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Familia migrante enviada a DC en autobús hace nueve meses lucha por sobrevivir

Juanita buscaba en la tienda H&M del centro de Silver Spring algo que abrigara lo suficiente: se acercaba el invierno y ya hacía frío en aquel día sombrío y lluvioso de octubre. Su bebé de seis meses no tenía nada que ponerse. 

Ale, su marido, deambulaba por la tienda con la mirada perdida en los abrigos polares y las chaquetas de plumón para hombres, entre ojeada y ojeada a su teléfono móvil. Esperaba que apareciera un anuncio de trabajo: un jornalero para trabajos de jardinería o similares.

“En Internet se puede buscar trabajo”, nos dijo más tarde en español. “Pero no he encontrado nada parecido para los que no tenemos papeles”.

Buscar trabajo se ha convertido en un ritual diario para Ale, de 30 años. El chorrito de dinero que gana con trabajos informales -unos $200 al día, cuando consigue que lo contraten- es el único sustento de la familia. Ese fin de semana, apenas había podido trabajar. 

Pero el bebé necesitaba ropa nueva. Todos ellos la necesitaban. Originarios de Cuba, no tenían nada para pasar el invierno en Washington DC.

SACRIFICIOS. El viaje de Cuba a Estados Unidos pasando por Centroamérica puede ser devastador, pero la familia dice que todos los sacrificios han valido la pena por su hija. Fotos: Tyrone Turner/ DCist/WAMU.

“¿Este tipo de botas son para la nieve?”, preguntó Juanita, con una talla 7 de mujer en la mano. 

“Para la nieve y para… la lluvia”, respondió Mara, amiga de la familia, quien tuvo que hacer pausa por un momento para recordar las palabras correctas en español.

Las botas eran prácticas y parecían quedarle bien. Pero había que tener en cuenta otras cosas: Sin trabajo, gastos crecientes e inestabilidad diaria. 

“Casi no había dinero”, dijo Juanita, de 28 años. “No podíamos comprar nada”.

Juanita devolvió las botas al estante de donde las sacó y solo le dio una cuantas piezas de bebé a Mara, quien fue a la caja registradora y pagó los $80 que costaban.

APOYO. “Es la segunda madre de la bebé”, dice Juanita de Mara. “Cuando llegamos, fue ella quien nos acogió sin conocernos. Es como una madre para mí, imagínate para la bebé”.Fotos: Tyrone Turner/ DCist/WAMU.

Juanita y Ale son dos de los miles de migrantes que han sido trasladados en autobús a DC por el gobernador de Texas, Greg Abbott, o el de Arizona, Doug Ducey, desde la pasada primavera. Los gobernadores republicanos han empleado esta práctica como un mensaje desafiante a la administración del Presidente Joe Biden, que según ellos debería responsabilizarse del flujo de personas que solicitan asilo en la frontera sur del país. Pero a menudo los demócratas la tachan de cruel,  utilizando a migrantes vulnerables como peones en un debate político. 

El viaje de tres días en autobús también puede ser un castigo para los migrantes, que duermen en el suelo o solo comen galletas de soda durante el largo trayecto. Pero para algunos, también es un viaje gratuito a un destino deseado cerca de la familia o los amigos, o simplemente a un lugar que les ofrece un entorno más acogedor que el que encontraron en Texas o Arizona.

Desde hace casi un año, los voluntarios del Distrito y de los suburbios circundantes se han encargado en gran medida de recibir a los inmigrantes (que solían llegar a Union Station de Washington, aunque recientemente se han dejado grupos de inmigrantes con regularidad a las puertas de la residencia de la Vicepresidenta Kamala Harris). El gobierno federal ha otorgado dinero a una organización internacional sin fines de lucro llamada SAMU First response para ayudar a recibir y alojar temporalmente a los migrantes. Pero los voluntarios locales dicen ellos son la columna vertebral de la operación, y necesitan más ayuda del gobierno. 

Para rematar, cientos de migrantes que llegan aquí optan por quedarse e intentar construirse una vida en esta región, incluidos Juanita y Ale.

