La Conferencia Política de Acción Conservadora, celebrada en México con importante asistencia de Latinoamérica, puso de presente el surgimiento de una nueva derecha en el subcontinente. ¿Se trata de una reacción contra la ola de gobiernos de izquierda, una manifestación de una tendencia mundial, o una mezcla de ambas?
Por Grisha Vera*
“Es muy importante que los conservadores de todo el hemisferio nos unamos para defender a Dios, la familia y la patria (…) Debemos detener el avance del socialismo, y simplemente no permitirle que continúe arrasando con la región o nuestra tierra”, dijo Donald Trump en un video transmitido a la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés) que tuvo un capítulo por primera vez en México.
La CPAC se celebra cada año desde 1974 en Estados Unidos y desde 2019 se globalizó con encuentros en Australia, Brasil, Hungría, Japón y Corea del Sur. Este año, entre el 18 y 19 de noviembre, asistieron reconocidos líderes de la ultraderecha latinoamericana como el economista argentino Javier Milei, la congresista colombiana María Fernanda Cabal y el diputado brasileño Eduardo Bolsonaro (hijo del presidente Jair Bolsonaro).
Que la CPAC se haya celebrado en la región no es una casualidad. Al fin y al cabo, los movimientos políticos de extrema derecha han crecido en la última década en el mundo, y este subcontinente no es la excepción. De hecho, los valores conservadores reaccionan a la expansión de los valores liberales como los derechos de las mujeres, las comunidades afrodescendientes y LGBTIQ+. A lo que se suma la proliferación en Latinoamérica de gobiernos de izquierda que defienden y proclaman justamente esos principios.
“Es un fenómeno cuya expresión más redonda probablemente es la de Donald Trump, pero que tiene sus manifestaciones, con variaciones, en muchos gobiernos como el de Hungría. Incluso uno podría decir que el Gobierno de Putin en Rusia tiene algunas de estas características”, explica a CONNECTAS el Ph.D. en Ciencias Políticas Alberto Vergara, investigador de la Universidad del Pacífico, en Perú.
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Las propuestas de la extrema derecha han ganado importancia en la última década porque se presentan como una alternativa a los reclamos sociales. Como dice Rodrigo Stumpf González, doctor en Ciencias Políticas y profesor de la Universidad Federal do Río Grande do Sul, “en las últimas dos o tres décadas tuvo menos importancia, porque las condiciones sociales habían permitido el desarrollo de un discurso más progresista de transformación con apoyo popular. En el momento en que ese discurso progresista no tuvo la capacidad de organización para mantenerse en el poder o de entregar lo que las personas esperaban, volvió a tener importancia otra tradición latinoamericana: la de los caudillos, líderes personales que prometen la transformación”.
Valores tradicionales
El programa de la CPAC México comenzaba en cada sesión con la “Santa Misa Católica” y luego le seguían diversas exposiciones sobre los movimientos de derecha en Asia, Europa, Estados Unidos y América Latina. Estas aparecían combinadas con las propuestas conservadoras, sobre todo enfocadas en valores tradicionales.
Diversos análisis académicos, publicados en el último quinquenio, sostienen que esta nueva derecha, la más radical, ha abandonado los tradicionales principios conservadores, más moderados, que se centran en el individuo y en un modelo económico neoliberal.
En efecto, para Vergara la propuesta de esta nueva ultraderecha es antiliberal. “Es una derecha que reniega de los principios básicos del liberalismo político, pues cuando hay una tensión entre el individuo y lo grupal, por ejemplo, siempre se van a poner de lado de lo comunitario, la familia, la religión y la nación y no la libertad de decidir del individuo”. Además agrega: “(Son) antiilustrados, cuando hay una tensión entre la ciencia y lo esotérico o lo conspiranoico se ponen de lado estos, de lo religioso y lo místico”.
Para Vergara y González, esta nueva facción, más que conservadora, es reaccionaria. No busca mantener el orden establecido y reniega de los derechos que las mujeres y las minorías han ganado en las últimas décadas. “No quieren realmente mantener el orden, quieren que el orden vuelva a un pasado romántico, que en el caso de Bolsonaro es un poco la sociedad brasileña de los años cincuenta: una sociedad jerárquica con una dominación masculina más tradicional donde la religión era muy importante para las personas”.
Ahora, ¿por qué la reacción contra los valores liberales?
Para Vergara se han agotado las promesas del mundo liberal que comenzaron a tener preponderancia desde finales de los años ochenta. “De un lado, se fue generando el agotamiento en las sociedades por la inseguridad, desigualdad y enajenación respecto de los sistemas políticos. Por otro lado, ha ocurrido que en muchos países se han fortalecido sectores que solían ser excluidos. Entonces, parte de la población que aprendió a vivir en una sociedad tradicional y conservadora le parece intolerable que de pronto las mujeres, las minorías, las personas de ascendencia afro comiencen a tener cuotas de poder importantes y eso despierta una reacción fraccionaria”.
González agrega que también hay que considerar que los cambios políticos y sociales de los últimos 25 o 30 años no solo no han permeado a las clases altas, pues persisten sectores muy refractarios al cambio, como los rurales. “En Brasil, por ejemplo, el reconocimiento de derechos se logró en el medio urbano, pero una gran parte de la población aún tiene valores conservadores y no acepta estos cambios. Es un cambio que a veces ocurre en los medios de comunicación, en una élite económica, social o intelectual; pero no necesariamente es un cambio de toda la sociedad”.
Rasgos autoritarios
Las propuestas de la nueva derecha preocupan, pero no por su tendencia al pasado o a regresar a los valores conservadores, sino porque con su autoritarismo atentan contra la diversidad de pensamiento, básica en la democracia. El problema es que los líderes más populares de este movimiento reaccionario se distinguen, al igual que la izquierda más radical, justamente por esos rasgos.
“La extrema derecha llega al poder por la democracia, pero no tiene respeto a sus reglas. Por ejemplo, Bolsonaro compite en las elecciones, pero solo las acepta si gana”, advierte González a CONNECTAS.
El experto explica que, en gran parte de América Latina, cuando en los años ochenta empezó la transición hacia la democracia, hubo un periodo de esperanza acerca de que la democracia podía resolver la mayoría de los problemas. González recuerda que tuvimos un periodo de crecimiento y la posibilidad de una mejor distribución de la renta. Pero el apoyo a la democracia se diluyó en gran parte de la población cuando la abundancia mermó al caer las exportaciones de materias primas.
“El problema es una relación instrumental de la población con las instituciones y es lo que permite realmente estas reacciones políticas que estamos viendo tanto para izquierda como para derecha. Entonces, es posible para un político defender medidas autoritarias y seguir siendo popular”.
Agrega que esta falta de respeto por las instituciones está relacionada con otra problemática del continente: la distribución de la riqueza. “Siempre es posible mantener el apoyo de una parte de la población a este tipo de discursos autoritarios porque les prometen un cambio social que la forma democrática no proporcionó”.
De acuerdo con el Barómetro de las Américas, en promedio, 57,7% de los latinoamericanos apoyaban la democracia en abstracto en 2019. Sin embargo, entre el 23% y 65% de ellos, según el contexto de cada nación, son tolerantes a los golpes de Estados en situaciones de corrupción o delincuencia. Un porcentaje preocupante, dado que en el subcontinente se enfrentan fuerzas proclives a soluciones extremas: una izquierda que en algunos países ha caído en el autoritarismo, y una ultraderecha que lo tiene como bandera.
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* Miembro de la mesa editorial de CONNECTAS