Joe Biden no es el salvador que prometió ser.
Han sido 50 años difíciles para los obreros estadounidenses. La participación de la mano de obra en los ingresos nacionales de Estados Unidos no solo no ha dejado de disminuir, salvo breves excepciones sobre todo durante el auge de Internet en los años noventa, sino que su esperanza de vida también se ha reducido. Tras haber conseguido tener al primer presidente abiertamente pro sindical del país desde Lyndon Johnson, debería vislumbrarse un cambio de tendencia. El que eso no haya sucedido invita a reflexionar más sobre los prejuicios del sistema que encabeza Joe Biden que sobre el mismo Biden.
Sin embargo, su partido es responsable de su fracaso. En 2024, los Demócratas habrán controlado la Casa Blanca durante 20 de los últimos 32 años. Sin embargo, el salario mínimo federal está estancado en $7,25 la hora, que es la mitad de lo que le pagan a mi hija adolescente por cuidar niños. Tanto Canadá como el Reino Unido tienen un piso 50 por ciento más alto. Estados Unidos es el único país desarrollado que no garantiza la licencia por enfermedad o paternidad. Los cada vez más reducidos rincones estadounidenses aún sindicalizados se encuentran sobre todo en trabajos donde se necesitan menos, como la policía y las prisiones.
La retórica Demócrata está fuertemente a favor de la clase trabajadora. Otra cosa son los actos del partido. La semana pasada, Biden consiguió que el Congreso aprobara un proyecto de ley que prohibía a los trabajadores ferroviarios del país hacer huelgas, a pesar de que la mayoría de sus sindicatos había rechazado un acuerdo ofrecido por las empresas ferroviarias.
Sus quejas tienen menos que ver con el dinero que con el equilibrio entre la vida laboral y la vida familiar. Los ferrocarriles figuran entre las empresas con las plantillas más reducidas de Estados Unidos, ya que en los años anteriores a la pandemia se deshicieron de un tercio de sus empleados. La fatiga y el estrés son habituales en los trabajos que implican varios turnos consecutivos, a menudo lejos de casa. Sus trabajadores se habrían conformado con siete días de licencia por enfermedad paga. Solo tienen derecho a uno.
El motivo principal de la decisión de Biden era comprensible: una huelga habría bloqueado las cadenas de suministro estadounidenses y aumentado el riesgo de recesión. Pero también fue la primera gran prueba de la promesa de Biden de ser “el presidente laborista más fuerte que hayan tenido nunca”.
En 1981 Ronald Reagan demostró que cumpliría su palabra cuando despidió a los controladores aéreos en huelga. Esta era la oportunidad de Biden de hacer una declaración igual de contundente en la dirección contraria. “El sistema ferroviario de nuestro país es literalmente la columna vertebral de nuestra cadena de suministro”, afirmó Biden. Al parecer, no es una columna vertebral que pueda tratar a sus trabajadores con dignidad. Las empresas ferroviarias han generado ganancias suficientes para hacer recompras de acciones periódicas.
En cambio, Biden asumió un gran riesgo al condonar la deuda estudiantil, de la que se cancelarán unos $400.000 millones en los próximos años. Los analistas no se ponen de acuerdo sobre la legalidad de la medida: La acción ejecutiva de Biden se pondrá a prueba en los tribunales. No hay duda, sin embargo, de que es fiscalmente regresiva.
Los graduados, incluso los que tienen deudas, ganan en promedio mucho más que los no graduados. Aunque el alivio se limitó a los que ganan menos de $125.000 al año, sigue siendo el doble del ingreso medio. Muchos de los beneficiarios apenas están empezando a ascender rápidamente en la escala de ingresos.
¿Por qué haría eso Biden? No cabe duda de que en Estados Unidos hay legiones de egresados que están agobiados por las deudas y con títulos que no les dan trabajo para pagar lo que deben. Un alivio cuidadosamente dirigido habría sido justo.
La respuesta más general para una condonación tan arrolladora es que los Demócratas son el partido de los graduados. Independientemente de su origen étnico, cuantas más letras haya después de su nombre, más probable es que vote a los Demócratas. Así como los Republicanos pagan a sus donantes con recortes fiscales, los Demócratas pagan a sus bases con la condonación de deudas.
Al parecer, los únicos que se lo pierden son los que han recibido “poca educación”, a quienes Donald Trump proclamó amar. Aunque los Republicanos solo ofrecen a los obreros estadounidenses una economía de goteo, eso es solo ligeramente mejor que las promesas que los Demócratas se esfuerzan por cumplir.
Como resultado, las clases trabajadoras de todos los colores se han dejado llevar hacia los Republicanos. El mes pasado, los estadounidenses con ingresos inferiores a $50.000 votaron más a los Republicanos que a los Demócratas. Este patrón se ha hecho más claro en cada una de las tres últimas elecciones. Abarca todos los grupos raciales, incluidos los afroamericanos.
Esta tendencia es más profunda que si Trump o Biden están en la papeleta en 2024. Esto augura un futuro en el cual los Demócratas serán el partido de los universitarios, con un programa cultural que aleja a una parte cada vez mayor de blancos y no blancos sin estudios, y los Republicanos, expertos en cosechar el resentimiento de los obreros contra élites que apenas prestan atención a sus necesidades.
Un partido es peligroso. El otro no parece tener la intención de cumplir lo que promete. Estados Unidos está en el momento óptimo para un tercer partido, y para un cuarto. Quizá algún día la democracia estadounidense ofrezca una opción mejor.
Edward Luce
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