Durante los últimos ocho meses, la pareja ha vivido hacinados con su bebé en la casa tipo townhouse de Mara, de mil pies cuadrados, en el Condado de Montgomery, Maryland. Su amigo íntimo, Pocho, que llegó a DC en un autobús posterior, también se alojó allí durante unos seis meses. Los cuatro adultos pidieron que en este artículo sólo aparecieran sus nombres de pila o apodos, por temor a poner en peligro sus casos de inmigración. 

Desde entonces, la familia ha luchado por conseguir lo que parece un sueño imposible: un trabajo estable y una casa propia. Incluso lo esencial, como la comida y la atención sanitaria, es difícil de conseguir porque no tienen un trabajo fijo ya que aún no han conseguido solicitar asilo y, por tanto, no tienen permiso de trabajo. Ese proceso puede llevar meses (si no años) debido al atasco del sistema de inmigración, según abogados familiarizados con el proceso.

Además, como muchos inmigrantes trasladados en autobús a la ciudad, carecen de contactos en la zona: no tienen familia ni amigos que puedan ayudarles a salir adelante. Los funcionarios del gobierno local dicen que por esta razón ha sido más difícil el reasentamiento de esta oleada de inmigrantes.

La familia ha tenido que depender, en cambio, de Mara, una voluntaria y relativa desconocida a la que conocieron por primera vez el pasado mayo, poco después de que grupos locales creasen una operación de respuesta de emergencia para los inmigrantes que llegaban. Mara recibió un día una llamada telefónica de otra voluntaria preguntándole si tenía espacio para acoger a una pareja, entre ellos una mujer embarazada de ocho meses. 

“Me lo pensé unos 30 segundos y dije ‘Sí'”, cuenta Mara. “Me ponía nerviosa no tener todo lo necesario. ¿Cómo voy a darles de comer? ¿Tengo comida para mañana? Pensaba en la logística y estaba muy emocionada”.

Mara y la familia se conocieron en una iglesia donde los voluntarios ofrecen un respiro a los inmigrantes después de dejarlos en la ciudad. Juanita y Ale estaban organizando la ropa que habían donado los voluntarios cuando Mara los vio. No tardaron en abrazarse. Mara ofreció a la pareja una habitación libre en su apartamento, y Pocho se las arregló en el salón de la planta baja antes de mudarse. 

“Tuve compañeros de habitación durante años y hace [varios] meses decidí que iba a ser adulta y vivir sola como una mujer de mediana edad”, dijo bromeando el pasado mes de septiembre esta trabajadora sanitaria de 42 años. “Llevo mucho tiempo acostumbrada a vivir con gente en casa. Esto es sólo unas cuantas personas más”. 

Hay docenas de residentes locales como Mara que dedican su tiempo a ayudar a los nuevos migrantes, algunos como ella que son voluntarios y otros que son empleados de organizaciones sin fines de lucro que colaboran con los gobiernos de Washington DC o el Condado de Montgomery. Mara es voluntaria de la Red de Ayuda Mutua de Solidaridad con los Inmigrantes (Migrant Solidarity Mutual Aid Network), una coalición de activistas locales que facilita servicios de emergencia y reasentamiento.

Desde que acogió a la familia en su casa el año pasado, Mara ha hecho mucho más que darles cobijo: Ha sido fundamental para ayudarles a navegar la maraña burocrática de la red de seguridad social de la región. La situación es complicada para los inmigrantes recién llegados, que a menudo carecen del estatuto de asilo o de la residencia necesaria para acceder a los programas gubernamentales. Encontrar y solicitar esos programas también requiere paciencia, conocimientos institucionales y, a veces, dominio del inglés. 

“Les veo trabajar tan duro”, dice Mara de la familia, “haciendo todo lo que pueden”. 

“Me avergüenza que como país no podamos ser mejores anfitriones”, continúa. “Intento extender mi propia hospitalidad, pero ¿por qué mi país no me respalda en eso?”.

COMIDAS. Mara dice que ya no come cenas para microondas, sino platos caseros que prepara Juanita. Fotos: Tyrone Turner/ DCist/WAMU.

La familia está muy agradecida de que Mara les acoja en su casa. Poco después de conocerse, incluso le pidieron que fuera la madrina de la niña. Cuando llegó el momento del parto, Mara organizó una visita al hospital y se aseguró de que Medicaid pagara los tres días de estancia de Juanita. 

