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China juega a mediador en el Golfo

Pekín emerge como una poderosa influencia en cuestiones diplomáticas a partir del acuerdo Irán-Arabia Saudita.

Opinión de la Junta Editorial del Financial Times.

Durante dos años, Arabia Saudita e Irán han mantenido conversaciones intermitentes para aliviar su enconada rivalidad. La desconfianza era tal que apenas se avanzó, hasta que China intervino. La semana pasada, los archienemigos anunciaron que, con la mediación de Pekín, habían acordado normalizar sus relaciones y reabrir embajadas, siete años después de romper sus lazos.

Cualquier acuerdo que contribuya a reducir la intensidad de las tensiones en Oriente Medio será bienvenido. La rivalidad entre los pesos pesados suníes y chiítas ha avivado los conflictos y la inestabilidad en toda la región, sobre todo en Yemen, donde Arabia Saudita inició hace ocho años una guerra catastrófica contra los rebeldes hutíes respaldados por Irán. Pero el acuerdo marcó el surgimiento de China como potencia diplomática y un desafío de Pekín al sistema mundial centrado en Estados Unidos.

El avance sorprendió a muchos. Hace sólo cinco meses, funcionarios estadounidenses advirtieron de la amenaza inminente de un ataque iraní contra Arabia Saudita, ya que Teherán culpaba a sus enemigos de avivar las protestas en la república islámica. La paz entre ambos parecía lejana. El golpe diplomático de China subraya la creciente influencia de Pekín en esta región rica en petróleo.

Algunos lo ven como otra señal de la menguante posición de Washington en el Golfo, donde los Estados árabes han considerado tradicionalmente a Estados Unidos el principal socio en materia de seguridad, diplomacia y economía. Tienen razón, hasta cierto punto.

El acuerdo llega tras un periodo de tensas relaciones entre Riad y Washington, alimentadas en parte por la percepción de que Estados Unidos se ha ido desentendiendo de la región y ya no es un socio fiable. El príncipe heredero saudita, Mohammed bin Salman, ha impuesto una política exterior más independiente, ya que Riad busca equilibrar sus lazos con Estados Unidos a los que mantiene con China y otros países.

Mientras que la dependencia estadounidense del petróleo del Golfo ha disminuido en la última década, China se ha convertido en el mayor socio comercial del reino y en su principal comprador de crudo. Y, lo que es crucial para el príncipe heredero saudita, la relación no conlleva ninguna presión para mejorar el pésimo historial del reino en materia de derechos humanos.

Sin embargo, aunque las relaciones entre Washington y Riad estuvieran en su punto más cálido, es difícil ver cómo Estados Unidos podría haber negociado un acuerdo semejante. Washington no mantiene lazos diplomáticos formales con Irán desde 1980; su relación se ha caracterizado por una profunda hostilidad.

Por el contrario, China está encantada de entablar relaciones con Irán y se supone que es el principal comprador del crudo que sale de la república islámica bajo el radar de las sanciones estadounidenses. Pekín recibió el mes pasado al presidente de Irán, Ebrahim Raisi. Los funcionarios sauditas apuestan por que China exija responsabilidades a Irán.

Todo ello apunta a las crecientes ambiciones geopolíticas de China. Durante años, su atención en la región se centró en la economía y el comercio, no en la política ni la seguridad. Pero la decisión de Pekín de mediar en el acercamiento encaja con la Iniciativa de Seguridad Global que lanzó en febrero, en la que expone su objetivo de ser un actor global y difundir su visión de la seguridad y el desarrollo.

La cuestión es si la diplomacia china ofrece resultados duraderos. La prueba clave será en Yemen, donde se mantiene una tregua desde abril. Riad desea salir del conflicto y poner fin a los ataques con misiles y aviones no tripulados de los hutíes, que interrumpen el desarrollo e impactan negativamente la inversión extranjera. No será fácil, sin embargo, alcanzar una solución sostenible a un conflicto por poderes que es, en el fondo, una guerra civil.

También sería ingenuo esperar algo más que una fría paz entre Riad y Teherán. Por ahora, un acuerdo sirve a los intereses de Irán y Arabia Saudita y permite a Pekín actuar como pacificador. Eso produce un Oriente Medio menos volátil. Hay razones para alegrarse, pero también para preocuparse, cuando China despliega su influencia diplomática.

La Junta Editorial

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