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Las medidas comerciales de EEUU amargan la relación transatlántica

La visita de Macron a la Casa Blanca es un momento para airear las preocupaciones económicas.

Mucha pompa y más que un poco de simbolismo acompañarán al viaje de Emmanuel Macron a Washington esta semana en lo que será la primera visita de Estado que recibirá Joe Biden como presidente de Estados Unidos. Será una oportunidad para celebrar la inesperada unidad que han logrado EEUU y los socios de la UE este año en cuanto a la guerra de Rusia contra Ucrania. Sin embargo, el líder francés llegará con una lista de preocupaciones, compartidas por toda la UE, sobre las medidas comerciales de EEUU, entre las cuales se incluyen los subsidios verdes y los frenos a la exportación de semiconductores a China. Si estas cuestiones no se resuelven y se forja una asociación económica más cooperativa, la solidaridad sobre Ucrania, que tanto ha costado conseguir, podría verse afectada.

La aprobación en agosto por parte de Estados Unidos de su proyecto de ley ecológico, de $369 mil millones, la mal llamada Ley de reducción de la inflación, fue en muchos sentidos un momento bienvenido para los aliados europeos. El mayor emisor de carbono del mundo no sólo ha adoptado la transición climática, sino que se ha comprometido a subvencionarla a gran escala. Pero los funcionarios de la UE temen que las normas sobre subsidios a las tecnologías verdes, incluidos los vehículos eléctricos, contengan requisitos discriminatorios sobre el contenido nacional. Dicen que esto puede inducir injustamente a las empresas de la UE a trasladarse a Estados Unidos e infringir las normas del comercio mundial. Los funcionarios también están descontentos con las repercusiones que para las empresas de la UE puedan tener los controles estadounidenses a las exportaciones, los cuales apuntan a impedir que China adquiera tecnologías de semiconductores de vanguardia.

Visto desde el otro lado del Atlántico, los movimientos de EEUU huelen a impulsos proteccionistas que van en contra del llamado de la secretaria del Tesoro de EEUU, Janet Yellen, a favor del “friendshoring“, o el trato preferencial a socios de confianza en cuanto a las cadenas de suministro. Además, se producen justo cuando la UE se encuentra en una fuerte desventaja competitiva debido a la presión de Vladimir Putin sobre el suministro de energía. Con los precios del combustible mucho más bajos en Estados Unidos, los políticos temen que las empresas internacionales, particularmente las de la UE, hagan cambios en sus operaciones e inversiones; BASF, el grupo químico alemán, dijo el mes pasado que tendría que reducir su tamaño “permanentemente” en Europa, tras abrir una nueva planta en China. El presidente francés ha acusado a los productores de energía estadounidenses de disfrutar de “súper-ganancias” a medida que aumentan sus ventas a Europa.

La UE tiene que reconocer las limitaciones políticas a las cuales se enfrentan Biden y el partido Demócrata, desde la necesidad de mantener a los sindicatos estadounidenses a bordo de la transición verde hasta la lucha por conseguir que su agenda legislativa se apruebe en el Congreso con una escasa mayoría en el Senado. También debería mostrar que comprende la obsesión de Estados Unidos por evitar que China adquiera tecnologías militares avanzadas, especialmente después de que Alemania, Italia y otros países se hayan permitido erróneamente depender en exceso de la Rusia de Putin desde el punto de vista económico. Pero Estados Unidos, como líder de la alianza occidental, también tiene que encontrar soluciones que impidan que las disputas comerciales agríen la relación transatlántica.

Lo ideal sería que Estados Unidos accediera a la petición de la UE y le ofreciera las mismas condiciones preferentes en materia de vehículos eléctricos que se conceden a Canadá y México. Sin embargo, dado que es imposible que la legislación vuelva al Congreso, la Casa Blanca debería al menos intentar utilizar las normas de aplicación para reducir sus efectos discriminatorios. También hay margen para aclarar y suavizar el efecto de los controles a la exportación de semiconductores, sobre todo porque, si Estados Unidos se toma en serio la creación de sus propias cadenas de suministro de chips, necesitará algunas tecnologías europeas.

Hay ecos de la década de 1950 en los esfuerzos de Estados Unidos por armar una coalición de democracias para una nueva guerra fría, en la que se enfrenta no sólo a una Rusia beligerante sino a una China cada vez más asertiva. Hoy, como entonces, esos esfuerzos deberían implicar una estrecha coordinación entre las economías aliadas, pero las disputas comerciales constituyen una distracción corrosiva. La visita de Macron a Biden no puede aspirar a resolver estas cuestiones. Pero si contribuye a una mayor comprensión por ambas partes de lo que está en juego, habrá servido para un importante propósito.

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