“Es la segunda madre de la bebé”, dice Juanita. “Cuando llegamos, fue ella quien nos acogió sin conocernos. Es como una madre para mí, imagínate para la bebé”.

Conseguir que Juanita y la bebé recibiesen los cuidados que necesitaban fue de todo menos sencillo, cuenta Mara. Tardaron semanas en conseguir la primera cita en una clínica gratuita para recibir atención prenatal porque Juanita no cumplía los requisitos para el programa de maternidad del Condado de Montgomery, como Mara esperaba que ocurriera. La familia también sigue en lista de espera para Montgomery Cares, que ofrece atención primaria a residentes sin seguro médico independientemente de su situación migratoria.  

“Decimos que estos programas existen, pero no son lo suficientemente amplios o no están suficientemente financiados o no sé qué es, pero en realidad no puedes recibir la atención”, dice Mara. 

Para Juanita, todo lo que Mara ha hecho para ayudarla no sólo a dar a luz, sino también a criar a un bebé en un nuevo país, significa mucho para ella. Dice que su hija crecerá agradecida por sus actos de bondad.

“Le debo la vida”, dice Juanita con los ojos llorosos. “Yo no trabajo y ella es la que me ayuda con todo para la bebé. Los pañales, las medicinas, todo, porque mi marido no trabaja todos los días. Cada vez que el bebé necesita algo, ella es la que me ayuda”.

Cuando estaban en Cuba, ellos dicen que pasaban apuros económicos y que a menudo se quedaban sin electricidad. También dicen que no podían protestar contra sus condiciones de vida por miedo a que el gobierno los encarcelara o algo peor. En su lugar, vendieron todas sus pertenencias para tener la oportunidad de escapar en un avión a Nicaragua. 

“Los cubanos están desesperados por salir de Cuba”, dice Pocho. “Ese gobierno está destruyendo al pueblo y no le importa”.

La familia soportó un viaje de meses por Centroamérica que les costó varios miles de dólares. También fue extremadamente peligroso, dicen.

“Hay gente que muere en el camino. A otros los violan, a otros les roban. Todo lo que te puedas imaginar. Es como una película de terror”, dice Ale. “Sales con la expectativa de que lo conseguirás, pero en realidad no sabes si lo lograrás”.

El viaje puede ser despiadado, pero dicen que merece la pena por su hija. Según Juanita, en su país escasean hasta los artículos de primera necesidad, como los pañales.

“Aquí [en Estados Unidos], tengo la oportunidad de darle lo que se merece un ser humano”, dice Ale.  

“Una vida digna”, interrumpe Juanita. “En Cuba, no hay posibilidad de nada”.

“Es un orgullo estar en este hermoso país”, añade Juanita. “Tiene defectos como todo, pero es un orgullo, un avance, un privilegio, un honor. Es lo más grande del mundo para nosotros estar aquí donde estamos”.

Pero el futuro de la familia sigue plagado de incertidumbre. El sistema de inmigración estadounidense es difícil de navegar, incluso con representación legal, dice Ale. A pesar del poco dinero del que disponían, la familia contrató a un abogado privado que les aconsejó solicitar asilo o solicitar un estatus legal a través de la Ley de Ajuste Cubano. 

“No hay absolutamente ninguna garantía de que alguien que solicite asilo o cualquier otro tipo de protección humanitaria vaya a ser aprobado”, dice Arielle Chapnick, abogada de los Servicios Jurídicos de Salud Whitman-Walker, que no representa a Ale y su familia  pero que ha trabajado con inmigrantes que fueron trasladados en autobús a Washington. 

Otros expertos afirman que los inmigrantes como Ale se encuentran en una situación especialmente difícil. Cuba acordó recientemente empezar a aceptar de nuevo en el país a los inmigrantes deportados de Estados Unidos, después de haber dejado de hacerlo al principio de la pandemia. Ernesto Castañeda, director del Laboratorio de Inmigración de la American University, afirma que ese cambio ha dejado a los cubanos con aún menos opciones para un futuro estable. 

