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La guerra de Ucrania y la “verdadera ayuda” que debió haber brindado Occidente

“No hace falta ser pacifista para juzgar ilegítima la inacción de la comunidad internacional, que no ha hecho nada para lograr un rápido fin de la guerra”, dice a DW el jurista Luigi Ferrajoli y propone refundar la ONU.

Más de seis meses se prolonga ya la guerra de Ucrania, sin que se vislumbre su fin. La diplomacia no parece encontrar respuesta para detener la agresión rusa. Al respecto conversamos con el jurista italiano Luigi Ferrajoli, que critica la reacción internacional ante este conflicto.

Ante la guerra de Ucrania, incluso partidos tradicionalmente pacifistas, como Los Verdes de Alemania, apoyan la guerra de defensa ante una agresión. ¿Estamos ante una capitulación del pacifismo?

Desgraciadamente, el pacifismo está en crisis, y está en crisis, en general, en toda Europa, el compromiso civil y político. No me sorprende, por tanto, que Los Verdes se sumen, no tanto a la justa defensa de Ucrania frente a la agresión de la Rusia de Putin, sino a la falta general de compromiso para una solución pacífica inmediata del conflicto. La misma actitud acrítica, además, es compartida por todos los partidos italianos y, por desgracia, también por una gran parte de nuestras sociedades, que no se han movilizado adecuadamente contra la guerra. En este sentido, es cierto: estamos, como bien dice, ante una capitulación del pacifismo.

Sin embargo, no hace falta ser pacifista para juzgar ilegítima la inacción de la comunidad internacional, que no ha hecho nada para lograr un rápido fin de la guerra. Es la Carta de la ONU la que juzga ilegítima esta inacción. Todo “miembro de las Naciones Unidas”, dice su artículo 51, tiene “el derecho natural de legítima defensa individual o colectiva en caso de ataque armado”. Pero el artículo continúa: “hasta que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales”. Por lo tanto, según el derecho internacional vigente, la defensa de Ucrania contra la agresión rusa es legítima, pero la comunidad internacional estaba -y sigue estando- obligada, a través del Consejo de Seguridad, a desempeñar inmediatamente un papel pacificador para poner fin al conflicto. Para ello, el Consejo de Seguridad (en el que tienen un asiento permanente EE.UU., el Reino Unido y Francia, además de la propia Rusia y China) debería haber sido convocado inmediatamente, tras el 24 de febrero de este año, como foro institucional para las negociaciones de paz, y permanecer en sesión permanente hasta que se lograra la paz.

Esta, mucho más que el envío de armas, era la verdadera ayuda que Estados Unidos y la Unión Europea podían y debían haber prestado a Ucrania: apoyarla con todo su peso político en las negociaciones de paz, hasta conseguir el cese de la agresión a cambio de una garantía renovada y creíble de la seguridad rusa. En cambio, prefirieron que la guerra se prolongara indefinidamente, echaron gasolina al fuego con el envío de armas y con el proyecto de una nueva ampliación de la OTAN en las fronteras con Rusia y, sobre todo, dejaron que la pobre población ucraniana muriera, indefinidamente, bajo las bombas.

A través de la historia, siempre se han esgrimido argumentos para justificar la guerra. ¿Existe alguna “guerra justa”?

En cuanto a si es posible, en la era atómica, hablar de una guerra justa, no hay duda: ninguna guerra, con la obvia excepción de la defensa contra la agresión, puede considerarse justa, ya que la guerra se ha convertido en un mal absoluto e injustificable, debido a su ilimitada capacidad destructiva, que, además, afecta principalmente a las poblaciones civiles.

¿Se podría calificar la guerra como un delito en el derecho internacional? ¿Es posible un cambio global de paradigma en esta materia?

Es evidente que la guerra es un crimen internacional. Así lo establece el artículo 5, párrafo 1, letra d, del Estatuto de la Corte Penal Internacional, establecido por el Tratado de Roma de 17 de julio de 1998. Pero creo, después de las muchas guerras que han ensangrentado nuestro planeta en las últimas décadas, que la prevención de las guerras requiere algo más que las reglas mencionadas hasta ahora, violadas irresponsablemente y con impunidad por todas las grandes potencias.

Usted propone una Constitución de la Tierra como mecanismo para preservar la paz. ¿Qué elementos fundamentales debería estipular esta para ser efectiva?

La única alternativa, me parece, es una refundación de la ONU para superar sus actuales limitaciones, mediante la promulgación de una Constitución de la Tierra verdaderamente vinculante.

Como garantía de la paz, sería necesario establecer, como se contempla en el proyecto que propuse en el libro “Por una Constitución de la Tierra”, la prohibición de todas las armas -no solo las nucleares, sino también las convencionales y todas las armas de fuego-, la disolución de los ejércitos nacionales y el monopolio de la fuerza en manos solo de la ONU y de las Policías, que evidentemente no necesitarían bombas ni aviones ni tanques para las tareas policiales. Esta es la hipótesis formulada por Immanuel Kant hace más de dos siglos, e incluso antes por Thomas Hobbes, que mostró cómo el paso de la guerra del “estado de naturaleza” a la paz del estado civil requiere precisamente el desarme de los asociados y el monopolio público de la fuerza.

¿Qué posibilidad ve de que las actuales potencias accedieran a cambiar un statu quo que las favorece, para crear una nueva estructura en la que perderían parte de su poder?

Por supuesto, no me hago ilusiones. No me hago ilusiones de que las actuales potencias salvajes acepten desarmarse, y mucho menos que suscriban una Constitución de la Tierra verdaderamente vinculante. Pero el propósito de mi proyecto es mucho menos ambicioso: se trata de demostrar que esa Constitución es posible; que es la única respuesta racional y realista a los desafíos globales de los que depende el futuro de la humanidad; que, por tanto, hay que rechazar la idea resignada de que no hay alternativa al estado actual del mundo. Esta idea debe ser revocada. Es exactamente lo contrario. Una Constitución de la Tierra que prohíba las armas y los ejércitos, establezca un dominio planetario para proteger los bienes comunes de la naturaleza y garantice los derechos fundamentales a todos los seres humanos es, en sí misma, la única alternativa posible a la catástrofe nuclear, así como a la catástrofe ecológica y humanitaria. Sobre este objetivo debería formarse un nuevo pacifismo, aliado a un nuevo ecologismo y a un nuevo movimiento de defensa de los derechos humanos. No basta con denunciar los males del mundo -las guerras, el calentamiento global, las crecientes desigualdades y las violaciones de los derechos humanos- que son conocidos por todos. Es necesario mostrar que existe una alternativa a estos males del mundo, reivindicarla como respuesta política y jurídica a los mismos, e imponerla en el debate público para que los poderosos de la Tierra sean llamados a rendir cuentas.

El jurista y académico italiano Luigi Ferrajoli, discípulo de Norberto Bobbio y profesor de la Universidad de Roma III, es uno de los principales teóricos del garantismo jurídico. Es autor de numerosas obras, principalmente en el campo de la Filosofía del Derecho, la Teoría Política y el Dderecho Penal. Entre ellas se cuenta “Por una Constitución de la Tierra. La Humanidad en la Encrucijada” (2022).

(cp)

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