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Una moneda común: Soñar no cuesta nada

Brasil y Argentina proponen conversar sobre una moneda común, en una movida con inmensas repercusiones potenciales en América Latina.  Muchos coinciden en que es un ideal para el futuro, pero no en las circunstancias actuales. ¿Qué factores deberían cumplirse antes de pensar en una divisa regional?

Por Cristian Ascencio

“Poner la carreta antes de los caballos”. Así se podría resumir lo que piensa la mayoría de los economistas del continente consultados por estos días respecto a la iniciativa de una moneda común propuesta por los presidentes de Brasil y Argentina, Luis Inácio Lula da Silva y Alberto Fernández. No se trata de algo radical como un euro al estilo latinoamericano, sino de una divisa pensada solo para intercambios comerciales que no reemplazaría al real y al peso, pero que permitiría reducir la dependencia del dólar.

Aún así, la propuesta nació débil. En una conferencia de prensa en el marco de la Celac, que se celebró en Buenos Aires, Lula y Fernández invitaron a otros mandatarios continentales a unirse al proyecto que lleva el nombre tentativo “Sur”. Nadie dijo “quiero”, excepto el presidente venezolano, Nicolás Maduro.

El planteamiento, enmarcado en una utópica integración latinoamericana, ha sido acariciado teóricamente, aunque hoy impera el realismo. Por ejemplo, para Renzo Jiménez, analista peruano, “si partimos de la experiencia observada con la creación e implementación del euro, claramente podríamos responder que, además de factible, una moneda latinoamericana común sí sería recomendable, aunque alcanzar las condiciones adecuadas requeriría de esfuerzo, perseverancia y tiempo”.

Pero en el momento actual la sola idea de tener una moneda común en una región reconocida por sus dispares problemas de deuda e inflación, espantan a los ministros de Hacienda y a los bancos centrales. “Por el momento estamos cómodos teniendo una política monetaria y fiscal propia”, dijo Mario Marcel, ministro de Hacienda de Chile de forma muy diplomática. Ese país recién muestra signos de estabilización inflacionaria después de la pandemia.

Menos cuidadoso fue José de Gregorio, expresidente del Banco Central chileno, quien sostuvo: “Es la idea más absurda que he escuchado”. En la misma línea, el premio Nobel de Economía Paul Krugman, calificó la iniciativa como “una idea terrible”.

La propuesta ha sido incluso ironizada por algunos de los medios económicos más influyentes del mundo. The Economist tituló “Argentina y Brasil proponen una bizarra moneda común”, para agregar la siguiente frase en el artículo: “Uniría a la economía más grande de América del Sur (Brasil) con una de las más enfermas (Argentina)”. Bloomberg, por su parte, tituló “Economistas se ríen de una moneda común en Sudamérica”.

Hasta en la misma Argentina y Brasil ven la idea con escepticismo. Pierpaolo Barbieri, fundador de la Fintech Ualá, dijo a Infobae que “una unión monetaria entre Brasil y Argentina no es realista hoy en día”, pero sí sostuvo que “cualquier cosa que abra nuestro mercado extremadamente cerrado es un paso en la dirección correcta”.

En tanto, para Adriana Dupita, analista de Bloomberg establecida en Sao Paulo, “la idea de una moneda sudamericana única, o incluso una entre Brasil y Argentina, carece de mérito y llega en un mal momento. La región no tiene lo necesario para justificar y sostener una moneda única: no hay movilidad laboral ni de capitales, hay rigideces de precios y salarios en varios países, los ciclos económicos no son sincrónicos y la mayoría de los países de la región no tienen el margen fiscal para hacer frente a las transferencias fiscales que demanda este tipo de mecanismo”.

Pero ¿qué tiene de mala una idea que apunta a una mayor integración regional, justamente una de las metas tan buscadas en la historia latinoamericana?

Florencia Gutiérrez, economista del Centro de Economía Política de Argentina, señala a CONNECTAS que, para materializar esa idea, que ve con más optimismo, primero deben darse una serie de pasos para reducir las asimetrías en el continente. Asimetrías que incluso están presentes en la relación Brasil-Argentina. “Lo que se está discutiendo actualmente es un avance en la integración económica que tiene que ver con la posibilidad que el comercio entre Argentina y Brasil sea a través de una moneda común, sin perder las monedas soberanas, que implica un proceso bastante más complejo”, explica.

Para la analista, esta moneda comercial entre Brasil y Argentina permitiría no usar dólares en el intercambio entre ambos (algo que beneficiaría a una economía argentina siempre carente de dólares). Brasil es su principal socio comercial y representa el 20% de las importaciones del vecino del sur. “El crecimiento de Brasil repercute en el crecimiento de Argentina”, recalca Gutiérrez.

Entonces, ¿cuáles serían los pasos necesarios para una moneda común, más allá de la que proponen Lula y Fernández?

El economista Renzo Jiménez sostiene que lo primero que habría que tener en cuenta “es que una moneda regional requeriría de la formulación de una política monetaria independiente de la política fiscal que se implemente en los países involucrados”. Jiménez explica que el objetivo de esa política monetaria debería estar centrado en la estabilidad de precios de toda la región, “es decir, una baja y estable tasa de inflación de precios a nivel regional”. Algo que se ve muy lejano en este momento.

Entre 2012 y 2022 la inflación brasileña se movió entre 2% y 12% anual. En el caso argentino, fue mucho más pronunciada: “A falta de cifras confiables, se estima que la tasa de inflación en Argentina no solo no decreció, conforme a lo ofrecido, sino que se aceleró. De hecho la tasa de inflación anual de 2022 habría cerrado casi en torno al 100% anual”, dice Jiménez.

Después del anuncio de la propuesta del ‘sur’, la mayoría de los economistas recordaron que, para adoptar el euro, la Unión Europea caminó una ruta muy larga que requirió una serie de acuerdos previos. “Llevó de tres a cuatro décadas de perseverancia. Hoy el camino ya no es desconocido, por lo que, si realmente hubiera voluntad política, se podría recorrer en mucho menor tiempo”, dice Jiménez.

Claudio Pares, economista de la Universidad de Concepción, en Chile, explica que al ser la confianza un valor fundamental para la fortaleza de una moneda común, “el riesgo de default de los estados debería ser cercano a cero, los sistemas financieros deberían estar bien regulados y ser altamente solventes, y no tener riesgos de captura por parte de sectores políticos”. Cuestiones que en Latinoamérica no abundan.

“Nuestra región está muy lejos de tener la institucionalidad política y la estabilidad económica necesarias como para pensar en un proyecto tan lindo como el de una moneda y un mercado únicos”, agrega Pares.

El economista manifiesta que un proyecto como este suena ideal en un continente con tantas similitudes sociales y culturales, pero “nuestra amistad latinoamericana suele depender de qué ideología esté de turno en cada país y de si conviene o no al discurso nacionalista”.

Incluso en Europa, a pesar de sus años de trabajo, hubo problemas en la última década. “Mostró su peor faceta tras la crisis subprime (la crisis financiera de 2007): una política monetaria errática, seguida del Brexit y movimientos radicales que desean terminarla (a la Unión Europea) en casi todos los países miembros, a pesar del largo trabajo que se hizo con varias generaciones de ciudadanos”, recuerda Pares.

Pero ni siquiera esos riesgos, que los europeos aún no han dejado atrás del todo, desvirtúan los beneficios potenciales de una moneda común como instrumento de una verdadera integración latinoamericana. Las condiciones aún no existen, pero como dice el proverbio chino, el camino más largo comienza con el primer paso.

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