“Ahora, ser devueltos les va a poner en una situación peor que en la que estaban antes de irse”, dice Castañeda. “Así que muchos de ellos van a acabar marchándose de nuevo a otros lugares para intentar ganarse la vida o escapar de la persecución política”.

Los migrantes que llegan a Estados Unidos suelen tener un año para solicitar asilo. Una vez presentada la solicitud y pendiente durante al menos 150 días, los solicitantes de asilo pueden pedir un permiso de trabajo que se aprueba aproximadamente un mes después. El permiso de trabajo debe renovarse cuando sea necesario mientras la solicitud de asilo siga pendiente.

Chapnick dice que el proceso puede ser muy largo. Hoy en día, la mayoría de los inmigrantes tienen que asistir a un proceso de deportación, y pueden pasar hasta cinco años antes de que puedan presentar su caso ante un juez. Mientras tanto, algunas personas llevan esperando desde 2015 una entrevista de asilo. 

Según un informe de TRAC, una organización que recopila datos sobre el sistema de inmigración estadounidense, el número de solicitantes de asilo a la espera de una audiencia ha alcanzado ya más de 1,5 millones en todo el país. 

Ale no está seguro de lo que está ocurriendo con el caso de inmigración de su familia. Tenían programada una vista inicial en un tribunal de inmigración de Baltimore a finales de octubre, pero dice que se ha retrasado un año. Aunque Ale sabe que tienen que solicitar asilo antes de mayo, dice que no sabe mucho más sobre el sistema de inmigración estadounidense.

“Todo depende de lo que me diga [mi abogado]”, dice Ale. 

Pocho tampoco ha solicitado aún el asilo. Su mujer y su hijo de 9 años llegaron a DC a principios de año, y él se mudó del apartamento de dos habitaciones de Mara para vivir con ellos. A la familia de Pocho le ofrecieron una habitación de hotel a través del programa de acogida del gobierno de DC, donde se las están arreglando. 

“Es muy difícil vivir aquí”, dice Pocho. “Pero prefiero vivir cuatro o cinco vidas aquí que una vida en Cuba”.

Así que, aunque toda la familia puede estar en Estados Unidos legalmente, ellos -junto con innumerables personas en situaciones similares- se encuentran en una especie de limbo, sin ninguna garantía real de poder quedarse. Eso les ha dejado luchando por llegar a fin de mes.

“Todavía tienen que intentar ganar algo de dinero, por lo que se ven obligados a trabajar en negro”, afirma Chapnick. “Pueden aprovecharse de ellos, explotarlos, no pagarles un salario justo, no pagarles nada… Y si a eso le unimos el altísimo coste de la vida en Washington DC y sus alrededores, es una receta para el desastre”.

Los gobiernos locales del Condado de Montgomery y del Distrito de Columbia han ofrecido alojamiento temporal y gestión de casos, sabiendo que los inmigrantes tienen dificultades para ser autosuficientes en parte debido a su estatus migratorio. Pero esos recursos llegaron meses después del programa de transporte en autobús: al principio, la alcaldesa Muriel Bowser atribuyó la responsabilidad de los inmigrantes al gobierno federal. En septiembre, declaró la emergencia local y creó una oficina para atender a los inmigrantes recién llegados, sobre todo a los que tienen niños.

En consecuencia, familias como Juanita y Ale -que llegaron en las primeras semanas del programa de transporte en autobús- se quedaron en la cuneta y han tenido que recurrir a la generosidad de las organizaciones de ayuda mutua.

La oferta de alojamiento indefinido que la familia ha recibido de Mara no es habitual, afirma Amy Yi, una de las organizadoras principales de los esfuerzos de ayuda, aunque muchos voluntarios siguen en contacto con las familias a las que ayudaron a ponerse en pie.  

“Aunque la gente no pueda acogerlos indefinidamente, siguen invitándolos a comer o siguen en contacto. Seguirán encontrando formas de relacionarse y de pasar tiempo juntos”, dice Yi. “Son personas que te importan”.

Además de los aproximadamente 100 inmigrantes acogidos en alojamientos informales o apoyados por voluntarios, un portavoz del DC dice que unos 858 adultos y niños están alojados en habitaciones de hotel pagadas por el gobierno. Aun así, los organizadores afirman que el gobierno debe intensificar sus esfuerzos para ayudar al reasentamiento, porque no basta con proporcionar una habitación de hotel temporal a las familias migrantes. 

