Yanira Merino, creció en El Salvador viendo cómo su abuelo, un sindicalista comprometido se organizaba cuando se gestaba la guerra civil del país que duró más de una década.
A medida que el conflicto armado se fortalecía en la década de los 80, Merino se veía obligada, como muchos otros de sus compatriotas, a salir de su país y buscar una mejor vida.
Así esta salvadoreña llegó a Los Ángeles y empezó a trabajar en una fábrica donde empacaban camarones.
No pasó mucho tiempo para que las injusticias que veía en contra de los trabajadores inmigrantes despertaran aquella semilla de servicio social que su abuelo había plantado años atrás, cuando la llevaba a las reuniones de los sindicatos en su natal Santa Tecla, una ciudad del área metropolitana de la capital salvadoreña.
“Las condiciones eran pésimas, los sueldos malos y el trato peor. Hubo un momento el que uno de los supervisores entró y dijo que todos esos, refiriéndose a nosotros, erámos un grupo de ignorantes”, recuerda Merino sobre cómo empezó su trabajado como sindicalista.
Más tarde, ese mismo día, se puso a hablar con otros compañeros de trabajo que sabían sobre las leyes y preguntó cómo podían hacer para que todos los trabajadores se organizaran.
“La situación de El Salvador nos enseñó a muchos sobre justicia e injusticia. Yo no hablaba inglés, era indocumentada, pero estaba sintiendo la injusticia, así como la estaban sintiendo los otros compañeros”, dice.
Un camino difícil
Empezar a buscar la organización y el respeto para los trabajadores inmigrantes y sus derechos, no fue fácil.
Merino inició su camino en tiempos difíciles. Había mucha resistencia a la organización de los trabajadores y además de enfrentarse al estigma racista por ser latina, tuvo que soportar violencia de género.
“Cuando me organicé, me despidieron dos veces y fue una sorpresa porque estaba en Estados Unidos, usaron todo para separarnos. Me acusaron de que estaba durmiendo con los hombres con los que me reunía, usaron cosas raciales porque era la única salvadoreña”, recuerda.
Pese a todo, Merino se motivaba ante la sorpresa de ir descubriendo que los trabajadores no conocían de leyes, ni tampoco sabían que tenían derechos laborales. Esto -según ella- impacta mucho de forma negativa en las familias de escasos recursos y en situación vulnerable.
“Me sorprendió mucho el poco conocimiento y me involucré más para hacerles ver a los compañeros que era importante ser las voces de los demás, porque siempre creí que la lucha de los inmigrantes es la lucha de los trabajadores”, dijo firmemente.
Merino reconoce que no ha sido fácil ni como latina, ni como mujer alcanzar cada peldaño en la organización laboral.
“Ha sido un reto total. Siempre hay gente que busca luchas justas y siempre uno se encuentra con personas que tienen una apertura de género, racial pero que también sabe que necesita de otros estratégicamente”, afirma.
Y como muchas mujeres, Merino tenía que distribuir su tiempo entre la lucha sindical para lograr la organización, su rol de madre y sus deberes en el hogar.
Ver reflejada esta situación en otras mujeres, también le sirvió de motivación para encontrar las formas para que las trabajadoras se involucraran.
Trabajadores indocumentados
Las injusticias se cometían más hacia los trabajadores inmigrantes que no hablaban inglés y que pensaban que no tenían derechos, por su condición migratoria.
Merino empezó a darse cuenta de que era necesario incluir en la organización de los trabajadores a todos, también a los inmigrantes indocumentados.
“En el 96 todo esto me llevó a encontrarme con otros sindicalistas que también pensaban cómo podemos encontrar a los liderazgos, cómo podemos escuchar a las voces y que las voces encuentren otras voces similares, como las de ellos”, señala.
Así enfocó su lucha para organizar a los trabajadores, en la lucha de los inmigrantes. Y poco a poco su lucha fue rindieron frutos.
“Soy de las que creen que los trabajadores tienen que estar sindicalizados, tienen que estar unidos en una institución que los representa para así poder tener una estructura para participar en cambios”, asegura.
A medida que Merino iba aprendiendo que el 60% de los empleados en fábricas eran mujeres latinas y de que se ese porcentaje, una buena parte esta en situación irregular, se llenaba de razones para continuar el trabajo para organizar a los trabajadores latinos.
Un ejemplo para los trabajadores y las mujeres
Merino ocupa desde 2018 la presidencia de la Asociación de Sindicalistas Latinos (Labor Council of Latin America Advancement) que representa los intereses de más de dos millones de trabajadores latinos organizados en sindicatos en Estados Unidos.
Es la primera mujer inmigrante en llegar a esa posición. Y aunque cree que el camino recorrido es largo, Merino considera que todavía falta mucho por hacer.
“Todavía estamos peleando por una reformar migratoria. Hemos logrado que haya un avance en el reconocimiento de los derechos de las mujeres, pero tenemos que aspirar a más, en liderazgo, en pagos salariales, a una latina, nos pagan diferente simplemente por ser mujer y por ser latina. Los latinos somos una fuerza, las mujeres latinas somos una fuerza. El reto es respondernos si sabemos que lo somos”, señala.