La arrogancia y el autoritarismo del presidente tienen a China atrapada en interminables bloqueos.
En su discurso de Año Nuevo de 2021, Xi Jinping se jactó del éxito de la política Covid-cero de China. Mientras millones de personas habían muerto en el mundo exterior, China había “puesto a las personas y sus vidas en primer lugar … Con solidaridad y resistencia, escribimos la epopeya de nuestra lucha contra la pandemia”.
Casi dos años después, la campaña de Xi para presentar como un triunfo personal y sistémico la forma de manejar la pandemia por parte de China se está derrumbando. Las crecientes manifestaciones contra su política Covid-cero representan un enorme desprestigio para el líder chino. Parecen ser el desafío más importante a su liderazgo desde que llegó al poder hace una década.
Algunas de las protestas contra los interminables bloqueos de China estaban dirigidas a Xi personalmente. En la ciudad de Chengdu, los manifestantes coreaban: “No queremos un sistema político con líderes vitalicios. No queremos un emperador”.
Estos cánticos ponen de manifiesto la cuestión política más delicada de la China moderna: los esfuerzos de Xi por crear un culto a la personalidad. Desde la muerte de Mao Zedong en 1976, el partido comunista ha evitado crear un nuevo Mao, un único líder todopoderoso que domina el sistema político y el país y que nunca abandona el poder.
Pero Xi está haciendo retroceder a China hacia los días del gobierno cuasi imperial. El mes pasado se alcanzó un punto de inflexión, cuando el congreso del partido comunista lo nombró para un tercer mandato sin precedentes como líder del partido. Al predecesor de Xi como presidente chino, Hu Jintao, lo retiraron por la fuerza del escenario frente a las cámaras de televisión. El mensaje era claro. El poder de Xi es ahora irrefutable y está dispuesto a gobernar de por vida.
Al igual que Mao, Xi ha justificado su acaparamiento del poder fomentando la creación de un culto a la personalidad. El “pensamiento Xi Jinping” está incluido en los estatutos del partido comunista chino. El supuesto éxito del líder chino en el manejo del Covid-19 se ha convertido en una parte crucial de su mito. Un reciente documento del Consejo de Estado de China elogió el liderazgo de Xi con respecto al Covid, proclamando que “el secretario general Xi Jinping asumió el mando personal, planificó la respuesta, supervisó la situación general y actuó con determinación”.
Es cierto que China ha registrado muchas menos muertes per cápita por Covid-19 que Estados Unidos. Pero las consecuencias de continuar implementando su política de Covid-cero son cada vez más evidentes. A medida que la economía se estanca, el desempleo juvenil en China se acerca al 20 por ciento.
La tensión social de los prolongados y repetitivos cierres también ha sido inmensa. Los dos meses de estrictas restricciones en Shanghái a principios de este año fueron noticia en todo el mundo. Algunos creían que eso supondría un punto de inflexión, que obligaría a Xi a replantearse la política de Covid-cero. En cambio, en el congreso del partido, Xi ascendió al jefe del partido de Shanghái responsable de los cierres, Li Qiang, al segundo puesto más alto del partido comunista. Fue una señal de que no se vislumbra el fin de la política de Covid-cero.
Como parte de la creación de un mito oficial en torno al Covid-19, los dirigentes chinos han contrastado la paciencia y el espíritu colectivo del pueblo chino con la impaciencia y el individualismo de los estadounidenses. Pero hasta la paciencia del pueblo chino se está agotando.
Las imágenes de multitudes sin cubrebocas procedentes de todo el mundo mientras ven la Copa del Mundo de fútbol en Qatar demuestran a los chinos que los ciudadanos de otros países han escapado de la trampa de los interminables confinamientos. En cambio, China se enfrenta a la perspectiva de un cuarto año de restricciones draconianas a la libertad.
Tras atribuirse el mérito de la gestión china de las primeras fases de la pandemia, Xi no puede evitar ser el culpable de la crisis actual. Sobre todo, como no se permite la importación de vacunas extranjeras más eficaces, la relajación de los cierres en China resulta más peligrosa. Ese fracaso está relacionado con el nacionalismo de Xi (que en 2015 inició una política “Hecho en China” para las tecnologías clave). El líder que dice tener una compasión ilimitada por el pueblo chino termina siendo demasiado orgulloso para importar vacunas eficaces que podrían salvar sus vidas.
Los confinamientos de la política de Covid-cero también son un reflejo de la personalidad testaruda y el autoritarismo innato de Xi. Los manifestantes chinos saben que las tecnologías desarrolladas para rastrear los movimientos de la gente (en nombre de la lucha contra el Covid) podrían continuar después de la pandemia y convertirse en un método permanente y siniestro de control político y social.
En términos más generales, los fracasos de Xi con respecto al Covid-19 son característicos del gobierno de un hombre fuerte, que invierte demasiado poder y autoridad en un solo líder. Una vez que ese hombre fuerte toma una decisión desastrosa (como hizo Vladimir Putin cuando invadió Ucrania), el sistema es incapaz de cambiar el rumbo porque el juicio del líder no puede ser cuestionado. Ese mismo patrón se está aplicando ahora en China.
El momento en el que los manifestantes salen a la calle es siempre un momento de máximo peligro para un líder dictador. Por desgracia, probablemente cada instinto de Xi será responder con la fuerza y la represión. Así es como se ocupó de las protestas de Hong Kong en 2019 y así es como el partido comunista aplastó el movimiento estudiantil en la plaza de Tiananmen en 1989.
La represión bien puede funcionar en China, como ha sucedido hasta ahora para aplastar las protestas en Rusia, Irán y Bielorrusia. Pero el mito cuidadosamente construido de la sabiduría y el poder de Xi no puede sobrevivir al colapso de sus políticas de Covid-cero.
Gideon Rachman
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