“Puede ser muy difícil estabilizarse”, afirma Jennie Saldana, organizadora del núcleo. “No siempre es tan sencillo como ‘Bueno, ahora estás en tu apartamento. Estás bien. Estarás bien’. La gente lucha por encontrar trabajo. A veces pierden el trabajo. Pueden enfermar o lesionarse. Se acostumbran a pagar por todas las cosas que necesitan”.

Sin embargo, a pesar de todas estas dificultades, se ha corrido la voz sobre el gran apoyo que reciben los inmigrantes en la zona de Washington D.C., hasta el punto de que grupos locales con sede en Texas han empezado a enviar directamente a los inmigrantes en avión, según la Red de Ayuda Mutua de Solidaridad con los Inmigrantes. 

ALBERGUE. “Mi ahijada no se va a quedar en un albergue para indigentes,” dice Mara. Fotos: Tyrone Turner/ DCist/WAMU.

En el día a día, Juanita, Ale y Mara salen adelante. Para Navidad, Mara regaló a Juanita, Ale y Pocho ropa de invierno. También recibieron ropa donada a través de la organización de ayuda mutua.  

Los días pasan con relativa facilidad para Juanita, que suele pasar el tiempo en el apartamento de Mara, cuidando de su bebé y maravillándose ante acontecimientos aparentemente mundanos, dado que es mamá primeriza. 

Ella aprovecha cualquier rato libre cuando el bebé duerme para limpiar la casa o preparar la cena antes de que los demás vuelvan del trabajo. Mara dice que ya no come cenas para microondas, sino platos caseros como estofado o carne con arroz y alubias. 

Ale sale del apartamento al amanecer y se dirige a un centro de trabajadores en busca de trabajo. Recientemente ha conseguido empleo como handyman para un residente de la zona, que ha empezado a llamarle directamente para ofrecerle trabajos. Pero todavía no pagan mucho.

La familia se apiña en torno al televisor del salón casi todas las tardes de la semana para ver programas estadounidenses con subtítulos en español. Uno de sus favoritos es un drama deportivo llamado All American en Netflix. Mara quiere salir con la familia y enseñarles barrios latinos, pero dice que a veces tiene problemas para identificar lugares que puedan resonar culturalmente con la familia porque ella es blanca. La familia aprecia el esfuerzo de Mara. Dicen que quieren ver lo que D.C. tiene que ofrecer, ya que son jóvenes y están llenos de energía.  

La familia también busca diversión y alegría siempre que puede. Aquel domingo de octubre, después de la visita a H&M, la alegría llegó en forma de mojitos y croquetas, algunas de las cosas que echan de menos de casa. Visitaron el Café Mi Cuba en Columbia Heights, donde la música estaba casi lo suficientemente alta como para amortiguar el bullicioso grupo. Después de sentarse, bromearon sobre el hecho de que sólo uno de los empleados es cubano. Aun así, disfrutaron del momento. 

“¡Mara, salud!”, empezó Juanita, y Ale y Pocho siguieron su ejemplo. 

En un momento de la velada, Ale enseñó a Mara a bailar salsa, y Juanita y el camarero cubano intercambiaron anécdotas sobre lo difícil que puede ser llegar a un nuevo país sin apenas ayuda.

“Esa es la característica de nosotros los cubanos: Ser luchador y triunfador significa que lo que queremos, lo logramos”, dice Juanita.

Tras enterarse de que el trío llegó a Washington en los tristemente célebres autobuses de migrantes, la camarera cubana le pidió el número de móvil de Juanita. Empatizó con lo que habían pasado y ofreció ropa vieja de su propia hija para la niña. Es un gesto que ayudará mucho a la familia, que necesita toda la ayuda posible, incluido el apoyo indefinido de su anfitrión.

“Mi ahijada no se va a quedar en un albergue para indigentes”, dice Mara. 

Juanita, Ale y Pocho emigraron a EE.UU. desde Cuba el año pasado y formaron parte de los miles de migrantes que fueron enviados a D.C. en autobús desde Texas. Cuando llegaron, conocieron a una voluntaria local llamada Mara.

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