Se acercan las Navidades, tiempo de reflexión y reconciliación, en el que se generan grandes actos de donación, así como también se recrean situaciones en las que las personas brindan cualquier tipo de ayuda de forma desinteresada, ¿pero por qué optar por esta costumbre solamente a finales de año, cuando bien podemos practicarlo durante los once meses que tenemos por delante?
Ser un dador vehemente tiene que ver con la manera en la que concebimos la abundancia en nuestras vidas. Si queremos ser prósperos, si anhelamos desterrar las carencias de nuestras vidas, debemos aprender a abrir nuestras manos, extender nuestros brazos para dar a los demás. Esa es de las mejores cosas que podemos hacer como un legado de amor hacia el mundo.
Siempre he dicho que para mí haber vivido en Cuba durante casi mis primeros 30 años de vida, dejó una estela de paradigmas y hábitos de carestía, que me ha tomado muchísimos años compostar en mi mente, y convertirlo en abono para esta nueva persona que soy, que solo sabe vivir desde el bienestar y la abundancia.
Uno de los puntos álgidos para comenzar a desarrollar esta mentalidad está en encontrar al menos un área en nuestras vidas, bien sea a nivel profesional, académico, en nuestras relaciones interpersonales o en el hogar; en la que estemos dispuestos a convertirnos en un dador vehemente.
Una vez que tengas identificada esta área, comienza a dar pequeños pasos para que esta transformación ocurra en tu vida, con aspectos tan sencillos como honrar tus compromisos y tu palabra, la práctica de la bondad mediante el desarrollo de una comunicación asertiva con nuestro entorno, y el aprender a soltar a aquellas personas perfeccionistas que constantemente muestran una actitud complaciente con quienes le rodean.
Decía Jorge Luis Borges que: “El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo”. El egoísmo usado en un sentido acaparador, donde las personas se aferran a lo que tienen y obtienen de los demás, solo lleva al ser humano a podrir su alma como el agua estancada.
Seamos como los ríos. Aprendamos a fluir, a dejar ir, a dar lo mejor de nosotros. Solo así podemos asegurarnos de vivir en un constante ciclo de bienestar, en el que crecemos nosotros en la medida en la que impulsamos a desarrollarse a aquellas personas que tenemos a nuestro alrededor.
Hagamos que Navidad sea siempre, y no solo una época del año.
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