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Es deber de Occidente ayudar a Ucrania a ganar la guerra

Tenemos los recursos, y además respaldar a Kiev será menos costoso a largo plazo que dejar que Putin prevalezca.

Ucrania ha sobrevivido a la embestida de su brutal enemigo. Ha humillado al ejército ruso y recuperado gran parte del territorio perdido. Son logros enormes. Pero la guerra no ha terminado. El 10 de octubre Rusia inició una nueva fase, con la destrucción de infraestructuras civiles. Su objetivo ahora es doblegar la voluntad del pueblo ucraniano. Eso también debe fracasar.

Están en juego los principios de la vida europea de la posguerra: no se pueden cambiar las fronteras por la fuerza y no se puede impedir que los ciudadanos elijan a sus gobernantes. Además, si Rusia ganara, se instalaría en la frontera oriental de Europa estando gobernada por un tirano revanchista. Pero, si Ucrania triunfara, sería un potente baluarte contra Rusia. Por lo tanto, esta guerra es existencial, no solo para Ucrania, sino también para Europa.

Occidente debe garantizar que Ucrania sobreviva y luego se desarrolle como nación próspera y democrática. No se trata solo de una necesidad moral, sino también de sus intereses. Desde hace tiempo existe preocupación por la corrupción en el país. Pero la forma en que Ucrania se ha movilizado para luchar en esta guerra demuestra que ese no es el país que vemos ahora. Un Estado oligárquico corrupto no se organiza y lucha como lo ha hecho este. Ucrania merece el beneficio de la duda. Se rehizo en la guerra. Seguramente también se rehará en la paz.

Sin embargo, Ucrania no puede ganar por sí sola. Necesita equipamiento militar, ayuda para reparar infraestructuras vitales y, no menos importante, apoyo presupuestario. También necesita la presión continua proveniente de las sanciones que recaen sobre la economía y el poderío militar de Rusia. Además, deberá contar con ayuda para reconstruirse, ya que busca una vida dentro de la familia europea; una vida que se ha ganado con la lucha de su pueblo y que reportará enormes beneficios a la propia Europa.

Los daños han sido extraordinarios. La economía ucraniana se ha contraído alrededor de un tercio este año, lo que inevitablemente ha repercutido en los ingresos fiscales. En un informe publicado en octubre, el FMI señala que aproximadamente una quinta parte de la población ha emigrado, y un número similar se ha desplazado internamente. El país enfrenta hoy los enormes gastos que implica luchar en la guerra y reparar los daños. Todo ello ha devastado las finanzas públicas. Mientras la guerra continúe, los gastos también continuarán. Será inmensa la factura de la reconstrucción.

El Ministerio de Hacienda ha realizado un trabajo más que meritorio en la gestión de la situación fiscal. Sin embargo, ha tenido que recurrir al financiamiento monetario del déficit fiscal, las reservas de divisas se acercan a cero y la inflación en el año, hasta diciembre, será del 30 por ciento.

El FMI calcula que, si todo va bien, el país necesitará $40.000 millones de ayuda fiscal externa el año que viene, más $8.000 millones para reparar su infraestructura. Si todo va mal, necesitará aproximadamente $9.000 millones más. Se espera que la UE comprometa €18.000 millones en ayudas fiscales para el próximo año. La Administración estadounidense ha solicitado al Congreso $14.500 millones hasta septiembre de 2023, y se esperan más para el resto de ese año. Los países miembros de la UE, junto a otros (Japón y el Reino Unido, por ejemplo), y las instituciones financieras internacionales deberían aportar más. Aun así, el apoyo presupuestario externo solo será suficiente si todo va bien. Es evidente que las cosas podrían empeorar de manera significativa si los rusos logran causar muchos más daños a la economía de los que ya han causado.

La UE también quiere que se fijen condiciones para garantizar la estabilidad macroeconómica, la buena gobernanza, el Estado de Derecho y la reforma del sector energético. Cabe preguntarse si tal condicionalidad tiene sentido en una guerra de supervivencia que hasta ahora ha sido exitosa. En cualquier caso, en parte por esta razón, la UE también quiere un programa del FMI, tanto como catalizador de reformas como por el fondeo que se desprende del mismo. Mientras tanto, el Fondo se siente limitado por sus estatutos, que exigen un programa que garantice la sostenibilidad de la balanza de pagos, así como garantías de que se devolverá el dinero. En una guerra así, ninguna de esas dos cosas está asegurada.

Se podrían contemplar tres formas de salir de este callejón sin salida: una es que los accionistas occidentales sean garantía ante el FMI frente a las pérdidas; una segunda es que el FMI sea más creativo y preste de todos modos; la última es que el visto bueno del FMI proceda únicamente de sus programas de emergencia y de lo que denomina “Monitoreo de Programa con Participación de la Junta Gobernante”.

También es acertado pensar en la Ucrania de la posguerra: las necesidades de reconstrucción y, no menos importante, su financiamiento (en parte, quizá, con activos rusos confiscados); y la construcción de una economía y un país europeo más modernos. Pero la condición necesaria para ello es la continuidad de la independencia y la victoria final en la guerra. Para ello se necesitará una enorme ayuda, con un mayor suministro (y por tanto producción) de armas, una ayuda fiscal suficiente y fiable, y un flujo de los equipos necesarios para reparar las infraestructuras que Vladimir Putin seguirá destruyendo, porque es lo único que sabe hacer.

En última instancia, la guerra es una cuestión de recursos y motivación. Y es lo que tiene Ucrania: es más pequeña que Rusia, pero ha demostrado una motivación mucho mayor; y sus aliados tienen los recursos. El producto interno bruto combinado de Estados Unidos, la UE, el Reino Unido y Canadá es unas 22 veces superior al de Rusia. Incluso un apoyo fiscal de $60.000 millones el año próximo costaría solo el 0,1 por ciento de los ingresos totales de los aliados.

¿Quién podría argumentar que esto es inasequible? ¿No es mucho más inasequible dejar que Putin triunfe? Sí, es doloroso sufrir la crisis energética de esta guerra. Pero es un deber de Occidente hacerle frente. Ucrania y los ucranianos son quienes se llevan la peor parte del conflicto. Nosotros, en la comodidad de Occidente, debemos brindarles los recursos que necesitan. Solo cuando Putin sepa que no se le permitirá ganar es probable que la guerra llegue verdaderamente a su fin.

Martin Wolf

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