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El mundo se despide de la reina Isabel

Su reinado fue el resultado de una combinación única de cualidades y circunstancias.

Después de todas las millas que recorrió su féretro, de los días de luto y de recuerdo, de las horas que estuvieron formados cientos de miles de personas que querían presentar sus respetos en su velatorio, la Gran Bretaña y el mundo dieron el lunes el último adiós a la reina Isabel II. Es un momento de agradecimiento por lo que su hijo, el rey Carlos III, ha llamado una vida bien vivida. Con una solemne pompa, el funeral dio sepultura a algo más que solamente el cuerpo de la reina. A pesar de todo el dolor de los días pasados, es posible que Gran Bretaña llegue a echar de menos a su monarca fallecida incluso más de lo que cree.

Muchas personas en Gran Bretaña y en los otros 14 reinos de los cuales Isabel seguía siendo jefa de Estado, se han sorprendido de la profundidad de su dolor por su fallecimiento; incluso algunos Republicanos la han homenajeado. También les ha sorprendido el alcance de la reacción alrededor del mundo. Países tan lejanos como Brasil y Cuba (sin conexión directa con la monarquía británica) guardaron días de luto. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, resumió la respuesta mundial señalando que: “Para ustedes, ella era su reina. Para nosotros, ella era La Reina”.

Dar un vistazo a la lista de invitados al funeral da una idea del poder blando que la reina Isabel ayudó a proyectar a su país. Entre los 2.000 invitados se encuentra una lista de monarcas, desde Bélgica hasta Bután, de líderes electos y de jefes de Estado ceremoniales. Según algunos estimados, más de 4.000 millones de espectadores podrían haber visto el funeral en todo el mundo, lo que, de lograrse, lo convertiría en la emisión en directo más vista de la historia.

El rey Carlos heredará una enorme buena voluntad y una red mundial de relaciones de las décadas que ha pasado preparándose para ser sucesor de su madre. Aportará a la función sus propias cualidades y su compromiso de servicio. Pero la despedida de una monarca que durante siete décadas personificó a la “Gran Bretaña global” es un momento para que el gobierno reflexione que ninguna persona puede emular sus niveles de poder blando, y que un Reino Unido posimperial y posBrexit necesita buscar y alimentar otras fuentes.

Para el mundo en su conjunto, el fallecimiento de la reina representa dar vuelta a la página histórica en un sentido más amplio. Su extraordinario reinado fue en muchos sentidos el producto de una convergencia única de circunstancias. Llegó al trono de lo que todavía era un imperio, incluso cuando se estaba desmantelando y transformando en una mancomunidad. Accedió a una edad inesperadamente joven y demostró ser notablemente longeva. El inicio de su reinado coincidió con el comienzo de la era de los medios de comunicación como masas mundiales, y su coronación fue el primer gran acontecimiento televisado.

La reina inspiró un interés y un afecto inmediatos como fuente de glamour en un país que aún vivía la monotonía de la austeridad de la posguerra, y como joven líder femenina, en un mundo que seguía siendo dominado por hombres mayores. Con el tiempo, utilizó la plataforma que se le había otorgado no solo para ser un símbolo y representante trascendente de su país, sino para proyectar valores personales de deber, servicio y compasión que demostraron ser atractivos a nivel internacional.

El declive de las monarquías en todo el mundo y el paso de la era imperial dificultarán que estas condiciones vuelvan a darse. La fragmentación de los medios de comunicación y el auge de las redes sociales han alterado la iconografía de la fama. Las sociedades modernas son menos respetuosas con la autoridad, sea de la realeza o no. Habrá muchos más momentos televisados a nivel mundial (incluida la coronación del rey Carlos) y despedidas de líderes mundiales. Pero la despedida de la reina puede ser uno de los últimos grandes funerales reales que marque el final de uno de los últimos reinados que tenga una resonancia verdaderamente mundial.

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