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La tragedia de migrantes

La estremecedora imagen de un niñito de un año de edad al ser abandonado por un “coyote” en la frontera a un lado de la ribera del río es una de las recientes escenas que han saturado los medios de comunicación. Eso plasma la desesperación de migrantes de diversas partes del mundo por llegar a Estados Unidos, el país que consideran su salvación y la de sus familias. La desesperación es tal, que prefieren jugarse la vida una vez más, pues ya lo han hecho al cruzar mares, selvas y desiertos.

Es decir, la del migrante es una vida llena de vicisitudes de principio a fin, desde sus lugares de origen, los cuales abandonan por falta de oportunidades, hasta el sitio que les marca el límite de una frontera. Y entre esos dos puntos equidistantes, el factor de la muerte está siempre latente. Y aun así lo siguen arriesgando todo. Quienes se oponen a ellos, ya sea porque son antiinmigrantes, racistas o xenófobos, nunca entenderán que la historia de la humanidad es la historia de las migraciones. Y estas siempre han tenido el mismo detonador a lo largo de los siglos: la sobrevivencia.

Y esto nos toca de cerca a todos. Por ejemplo, hace unos días se informó que el cuerpo de una menor de 10 años de edad apareció flotando en el Río Bravo.

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Y por si fuera poco, el lunes en la noche se desató un incendio en un centro de detención de migrantes en Ciudad Juárez, Chihuahua, que resultó en la muerte de al menos 39 de ellos, en su mayoría centro y sudamericanos que, aparentemente, según los reportes de prensa, estaban aguardando para ser deportados. Pero la crueldad no viene sola, pues se ha dado a conocer un video en que se ve a guardias de seguridad de ese centro de detención cerrar con llave las puertas, a pesar de que el conato de incendio iba en progreso. Independientemente del origen del fuego, nadie en su sano juicio deja bajo llave a seres humanos que corren un inminente peligro.

Según se aproxima el 11 de mayo, cuando finalice el Título 42, se han ido intensificando los intentos de migrantes por arribar a la frontera en busca de asilo, a pesar de los diversos mecanismos implementados por la administración de Joe Biden de persuadirlos para evitar que la franja se sature. Se les ha pedido, por ejemplo, que soliciten una cita mediante la aplicación CBP One, que aunque a muchos les ha funcionado, a otros no; e incluso unos 1 mil 500 migrantes habrían salido en caravana desde el Sur de México porque no han podido obtener citas mediante la aplicación.

Sucede que no es la tecnología la que va a resolver un sistema migratorio poco funcional como el estadounidense, ni mucho menos un teléfono celular pondrá en orden un sistema económico desigual que coloca a millones en la pobreza en todo el mundo y a un puñado en la opulencia que mira desde arriba cómo se desplaza la desesperación humana a través de los continentes.

Otros ejemplos: migrantes cubanos han llegado a Florida en tablas de surfeo, en un ala delta con motor; hace unas semanas se registró un naufragio en las costas de San Diego, California, y dos migrantes murieron y más de 15 resultaron heridos hacinados en el vagón de un tren en Texas. Y esto sucede año con año, pero parece que las muertes de miles de seres humanos no han sensibilizado a una clase política que tiene en sus manos la solución con una reforma migratoria tanto tiempo esperada.

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Cuando se suscitan estos hechos, siempre intenta buscarse a un culpable y se condena a los propios migrantes. A los padres, por ejemplo, por entregar sus hijos menores de edad a traficantes de humanos, o por subirlos a embarcaciones endebles para cruzar el estrecho de la Florida, el Mar Caribe; o cruzar la selva del Darién, o el desierto, en su afán por arribar a Estados Unidos.

Nos es difícil colocarnos en esos zapatos, pero nos es difícil también juzgar a otros sin entender el nivel de desesperación que debe sentir una madre o un padre para enviar a sus niños solos con un traficante de humanos, con tal de sacarlos de la miseria o de la violencia pandilleril que asfixia a sus comunidades. Otros dirán que ese “no es su problema”. Pero ese es un error de principios y de valores, porque nada nos debería ser ajeno cuando se trata de la tragedia de otros seres humanos.

Esta tragedia también es indicativa de un sistema migratorio quebrado, donde el orden y el sentido común deberían prevalecer. Después de todo, solicitar asilo es un derecho humano. Tratar de preservar la vida, la libertad y la seguridad también es un derecho humano. ¿Qué es lo que no se entiende de ese principio moral?

Porque por otro lado, si las razones de la travesía son económicas, los migrantes ofrecen una valiosa mano de obra por demás necesaria en Estados Unidos en diversos rubros y sectores, y unir esa demanda con la oferta no debería tornarse en un ejercicio imposible, ni mucho menos letal. La pregunta es la misma, ¿qué es lo que no se entiende de actuar con sentido común y con los pies en la tierra en el tema migratorio? O quizá deba plantearse la pregunta de otro modo: ¿qué hará Estados Unidos cuando los migrantes del mundo dejen de tomarlo en cuenta como país de destino?

Como hemos repetido en este espacio en infinidad de veces durante años, no importan las medidas de disuasión que se implementen, y aunque se levante o permanezca el Título 42 los migrantes seguirán tratando de llegar a Estados Unidos, mientras la miseria, la violencia, la persecución política o la falta de libertades reinen en sus países de origen.

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