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la izquierda beligerante de América Latina

Los líderes de las mayores economías de la región no se ponen de acuerdo en cuestiones de género, clima y democracia.

Opinión de Michael Stott

Los pilares de la izquierda latinoamericana solían estar claros: la revolución cubana, el líder guerrillero de boina Che Guevara, el Estado como motor del desarrollo industrial y bastión del antiimperialismo.

El mapa de la región ha vuelto a teñirse de rosa, pero el cielo ideológico es más turbio. Las seis economías más grandes de América Latina están gobernadas por presidentes progresistas con agendas tan variadas que ponen en duda si constituyen o no un bloque.

El presidente de Chile Gabriel Boric, de 37 años y el abanderado de una nueva generación de progresistas, ha subrayado las diferencias. Ha criticado públicamente a la “dictadura familiar” de Nicaragua, encabezada por el revolucionario sandinista Daniel Ortega y su esposa vicepresidenta Rosario Murillo. Ortega, un veterano de las guerras centroamericanas de los años ochenta que dobla en edad a Boric, respondió que el chileno era un mero perrito faldero del “imperio yanqui”.

Cecilia Nicolini, coordinadora del Grupo Puebla, que reúne a los progresistas de la región, insiste en que, a pesar de las diferencias culturales e históricas, la izquierda latinoamericana sigue unida por ideales comunes. “No negociamos en la lucha contra la pobreza y la desigualdad”, sostiene. “Seguimos insistiendo en el derecho a una vida digna y a la justicia social”.

Nicolini, que es secretaria de Cambio Climático en el gobierno de izquierda de Argentina, cree que las ideas progresistas nunca han sido más pertinentes ante las múltiples crisis que asolan la región más desigual del mundo: pobreza, exclusión social, racismo y machismo. “El enfoque neoliberal se ha agotado”, argumenta.

Sin duda, la lucha por la justicia social sigue siendo una potente fuerza unificadora que reúne a figuras tan diversas como el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el líder colombiano Gustavo Petro. Pero mientras Petro quiere poner fin a la explotación de petróleo y gas y volverse ecológico, el líder izquierdista mexicano Andrés Manuel López Obrador está invirtiendo al menos $14.000 millones en una nueva refinería de petróleo.

Las diferencias no están relacionadas únicamente con la edad. Aunque Lula, a sus 77 años, pertenece a una generación anterior de líderes, ha abrazado la igualdad de género, la justicia racial y los derechos de los indígenas con la pasión de un millennial. López Obrador, por el contrario, atrae la ira de las feministas por no haber abordado una ola de feminicidios y acusa a los grupos de mujeres de estar manipulados por los conservadores.

El líder mexicano presenta otras contradicciones. Defensor de la austeridad fiscal, fue casi el único de la región que se negó a aumentar el gasto público durante la pandemia. Sin embargo, su inquebrantable apoyo a Cuba, su nacionalismo y sus ataques a las empresas proceden directamente de la izquierda tradicional latinoamericana.

Las contradicciones de López Obrador tienen origen en su pasado. El líder mexicano, de 69 años, se inició en la política en los años setenta en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) que gobernó durante 71 años ininterrumpidos, a veces con la ayuda de la magia negra electoral.

El pasado PRI de López Obrador ayuda a explicar sus inclinaciones autoritarias, incluida la presión legal sobre rivales políticos, las críticas a los medios de comunicación y la intimidación a los tribunales y al organismo electoral independiente.

Rebecca Bill Chávez, presidenta del Diálogo Interamericano en Washington, cree que ya no es adecuado medir a los líderes latinoamericanos en función de un eje político tradicional. Argumenta que en lugar de la escala izquierda-derecha, tiene más sentido diferenciarlos entre demócratas y autoritarios.

Del lado de los autoritarios estarían Ortega de Nicaragua, junto con Nicolás Maduro de Venezuela y Miguel Díaz-Canel de Cuba, y probablemente conservadores como Nayib Bukele de El Salvador y Alejandro Giammattei de Guatemala, además del gobierno de extrema izquierda de Bolivia. López Obrador también está girando en esa dirección.

En el rincón democrático de América Latina se ubican Boric, el argentino Alberto Fernández, Lula y Petro. La peruana Dina Boluarte es más polémica para los progresistas: elegida vicepresidenta por una candidatura de extrema izquierda en 2021, asumió el máximo cargo el pasado diciembre después de que el presidente Pedro Castillo fuera destituido por intentar suspender el Congreso y gobernar por decreto.

Aunque el cambio de presidente peruano fue constitucional, Petro y López Obrador han insistido desde entonces en que Castillo fue víctima de un golpe de Estado y sigue siendo el presidente legítimo de Perú (Lula ha mantenido una respetuosa distancia).

Quizá la mayor contradicción de todas se refiera a Cuba. Grupos de derechos humanos han criticado a Díaz-Canel por aumentar la represión, incluyendo el encarcelamiento de más de 700 manifestantes anti-gobierno desde julio de 2021. La economía está en una situación desesperada y la emigración se ha disparado. Pocos presidentes latinoamericanos elogian estos días a La Habana (aunque la vicepresidenta de Petro, Francia Márquez, es una excepción reciente). Pero criticar a Cuba sigue siendo ir demasiado lejos, incluso para Boric.

“Cuba sigue siendo el último bastión de la izquierda ideológica”, señala Marta Lagos, encuestadora chilena. “Es una cuestión de simbolismo y nostalgia”.

El Che Guevara ha cedido cierto espacio ideológico frente al menos picante Thomas Piketty en la izquierda latinoamericana actual, pero el mito de la revolución cubana sigue vivo.

Michael Stott es editor para América Latina del Financial Times, basado en Londres.  Anteriormente fue el editor gerente de Nikkei Asian Review en Tokio, una publicación asociada que cubre negocios y política en Asia.  Previo a eso, Michael era el editor del FT para el Reino Unido.  Michael reportó desde Latinoamérica en la década de los noventa, viviendo en Brazil, Colombia y México y también fue jefe de la oficina del períodico en Moscú para Reuters.  Se unió al FT en 2014. 

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