embargo, cada vez que Trump se enfrentaba a las críticas, el y sus aliados tildaban a quienes le criticaban de “elitistas” o “mensajeros falsos” o “débiles” o “cobardes”. Era mucho más fácil decir que los escépticos hacia Trump tenían “el síndrome de locura Trump”, o eran simplemente “chiflados del establishment”, que enfrentarlos con críticas sustantivas. De esa forma comenzó el acomodo de la mente populista (irónico para un movimiento que se deleitaba en llamar a los estudiantes progresistas “engreídos”).
Las diferencias en la derecha rápidamente se comenzaron a ver como irrespetuosas. Si “nosotros los ciudadanos” (el termino aplicado por los seguidores de Trump a lo que llaman el “Estados Unidos genuino”) creemos algo, entonces todos “se merecen” que sus políticos y eruditos reflejen esa visión.
Vemos esto en los documentos internos de Fox News que salieron a la luz en el juicio por difamación en el cual Dominion Voting Systems ha demandado a Fox News por difundir teorías falsas sobre sus máquinas de votación luego de la elección 2020. Repetidamente, lideres y personalidades de Fox que no parecían creer que la elección de 2020 fue robada se refirieron a la necesidad de “respetar” a su audiencia diciéndoles lo contrario. Para estos periodistas de Fox, respetar a los televidentes no llevó a contar la verdad (algo en si respetuoso). En cambio, significó un intento por aplacar al hambre insaciable de sus televidentes por confirmar sus teorías conspirativas.
Observé este fenómeno de primera mano a comienzos de la era Trump. Estaba hablando a un pequeño grupo de pastores evangélicos sobre la manera en la cual los evangélicos blancos ya no valoraban el buen carácter entre los políticos. Comparado con otros grupos cristianos y estadounidenses no afiliados, los evangélicos blancos pasaron de ser, en 2011, el grupo menos propenso a pensar que “un funcionario elegido que comete un acto inmoral en su vida personal puede comportarse éticamente y cumplir su deber”, a ser el grupo más dispuesto a excusar la inmoralidad en los políticos en 2016.
En esa conversación hablé de la Resolución de la Convención de Bautistas del Sur sobre el Carácter Moral de Funcionarios Públicos aprobada en 1988. La misma se promulgó durante el culmen del escándalo de Bill Clinton por su infidelidad con Monica Lewinsky, y citó un compromiso cristiano hacia la estricta integridad política.
“La tolerancia de errores serios por parte de líderes” citaba, “marchita la conciencia cultural, da pie a una inmoralidad sin medida y a una falta de ley en la sociedad, y seguramente resulta en el juicio de Dios”.
Cuando le recordé al grupo sobre esas palabras, un pastor de Alabama objetó. “Eso le va a parecer elitista a muchos de los miembros de mi congregación”, dijo.
Me dejó confuso. Un pastor bautista me estaba diciendo que su congregación consideraría un escrito reciente sobre creencias bautistas algo “elitista”. Estaba claro que muchos bautistas consideraban que su propia resolución era aplicable a Clinton pero no a Trump.
Los políticos siempre están tentados a alcahuetear, pero raramente ve uno la abdicación total de la moralidad real o el verdadero liderazgo como lo que ocurrió en el rally de Waco. Comenzó con ese comentario ridículo e irrelevante sobre Volodymyr Zelensky (¿qué tiene que ver su orientación sexual con la rectitud de la causa ucraniana?); continuó con el dueño de MyPillow, Mike Lindell, repitiendo locamente las falsas afirmaciones electorales; y finalizó con un típico discurso envalentonado de Trump, también repleto de falsedades.
Y si creen por un momento que hay alguien en el mundo de Trump que sienta remordimiento por la insurrección del 6 de enero de 2021, el rally resolvió decisivamente esa duda. Al comienzo de su discurso, Trump se puso firme, con la mano sobre el corazón, para escuchar una canción llamada “Justicia para Todos”, que fue grabada por algo que llamó el “Coro de Prisioneros de E6, un grupo de hombres que están presos por haber asaltado el Capitolio. La canción consiste en el coro cantando el himno nacional mientras Trump recita la jura de bandera.
Es común criticar al movimiento de Trump por ser un culto a la personalidad de Donald Trump, pero eso ya no es tan cierto. El sigue siendo inmensamente influyente, pero ¿alguna vez han visto a los miembros de un culto abuchear a su líder cuando se desvía del típico guion? Eso es lo que ocurrió en diciembre 2021, cuando muchos en un rally en Dallas abuchearon a Trump por decir que se había puesto el refuerzo de la vacuna contra el Covid-19. Y, ¿cree alguien realmente que Trump es un aficionado de QAnon? Pues en 2022 promovió contenido Q explícito en Truth Social, su plataforma favorita de medios sociales.
Puede que haya habido un tiempo en el cual Trump era el comandante de su movimiento. Ese momento ha pasado a la historia. Su movimiento ahora lo comanda a él. Alimentado por conspiraciones, está hambriento por confrontaciones, y las manifestaciones como la de Waco demuestran su dominio. Como el pirata frente a Tom Hanks en la popular película del 2013, “Captain Phillips”, el populista de derecha se pone de pie frente al GOP, los medios conservadores, y hasta los reticentes republicanos de tropa y declara un mensaje sencillo: “Ahora, el Capitán soy yo”.
David French es columnista de opinión de The New York Times. Anteriormente fue editor en jefe de The Dispatch y contribuyó con The Atlantic. Es abogado y sido litigante para el ejército de EEUU así como en diversas cortes federales a lo largo del país.
The New York Times
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