Los visionarios impulsan el capitalismo estadounidense, pero los inversionistas deben hacer sus deberes.
Finge hasta que lo consigas: un aforismo que Sam Bankman-Fried, fundador de la quebrada plataforma de intercambio de criptomonedas FTX, se tomó, quizá, demasiado en serio. A principios de año, SBF (como le gusta apodarse a este treintañero de pelo alborotado y pantalones cortos) contaba con una fortuna en papel estimada en $20.000 millones. Termina 2022 languideciendo en una cárcel de Bahamas, expuesto a se extraditado a Estados Unidos por cargos de fraude electrónico, lavado de dinero y violación de las leyes de financiamiento de campañas. En una declaración escrita ante una comisión del Congreso, SBF admitió que había “metido la pata”. Esa es una forma de decirlo. Los fiscales lo expresan de otra manera: que es el autor de uno de los mayores fraudes financieros de la historia. En última instancia, corresponderá al jurado decidir qué explicación es la más convincente.
La quiebra de FTX tendrá consecuencias, pero sería una gran lástima que una de ellas fuera que se perdiera el idilio de Estados Unidos con los genios emprendedores. Una de las mejores características del capitalismo estadounidense es que cualquier persona con una gran idea tiene la oportunidad de monetizarla. Los iconoclastas, sobre todo en el ámbito de la tecnología, tienen una historia ilustre: no habría Apple sin Steve Jobs, ni Amazon sin Jeff Bezos, ni Microsoft sin Bill Gates. La innovación requiere audacia.
Pero ya es hora de dejar de ver todo color de rosa. Una tecnología que no muchos entienden también puede dar lugar a la ofuscación, a que el estilo prevalezca sobre la sustancia y a que el miedo a perderse algo se apodere incluso de los inversionistas más experimentados. Esto, aunado a una época en que las tasas de interés son bajas y abunda el dinero fácil (lo que ya ha sucedido antes), es el entorno propicio para los estafadores. Prueba A: Elizabeth Holmes, fundadora de Theranos, la otrora famosa empresa de análisis de sangre. Podía imitar los jerséis de cuello alto y los modales de Jobs, de Apple, pero sus afirmaciones sobre la tecnología de Theranos eran falsas. Ahora cumple una condena de 11 años por estafar a los inversionistas.
El hecho de que entre esos inversionistas figuraran regidores del universo como Rupert Murdoch y Larry Ellison, de Oracle, es asombroso pero no sorprendente: hasta Isaac Newton cayó en la trampa de South Sea Company. FTX también está resultando ser un cuento con moraleja para los grandes inversionistas, incluidos Sequoia Capital y al menos dos fondos de pensiones. Aunque perder dinero es algo del día-a-día para los inversionistas de capital de riesgo, los fondos de pensiones no tienen por qué invertir en un sector tan volátil como el de las criptomonedas.
Pareciera que hubo una falla total en las verificaciones básicas que deberían hacerse a una empresa incipiente que no tenía un consejo de administración y que gerenciaba su supuesto negocio de $32.000 millones con QuickBooks. Su Zhu, cofundador de Three Arrows Capital, un fondo de cobertura que quebró, dijo que utilizó FTX después de ver la lista de inversionistas que lo respaldaban: “Supuse que alguien allí actuaba con la debida diligencia”. Sin embargo, en una época en la cual incluso Elon Musk renunció a la debida diligencia antes de acordar la compra de Twitter por $44.000 millones (de la que hasta ahora tiene poco que mostrar, más allá de su pérdida del título de hombre más rico del mundo), no es inusual.
Tampoco hicieron muchas preguntas los políticos Demócratas que recibieron decenas de millones de dólares en donaciones de FTX. A Bankman-Fried le gustaba presentarse a sí mismo como la cara amable del mundo de las criptomonedas que abogaba por la regulación, en lugar de rechazarla, como un medio para sofocar la competencia.
Detrás del parloteo cripto de FTX y del respaldo de los famosos, los fiscales alegan una historia tan antigua como el tiempo. John Ray, experto en reestructuraciones y nuevo director ejecutivo de FTX, lo califica de desfalco “de la vieja escuela”. SBF debe ser considerado inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero, en cualquier caso, debería surgir un enfoque menos exaltado hacia las start-ups y sus visionarios fundadores. Uno en el cual se planteen preguntas básicas y se tengan en cuenta aforismos de probada eficacia, como por ejemplo: no creas todo lo que dicen.
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